PRIMERA: El proyecto de Facultad de Teología ha de asegurar un género y nivel de “éxito” que mejore lo que tenemos en el Studium Generale.
Ahora bien, el Studium ha prestado un notable servicio y se ha consolidado como un lugar donde la seriedad en la exigencia prepara al mismo tiempo tanto para el ministerio sacerdotal de los frailes como para la vocación intelectual y propiamente teológica de nuestro carisma. Es irreal suponer que los demás estudiantes, hombres y mujeres, religiosos y seglares, que acudan a la futura Facultad nuestra tengan esa misma conjunción de intereses. De aquí surge un nuevo requerimiento o línea.
SEGUNDA: La Facultad tendrá un doble y simultáneo programa de estudios, a saber: un ciclo básico (o seminarístico, o general) y uno de profundización (o avanzado, o intensivo). Los frailes, salvo excepciones escasas, harán el segundo. Esto no excluye que muchas clases y actividades sean simultáneas en los ciclos, pues la diferencia entre ellos será más cualitativa que de separación física o de grado académico civil.
Sobre la base del consenso en estas dos primeras “grandes líneas” conviene mirar el servicio que una Facultad de Teología prestaría.
Es un lugar común decir que la Iglesia, sobre todo la jerarquía, lo demanda de nuestra tradición académica, y que la ausencia de esta Facultad es una especie de “vacío” en el concierto de nuestro servicio como Universidad. Sin embargo, no se hace una Facultad sólo para pagar una deuda con la Historia, con la sociedad o con la Iglesia.
De fondo tenemos que admitir que, tanto como país como comunidad, carecemos de una tradición teológica consistente y fecunda. Nada le negaremos a los abanderados de la teología de la liberación ni a los maestros que han dedicado su vida enseñar en seminarios o casas de formación. Con todo, la situación podría resumirse en una anotación: carecemos de un período clásico. Por lo mismo, iniciar en serio un proyecto de Facultad significa apuntar, más que a un lugar de enseñanza (que ya lo hay), a una “Escuela” de Teología. En esto quiero seguir los pasos que precedieron a Le Saulchoir, de donde tomo la expresión y el contenido de lo que es una “Escuela.” Esta sería una nueva línea:
TERCERA: Hacemos una Facultad de Teología para responder a nuestra vocación propia en la Iglesia pero sobre todo para hacer posible la eclosión de un periodo “clásico” que sirva de referencia a la vida y la reflexión de la fe en nuestro país y nuestra cultura.
Un periodo clásico significa una postura madurada a partir de las fuentes propias de un determinado quehacer o actividad. Es de suponer que esto toma mucho más que una generación y mucho más que el entusiasmo de unos pocos, así estos tengan la mejor voluntad y cierta cuota de poder para dar pasos en lo ejecutivo. Por ello mismo, la Facultad ha de convertirse en una opción de nuestra Provincia. Deseablemente, estamos no ante un proyecto más, sino ante un camino de conversión y crecimiento de la Provincia Dominicana de Colombia.
Lo que esta en juego aquí puede ser muy grande y altamente significativo. Si miramos qué es Latinoamérica en el conjunto del catolicismo en el mundo, y qué es Colombia en cuanto a las entidades de la Orden en América Latina, no es vanidad decir que estamos llamados a ofrecer a la Iglesia y a nuestra cultura una palabra propia, que no puede ser improvisada ni tejida de lugares comunes. De aquí una nueva “gran línea”: