Cuarto Error: Vender más barato el Evangelio
El mundo globalizado que nos ha correspondido en suerte vive bajo el signo del mercado, y ello significa, bajo las frías leyes de la oferta y la demanda. Existe la tentación de entrar al mercado de las religiones y ver qué quieren los posibles “clientes” para adecuar la propuesta a sus intereses y gustos.
Cuando escuchamos a muchos decir que la Iglesia Católica “tendrá” que adoptar la democracia o “tendrá” que ceder frente al rechazo de su moral sexual o familiar, se está argumentando bajo la premisa de que el mercado reina y manda, y que someternos a él es nuestra única posibilidad de supervivencia. Según eso, hay que rebajar los estándares de moralidad y adecuarlos a lo que resulte más consumible y aceptable hoy. Según eso también, la liturgia es una construcción creativa de la comunidad que debe responder a lo que guste a los implicados. Es la idea de vender más barato al Evangelio, a ver si poniéndolo en la canasta de rebajas la gente vuelve sus ojos al producto.
No es difícil refutar, por lo menos teóricamente, este planteamiento. Por lo pronto, ¿dónde está en la Biblia esa idea de que lo popular es lo correcto? Más bien lo que encontramos en las Escrituras es que la presión de la gente es a menudo una señal del camino equivocado. El becerro de oro, imagen de todas las idolatrías, fue hecho por presión popular, según recuerda el relato del Éxodo (32,21-24):
“Entonces dijo Moisés a Aarón: ¿Qué te ha hecho este pueblo para que hayas traído sobre él tan gran pecado? Y Aarón respondió: No se encienda la ira de mi señor; tú conoces al pueblo, que es propenso al mal. Porque me dijeron: ‘Haznos un dios que vaya delante de nosotros; pues no sabemos qué le haya acontecido a este Moisés, el hombre que nos sacó de la tierra de Egipto.’ Y yo les dije: ‘El que tenga oro, que se lo quite.’ Y me lo dieron, y lo eché al fuego y salió este becerro.”
No podemos esperar que salga nada mejor de la presión de los lobbies y colectivos que hoy quisieran moldear a la Iglesia a su gusto y capricho.
Esto supuesto, habrá que evitar el otro extremo, que también se da: creer que si la gente no entiende es problema de ellos y que si se van, que les vaya bien. No estamos para vender barato lo que costó Sangre de Cristo pero tampoco para poner peajes y aduanas al regalo de la salvación que sólo llega por gracia.