La amistad es un pequeño milagro; uno de los pocos que el mundo sigue creyendo posibles. Claro que aquí uso la palabra milagro de modo metafórico, sólo en referencia a algo que parece muy difícil o poco probable. Y el uso del término cabe porque la amistad no es algo muy probable ni sencillo.
En la amistad entran desde luego dos o más historias, es decir, dos o más personas con sus propias cargas, esperanzas, alegrías, gustos, traumas, cualidades, defectos, es decir, todo lo que tenemos y somos las personas humanas. En una primera aproximación, diríamos que ser amigos es aprender a sincronizarnos, a poner de acuerdo los ritmos internos y las músicas y letras que todos llevamos dentro.
Sincronizaciones simétricas
La forma más sencilla de sincronización es el unísono. Así sueñan la amistad algunos: que cuando yo quiera pizza tú también quieras pizza, que cuando yo quiera ir al partido de fútbol tú también quieras, y así sucesivamente. Este tipo de amistad sigue el modelo del “clon”: el otro me repite y yo lo repito; de esa manera, no hay discusión posible y estamos sincronizados.
Lo malo del unísono es que enriquece poco y desde este punto de vista cae en una paradoja: el otro es tan igual a mí, que prácticamente puedo prescindir de él. Por eso se necesitan modos más creativos de sincronía.
Viene entonces el modelo de la danza. Así como una pareja en una danza va alternando, de modo que donde estaba él luego está ella y van dando giros, así este otro modelo propone que vayamos girando de manera que si hoy estoy deprimido y tú estás alegre, tú me alegras; si mañana el deprimido eres tú, yo te alegro, y así vamos como dando giros de modo que no estamos nunca viviendo lo mismo al mismo tiempo.
Este modelo es considerablemente más creativo. Suele funcionar muy bien en las edades juveniles cuando el modelo clónico, tan propio de la infancia, ya se ha agotado. Creo que las mujeres conocen más y practican mejor el estilo “danza” de sincronización; los hombres, por atavismos de género y de educación tardamos a veces demasiado en reconocer que necesitamos ayuda.
En cuanto a las mujeres, es típico ver esas parejas de amigas que durante años van alternando el papel de “doctora” y “paciente.” Durante una semana una es la consejera y la otra cuenta sus dolores; a la semana siguiente, sin ponerse de acuerdo, es muy probable que los papeles se hayan invertido, pues la que estaba “depre” ha salido adelante mientras que su antigua doctora ahora está ahogada en algunos problemas nuevos.
El modelo “danza” puede durar años y años, pero no es perfecto. Falla sobre todo cuando sucede que los dos amigos o amigas están en malos momentos y no pueden apoyarse realmente uno en otro. La solución común para este inconveniente es intentar otras conexiones en la amplia red de amistades que uno suele tener. ¡Es muy poco probable que todo el mundo esté mal a la vez!
Lo que sí puede suceder es que el repertorio de consejos y soluciones se vaya agotando con el paso del tiempo y se entre en una fase de repetir más o menos las mismas cosas. Sucede entonces, de modo muy natural, que se buscan actividades compartidas, como cursos de yoga, tabernas, grupos de oración, clubes deportivos o muchas otras cosas. Esto abre el espacio al siguiente modelo.
Es el caso de la amistad tipo “club.” La imagen es como la de la gente que disfruta junta un atardecer. La atención no se concentra en las historias de los implicados sino en lo que está “delante,” es decir, el sol que cae, el equipo de fútbol en el campeonato, el partido de Bridge, o el Congreso de Sanación. Como vemos, es otro tipo de sincronización que recibe su ritmo de afuera, no de las variaciones o búsquedas interiores de las personas.
Hay un último modo de sincronización que quiero mencionar, aunque en realidad es sólo una variación del “club.” Este último modo sucede cuando circunstancias exteriores, como trabajar en el mismo lugar, llevan a compartir unas mismas rutinas, no por elección sino por obligación. Si bien es cierto que podemos pasarnos la vida sin ir más allá de ser colegas, también es verdad que el compartir unos mismos retos y espacios puede facilitar que se dé una genuina sincronización y que lleguemos a valorar como amigos a los que viven con nosotros una parte sustancial de nuestra vida.
Sincronizaciones asimétricas
Ahora bien, todos estos modos de lo que hemos llamado “sincronización” se refieren a las relaciones de amistad que tienen un estilo simétrico, es decir, donde cada amigo ocupa un lugar semejante al de los demás. Hay también relaciones de amistad que son por sí mismas asimétricas y en ellas los roles no resultan intercambiables. En mayor o menor grado este tipo de amistades tienen como modelo la paternidad y la filiación, sea por la enseñanza que se transmite, por la protección que se ofrece o por la confianza y ánimo que se da.
Así encontramos, entre las asimetrías, el modelo “maestro-discípulo,” en el que hay uno que guía y otro u otros que son guiados. A los cristianos este modelo nos resulta familiar porque fue el que marcó toda la relación entre Jesús y sus discípulos. El culmen de tal relación es, según Jesucristo, aquel punto en que el discípulo llega a ser como el Maestro, según aquellas palabras: “Un discípulo no está por encima del maestro, ni un siervo por encima de su señor. Le basta al discípulo llegar a ser como su maestro, y al siervo como su señor.” (Mt 10,24-25)
Otro modelo asimétrico es el del “abuelo.” Si lo miramos bien, los abuelos tienen un lugar único, porque indiscutiblemente tienen una autoridad pero es una autoridad envuelta en dos palabras: afecto y experiencia. La “casa de los abuelos” es una referencia emocional imborrable en la vida de muchas personas. Muchas más buscan prolongar esa referencia o encontrarla por primera vez en contacto con personas mayores.
Un último modelo asimétrico es el del “director espiritual.” Mucho se ha discutido si debe haber propiamente amistad entre director y dirigido, y hay razones fuertes para quienes apoyan la idea y para quienes no lo hacen. Lo cierto es que tales amistades se dan, y se dan en condiciones asimétricas, marcadas por un deseo sincero de avanzar en la vida del Espíritu.