Si nos ponemos a pensar cómo llegamos a ser amigos de nuestros amigos, probablemente no haya dos historias exactamente iguales. Pues bien, además de tales relatos, todos tenemos otras historias menos felices, las de aquellas amistades que hubieran podido ser pero no fueron.
No me refiero en esta ocasión al hecho, que también sucede, de los rompimientos o distanciamientos por malos entendidos o por otras razones; me refiero al caso de aquellas personas de las que nos hubiera gustado ser amigos pero que por alguna razón no pudimos serlo. Si ello te ha sucedido, te invito a seguir leyendo.
Así como hay mil modos de llegar a ser amigos también hay mil o más motivos por los que algunas amistades no llegan a cuajar y consolidarse. Mi propia experiencia es que en el fondo todo es un asunto de tiempo. Yo lo describo de esta manera, hablando de mí mismo: “llegué demasiado pronto o llegué demasiado tarde.”
En otro escrito decía que la amistad es un pequeño milagro, y creo que ese milagro tiene que suceder a determinados días y horas si quiere subsistir. Las personas vivimos procesos, algunos de los cuales toman años enteros en completarse. Y una persona es muy distinta antes de completar algunos de sus procesos vitales en comparación con lo que llega a ser después de completarlos.
Toma toda la vida aprender virtudes como la humildad o la prudencia, y se requiere otro tanto para saber qué significa perdonar y dar de corazón una nueva oportunidad a otros –o a nosotros mismos. Y sin embargo, aunque nunca lleguemos a ser completa y perfectamente humildes, es un hecho que hay procesos vitales que nos hacen descubrir de modo muy singular el rostro de la humildad. Lo mismo puede decirse de la justicia o la prudencia, y de algunas otras virtudes.
Hay personas que se encontraron conmigo cuando yo no podía entender lo que me querían decir, porque mi momento era otro, lleno de presiones propias de la inmadurez. Hay también personas de las que he querido ser amigo, pero a quienes veo muy enredadas en sus propios procesos de maduración, aprendiendo lecciones que tal vez yo tuve que aprender a mi propio ritmo, a menudo con rudeza.
Encontrar un amigo no es entonces un asunto de encontrar la persona “correcta” sino también encontrarla en el momento “correcto,” esto es, cuando es posible una sincronización a partir de ese lenguaje que la vida te da después de pasar por algunos de sus parajes.
Yo me hago estas reflexiones, que no pueden desprenderse de un tono de nostalgia, y pienso en el cielo. Sí: el Cielo, junto a Dios y todos sus ángeles y santos. Quisiera allá ser amigo de los amigos que perdí o no pude lograr en esta tierra.