La amistad no es una realidad enteramente interior; es propio de su naturaleza expresarse. Aunque su lugar propio es muy adentro en el corazón, tiene que salir de allí y hacerse visible para poder vivir, florecer y dar su fruto.
Hay dos tipos de expresiones de amistad: directas e indirectas. Las expresiones directas afirman algo de las personas o de la relación entre ellas. Las famosas expresiones: “¡Nunca cambies!”, “¡Eres especial!” o “¡Te queremos mucho!” son enunciados directos que expresan abiertamente que alguien es agradable, aceptado y amado.
Pero hay otras expresiones, las de tipo indirecto. María se enteró de que su amiga Jazmín acababa de romper con el novio. Presintiendo el mal rato de tristeza y soledad que debía estar pasando una tarde se aparece por la casa de Jazmín, sin motivo aparente. Y aunque en toda la tarde casi no mencionen “¡Qué grandes amigas somos!”, ese gesto de María es una expresión de amistad, sólo que en este caso es indirecta.
La distinción entre expresiones directas e indirectas es importante porque del balance entre unas y otras depende la sensación de sinceridad y de confiabilidad que la amistad tenga para el futuro. Me explico: cuando hay demasiadas expresiones directas y muy pocas indirectas la sensación que queda es de hipocresía. Pensemos en lo que puede sentir una adolescente que en su cumpleaños recibe 50 tarjetas que le dicen que es una persona espectacular, maravillosa, única y fascinante, pero que luego no tiene con quién estudiar para un examen de habilitación en el colegio, porque todas sus grandes amigas están ocupadísimas paseando. Lo que esta pobre chica acabará pensando es que todas esas expresiones directas eran palabras vacías.
Tampoco es buena idea exagerar las expresiones indirectas y disminuir demasiado las directas. Lo que suele pasar en este otro caso es que queda la sensación de “En realidad no me quieren; sólo se compadecen de mí; lo que hacen lo hacen porque les toca o por lástima.”
Uno podría pensar que las expresiones directas son básicamente las palabras, y las indirectas son las acciones. Según eso, hay que saber equilibrar las palabras y las obras. Cosa que vale no sólo para la amistad sino para toda la vida afectiva. Un hijo no sólo necesita que el papá trabaje mucho para conseguir dinero para la casa; también necesita que ese papá le diga que lo ama.
Y sin embargo, la cosa no es tan sencilla como decir “palabras” y “obras.” Un abrazo no es una palabra y sin embargo es de las expresiones directas más frecuentemente usadas y pedidas. Por algo se ha hablado del “hambre de piel”: no sólo necesitamos que nos hablen y nos expliquen la manera como nos aman; hay ocasiones en que sencillamente hace falta un abrazo estrecho, cálido y prolongado.
Tampoco es verdad que todas las expresiones “indirectas” sean acciones. Un silencio que sabe acompañar suele ser un modo de presencia vital y significativo cuando pasamos por un muy mal rato. No es algo directo: no es una terapia, no es una teoría, no es un plan de acción, y sin embargo, ¡cuánto nos sostiene!
Aprender a expresar amistad y a recibir expresiones de amistad es cosa que puede tomarnos mucho tiempo, sobre todo si tenemos heridas o vacíos graves de infancia. Influye también la manera como cada uno ha aprendido a relacionarse con el propio cuerpo y con el cuerpo de los demás, pues ya hemos visto que lo corporal es propio de las expresiones directas. Personas con una historia de carencias graves, abusos o solicitaciones sexuales a temprana edad tienden a buscar la promiscuidad o la dependencia del sexo, pues en su cerebro se ha formado la asociación “me quieren = me tocan.” Se ha demostrado que así sucede en un porcentaje muy alto de personas homosexuales, que por eso buscan una determinada forma de amistad muy intensa, y quieren expresarla usando su propia intimidad. Y algo semejante se da también, huelga decirlo, entre heterosexuales, por ejemplo en forma de infidelidad u otros desórdenes. Por el contrario, allí donde el afecto ha estado presente junto con el orden y la serenidad, tales excesos y perversiones o no se buscan o en todo caso no se buscan de modo obsesivo.
Es un riesgo muy grande considerarnos nosotros sanos para desde ahí juzgar a las demás personas, y por eso hemos de ser muy cautos en este tipo de consideraciones. Pero no creo que haya que temer hacerlas. La verdad nos hace libres, dijo Jesucristo. La solución cuando se presentan trastornos en la expresión o incapacidad de expresión de la amistad no es dar cauce a cualquier deseo sino buscar con humildad, sabiduría y caridad sanear las raíces personales, familiares y sociales de modo que todos podamos ser más plenamente humanos, dignos hijos del Padre Creador de todos.