Me llamaba la atención que a tu edad, ya avanzada y tan venerable, manifestaras tanta prisa en todo: fuera el servicio a Dios o a tus hermanos. Yo pienso que sentías en algún lugar de tu corazón que el tiempo no sería muy largo y por eso te propusiste ser el primero en acogerme como un genuino hermano, dedicando de tu tiempo y tu saludo a este suramericano medio incógnito, tímido, titubeante en su inglés, inseguro en una nueva cultura. Me regalaste el último tesoro que te quedaba, después de más de ochenta años de vida y cincuenta de sacerdocio ejemplar: me diste de tu tiempo; y también de tu alegría, de tu experiencia.
Pero no me esperaste, Joe. Poco antes de partir para California y para Colombia, apenas entrado el mes de agosto, fui a confesarme contigo. Me atendiste con la seriedad y la dulzura que tenía y tiene Cristo para ti. Nos despedimos sabiendo que también a ti te aguardaba un viaje, un último viaje en esta tierra: a Lourdes, tierra de María, de quien quedó prendado tu corazón hace muchos años. Y cada uno salió a su destino: Estados Unidos para mí, Francia para ti. Volviste primero que yo, porque tenías prisa, porque te esperaba Dublín, pero sobre todo porque te esperaba la última y decisiva cita, aquella que todos tenemos desde que nacemos, el encuentro decisivo con Cristo al umbral de la muerte.
Me dicen que todavía en la última noche, la de aquel domingo, te afanabas con caridad tratando de atender a quienes llamaban por teléfono. ¡Dios! ¿Quién oyó tus últimas palabras? Una señora que estaba buscando a otro padre. Hiciste el oficio de portero y recepcionista poco antes de irte a recoger esa noche, y todos te vieron llegar a tu habitación pero sólo Cristo supo la hora en que saliste de ella. Todos sabían que estabas cansado, agotado, Joe; sólo Cristo sabía que estaba tan próximo tu descanso.
¿Sabes? Me alegro por ti. Tú ya llegaste. Tu premio es ya seguro; tu alegría, perfecta; tu sacerdocio, colmado. Tus ojos ya pueden descansar de ver a los pobres, a los inmigrantes, a los enfermos, a todos en los que buscaste afanoso a Jesús; ahora es Jesús quien te mira, quien te cuida, quien te mima. Me alegro por ti. Pero me da pesar que no me hayas esperado. Un correo del padre prior me dijo que no estarías, que te habías ido. Tampoco él pudo despedirte. Creo que tuviste prisa también en eso, en la manera de partir.
Joe, me vas a hacer falta. No está lleno el mundo de personas como tú, y el mundo necesita de gente así. Dile a Jesús eso: que envíe mucha gente como tú. Y prométeme que un día celebraremos juntos la Misa de la Eternidad. Un abrazo, padre y hermano: te recuerdo y te quiero mucho.
Joe Moran, OP: descansa en paz!
que hermosa carta de despedida, pareciera muchas veces que las mejores despedidas son despues de partir, sobre todo por que hasta podemos mandar esos hermosos mensajes a Cristo, con las personas que se nos adelantan, y ese mensaje de que nos mande personas como el padre JOE con el deseo grande de servir hasta el ultimo dia de su vida, eso es grande, tanbien aprovecharia para que pidiera por nosotros los que aun no apredemos a ser serviciales aun con nuestros problemas encima…Dios lo tenga en su santa Gloria y ruegue por todos nosotros..Amen