SEXTA: En la preparación del ambiente para una Facultad de Teología necesitamos el ejercicio práctico de escribir con seriedad, profundidad y un cierto margen de aplicabilidad, sin dependencia excesiva de los comentarios clásicos ni de los grandes bancos bibliográficos.
En el mismo sentido es preciso anotar algo en cuanto a las especializaciones. Nuestro mundo admite hoy las dos opciones: la cultura de la super-especialización, que se ha mostrado potente especialmente en el campo de la tecnología, y la nueva cultura de tipo holístico-integral, que se deja sentir, aunque de manera ambigua, en la New Age o el movimiento ecológico.
La búsqueda de lo holístico y de una visión sapiencial o de conjunto no es ajena a nuestra tradición dominicana, sino muy propia, como lo muestran nuestras Constituciones y el uso del término “sapiens” en la Contra Gentiles, por citar sólo dos fuentes autorizadas. Sin embargo, en esto hay motivaciones prácticas también: ha sido muy característico de los jesuitas el cultivo de las especializaciones, al punto que es típica la escena del jesuita conferencista que ha dedicado prácticamente toda su vida a un campo sumamente definido del conocimiento y es reconocido como “el” experto en tal o cual materia. Esta es una gloria para la Compañía de Jesús pero no es todo lo que puede hacerse, ni es el único camino del conocimiento humano, ni es la única necesidad de la Iglesia: la comunidad cristiana necesita expertos pero no sólo expertos.
Según esto, nuestra Facultad tendría la “especialidad” de ofrecer teólogos con perspectiva, buen juicio, formación profunda y gran sentido de sensatez. Se puede preguntar cuál es el “mercado” para un perfil así, que resulta menos atrayente para los medios de comunicación y para el mundo de la propaganda. Es un hecho, sin embargo, que la Iglesia a la larga necesita menos estrellas rutilantes y más gente que sepa generar unidad, cordura y trabajo conjunto, virtudes todas muy propias del estilo “sapiencial.”
Los medios de comunicación buscan y buscarán declaraciones estridentes, ojalá heterodoxas, que hagan noticia y levanten ampolla; el bien de la Iglesia, en cambio, pide que haya maestros coherentes y sensatos, que sepan impregnar con una mirada profunda de fe los acontecimientos normales, los que todos vivimos. Esta puede ser una línea:
SÉPTIMA: Nuestra Facultad cultivará especialmente el amor por la sabiduría, según la enseñanza de Santo Tomás sobre la fe como perfección de la inteligencia. Tendremos un enfoque holístico, integral y sapiencial en comunión explícita con el Magisterio de la Iglesia y atención clara a las necesidades y preguntas profundas del pueblo creyente.
La comunión con el Magisterio no debe entenderse, sin embargo, de un modo servil, como si nuestra única labor fuera repetir con cierta eficacia metodológica lo que ya viene muy bien redactado desde las Congregaciones Vaticanas. Hacer teología es más que redactar manuales de formación doctrinal para sacerdotes, y desde luego, muchísimo más que seguir tales o cuales obras o autores “seguros.”
Como teólogos queremos ser testigos de la obra del Espíritu Santo en el conjunto de la vida de la Iglesia y no sólo en nuestros legítimos pastores, cuya guía auténtica tampoco rechazamos, por supuesto. Siguiendo la feliz expresión de M.-D. Chenu, queremos ser eco de la Palabra en la Historia, y esto desborda los márgenes necesarios pero estrechos de lo que ya ha sido formalmente definido por los Papas.
Habrá que evitar obviamente el otro riesgo: el prurito de la novedad, la rebeldía o el “magisterio paralelo.” Esto implica distinguir entre independencia e hipercrítica, cosa especialmente necesaria en tiempos en los que el laicismo pretende imponer sus propios dogmas a través de la legislación civil y de lo “políticamente correcto.”