Todos deseamos conseguir amistades desinteresadas y creo que para nadie sería un elogio que le dijeran que es un amigo “interesado.” Sin embargo, un examen más profundo de la situación muestra que las cosas no son sencillas ni carecen de ambigüedad.
Por decirlo de un modo paradójico: uno sólo puede ser amigo desinteresado de sus enemigos. En efecto, ¿qué es un enemigo, sino esa persona que precisamente no merece de ninguna manera ser amiga de nosotros? Pues eso es exactamente el desinterés: dar sin esperar nada, y nada es nada. Por consiguiente parece que uno sólo podría ser realmente desinteresado cuando trata a los enemigos, y no a los amigos.
El absoluto desinterés es una de las cualidades del amor por excelencia, que es el amor de Dios. Él sí es desinteresado, como enseña preciosamente san Pablo: “Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos. Porque a duras penas habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Rom 5,6-8) Según esto, para amar con total desinterés habría que amar así, como Dios nos amó a nosotros que le rechazábamos y que éramos detestables a sus ojos por nuestras obras inicuas.
Ahora bien, me parece irreal pedir ese género de afecto para cada amistad que uno tiene. Es posible que por la acción de la gracia divina se llegue a amar de ese modo, pero ese tipo de amor desinteresado no es exactamente lo que uno suele nombrar con la palabra “amistad,” en su sentido común y corriente.
Esto no quiere decir que la amistad sea exactamente “interesada.” ¿Qué entendemos por alguien interesado? Así suele llamarse a quien tiene unos objetivos y los logra a través de las personas. La gente es un medio para sus fines o intereses. Es claro que esto tampoco corresponde a lo que uno entiende por “amistad.” Nuestra conclusión provisional, entonces, es que la amistad no tiene normalmente el grado de desinterés del sacrificio de Cristo en la Cruz pero tampoco es pura conveniencia egoísta o mero interés. ¿Qué es entonces?
El problema está en que la palabra “interés”, entendida del modo descrito, sólo deja espacio para una intención egoísta y utilitaria. Y sin embargo, uno puede buscar un bien en la otra persona sin usarla. Lo grave del “interés” no es que busquemos algo en los demás, sino que lo busquemos usándolos, es decir, al margen de su propia dignidad como seres humanos que tienen sus propias metas, dificultades, esperanzas y… búsquedas.
La amistad, entendida del modo normal y usual, no es desinteresada porque sí busca algo en el amigo. Si no buscara absolutamente nada, le daría lo mismo que el otro fuera amigo o enemigo, y ese no es el caso. La amistad sí busca algo pero no lo busca de cualquier manera. Es un buscar el bien que el otro puede darme pero sin olvidarme de él o ella como una persona que tiene su propia historia, sus propios afectos y sus propias metas. Por eso la amistad supone un buscar ofreciendo y tiende hacia la reciprocidad.
Yo creo que es importante, como ya comentaba antes, no idealizar la amistad. Buscar el absoluto desinterés en los demás o en nosotros puede llevarnos a unos niveles de expectativa que quizá nadie podrá cumplir. Es más humilde y realista saber que todos somos seres limitados y necesitados, pero también seres maravillosos que podemos hacer nuestro aporte a los demás y darles un poco de felicidad.