La expresión “amigo de verdad” significa tanto por una razón, a saber, que hay amigos que o son de verdad. ¿Qué es un verdadero amigo? ¿En qué momento sentimos que una amistad es “falsa”?
Puede servir que empecemos diferenciando las dos preguntas que acabamos de hacer: una cosa, en efecto, es un verdadero amigo y otra cosa una verdadera amistad. Lo segundo implica lo primero aunque lo primero no siempre implica lo segundo. Trataré de explicarme.
En la amistad hay personas, por ejemplo, dos, y hay una relación entre ellas. Cuando hablamos de un verdadero amigo nos referimos a la persona; cuando en cambio decimos de una amistad verdadera aludimos a la relación como tal. Ahora bien, la relación no puede existir sin las personas pero las personas sí pueden existir sin la relación. Según eso, alguien puede ser un verdadero amigo, visto en cuanto persona y en cuanto su modo de abrirse a la amistad, y sin embargo eso solo no garantiza que la amistad como tal se llegue a dar y que sea una verdadera amistad.
Voy a dar un ejemplo. Juan y Antonio son amigos. Ambos son jóvenes, de temperamento festivo y despreocupado, gustan de la música y además son adictos a la heroína. Para ellos se ha vuelto normal compartir la heroína que cada una consigue. Con la misma espontaneidad y con la misma constancia saben apoyarse en momentos de depresión, saben guardar sus secretos y alegrarse con los triunfos que cada uno tiene. Es difícil negar que Antonio es un verdadero amigo de Juan pero es evidente que ahí no hay una verdadera amistad. Una verdadera amistad requiere algo más que verdaderos amigos.
Reconozco que esa distinción que estoy haciendo entre los amigos y la amistad es cuestionable pero pienso que es útil. La gente de nuestro tiempo vive tras el ideal de conseguir verdaderos amigos, pero no tiene el mismo ardor en buscar amistades verdaderas. Y la amistad sólo es verdadera cuando es construida por “amigos de verdad” que además buscan lo que es un verdadero bien. La diferencia en el fondo es esa: un amigo de verdad es quien sabe acompañar mi camino, y darle alegría y color, pero una amistad verdadera va más allá: no es sólo un camino en compañía sino un camino en la bondad, un camino hacia el bien.
Si un día Juan se mata porque consume una cantidad exagerada de heroína, la primera persona que van a invitar al funeral es a Antonio, que fue indudablemente su gran amigo. Pero este “gran” amigo resultó “pequeño” para ayudar a enderezar el camino de quien acabó suicidándose. Fue un amigo de verdad, y eso nadie lo niega, pero no supo construir una amistad de verdad.
La relación entre “amigo de verdad” y “amistad de verdad” se parece a la relación entre “autenticidad” y “verdad,” según la enseñanza del Papa Juan Pablo II. La autenticidad es mostrar en mi exterior lo que soy interiormente. Pero la autenticidad no es suficiente para la vida moral. Una persona puede ser auténtica en lo que hace, y lo que hace es raptar niñas para violarlas y matarlas: es un auténtico violador y un auténtico asesino. La autenticidad no basta. Toda la vida moral depende de la verdad, y no sólo de la autenticidad. Y vivir en la verdad implica más que ser coherente con mis deseos: a menudo implica cuestionar o corregir esos mismos deseos.
Nuestro tiempo ama la autenticidad pero no termina de resolverse a fondo por la verdad. Es un asunto grave del que hay que seguir hablando en otros contextos. En cuanto a lo que nos atañe ahora, lo que uno nota es que al hablar de un “amigo de verdad” pensamos sólo en clave de autenticidad pero sólo cuando hablamos de “amistad verdadera” llegamos al nivel de la verdad como tal. Necesitamos no sólo amigos que sepan ser amigos sino amigos que construyan amistades dignas de ese nombre, amistades que nos hagan crecer como personas y como hijos de Dios.