¿Hay alguien más que quiera ser mi amigo, aparte de la gente que veo en este planeta? ¿Existen amigos invisibles, como ha pretendido la literatura infantil al hablarnos de hadas y duendes, o como enseña la Iglesia de nuestros Ángeles de la Guarda? ¿Se puede creer en seres así, o ya la ciencia demostró que todo eran mitos y fábulas?
Autores como Freud o como Bultmann nos enseñaron a sospechar de todo. Para Freud, Dios es una creación de nuestra imaginación guiada por la imagen de autoridad paterna o “super-yo” que hemos introyectado culturalmente; para Bultmann, todo lo que en la Biblia no responda a los patrones explicativos de la ciencia moderna es un revestimiento mítico propio de la mentalidad pre-científica de la época, y por tanto puede y debe ser removido de la predicación cristiana.
Y sin embargo, un siglo de Freud y Bultmann no han logrado que esta misma “fantasía” (según ellos) se reproduzca, con más fuerza que nunca, en los ropajes engañosos de la Nueva Era. El espiritismo, que parecía cosa de un pasado superado, renace hoy de nuevos modos: tabla ouija, channelling, repeticiones de mantras. Los ángeles, que parecen fósiles de la teología imaginativa para muchos católicos, pueblan a su modo la literatura testimonial y terapéutica de la Nueva Era. Se diría que mucha gente está dispuesta a creer cualquier cosa con tal de no creer en Cristo, en su palabra y en su Iglesia.
Dejando de lado tanto los excesos de un cientificismo presuntuoso como las pretensiones de un paganismo redivivo, uno puede volver a preguntar: ¿Hay alguien más que quiera ser mi amigo, aparte de la gente que veo en este planeta?
Yo creo que hay un caso interesante: las vidas de los santos. A muchos nos ha sucedido que las características del tiempo en que vivieron algunos santos, así como su manera misma de ser o el tenor de su temperamento, nos unen a ellos y nos hacen sentirlos particularmente cercanos. A veces la razón de esta cercanía es evidente, por ejemplo, porque el santo vivió cosas que nosotros también hemos vivido o estamos viviendo; otras veces esa razón no es tan clara pero de todos modos los sentimos cercanos. Haciendo un paralelo con lo que sucede con la gente que tratamos directa y visiblemente, uno podría pensar que esa cercanía es como el comienzo de una amistad.
Viene luego el tema de la intercesión de los santos. Sé bien que para los protestantes ello no es sino idolatría o espiritismo o ambas cosas. Pero los argumentos de ellos no convencen. En efecto: si le pedimos a una persona de nuestra comunidad de oración que ore por nuestras intenciones, y si luego esa persona ha muerto y está cerca de Dios, ¿acaso esa cercanía le impide ayudarnos mejor en su condición actual que como lo hacía cuando podíamos verla? Uno ve que, bien entendida, la devoción a los santos nada quita a la gloria divina sino que al contrario muestra el poder de Dios realizado a través de sus creaturas.
Entre el conocimiento de la vida de un santo y la experiencia de su eficaz intercesión a favor nuestro se va tejiendo un hilo de confianza y de genuino amor que no veo por qué no pueda llamarse “amistad.” En lo personal, una de las cosas que más me admiró de Santo Domingo de Guzmán es que había cultivado una estrecha y amorosa amistad con la Santa Madre de Dios. La gente del tiempo hablaba incluso de la “familiaridad” que existía entre Domingo y la Virgen Santísima. Semejante confianza fue y sigue siendo uno de los motivos para admirar al Fundador de mi Comunidad, y también una especie de Norte para mi propia vocación: ¡Yo quiero ser familiar y amigo de María y de muchos santos!
Aunque hay una cosa cierta, por lo menos en lo que yo he visto en mi experiencia: con los santos celestiales pasa lo mismo que con aquellos que viven en la tierra. No es asunto solamente de “proponerse” ser amigo de tal o cual santo. Las cosas deben suceder de modo más natural, como se dan entre personas que de hecho son libres. Y con esa naturalidad uno va descubriendo que siente cercanas y especialmente favorables a unos bienaventurados más que a otros. Mi opinión es que en esto obra la Providencia de Dios que nos concede sus bendiciones con grandísima sabiduría según nos conoce y según quiere dirigirnos con bondad y fortaleza hasta su propia morada.
¿Y en cuanto a los Ángeles? Es tanto el escepticismo que se ha entrado en la Iglesia Católica, por lo menos en muchos de sus teólogos y pastores, y luego es tanto el desorden que han creado las exhuberancias de la Nueva Era, que no resulta fácil encontrar una persona que tenga una piedad sólida, sincera y a la vez equilibrada con respecto a los Santos Ángeles. No me considero un experto, ni mucho menos, pero sí pienso que he experimentado la bendición gratísima y la luz bondadosa de mi Ángel Custodio. No quiero caer en extremos, y por ello mismo no quiero ni negar lo que he vivido y que sé que es verdad, ni tampoco exaltarlo como si fuera el paradigma de una relación genuina con nuestros aliados por excelencia.
Mi opinión es que, sin perder el centro de nuestra fe, que sólo puede ser Cristo, muerto por nuestros pecados y resucitado por nuestra salvación, es saludable descubrir las grandezas del poder de Dios y de su providencia a través de nuestros amigos celestiales, tanto aquellos que vivieron un día sobre esta tierra como aquellos otros que por dignación del Todopoderoso nos guardan en sus caminos.