Se acerca ya el primer año de la llegada a Irlanda. Coincidencialmente he tenido oportunidad de compartir con otros inmigrantes sobre sus experiencias. A mucha gente le ha ido bien pero muchos otros sienten una nostalgia avasalladora por sus países y culturas, por los amigos que dejaron y las familias que quedaron irremediablemente separadas por muchos kilómetros.
Debo reconocer que hay cosas que dificultan tomarle cariño a este país. Se necesita cierto temple para resistir un verano con una semana completa de cielo gris, coronado por un buen aguacero. Para el estilo latino, extrovertido cariñoso, siempre será un poco rara la frialdad, mezcla de respeto e indiferencia de esta gente del Norte. Además, quienes han conocido y disfrutan de las cosas espectaculares, tipo Hollywood, Irlanda parece demasiado pequeña: “aquí todo es como un pueblo!,” se quejaba exasperada una amiga de México. Pero claro, todos los irlandeses caben cuatro veces en la sola capital del Distrito Federal…
A esas dificultades se unen las distancias de lengua (para los que no somos de países angloparlantes), de cultura y de comida. Además, saber inglés no resuelve todo, porque, como me decía simpáticamente uno de los padres del convento, “hablamos un inglés pensado en irlandés gaélico.” Y ciertamente, los nombres de los pueblos y lugares, que vienen todos del gaélico, son sencillamente impronunciables.
Por último, Dublín, por ejemplo, no es una ciudad barata sino más bien cara, incluso si se la compara con otras capitales europeas, con la excepción de Londres. Las actividades culturales son especialmente costosas para la mayor parte de los bolsillos y los centros comerciales cierran más bien temprano, de modo que es muy fácil quedarse desprogramado viendo televisión que tampoco es irlandesa, sino en su mayoría británica, o salir a un parque, que ya estará cerrado, a comprobar la temperatura de las ráfagas de viento a lo largo de todo el año.
Bueno, pero este es un elogio de Irlanda; y sin embargo, quizá algún irlandés que lea esto dirá: “¡No nos ayudes tanto!”
La verdad es que el amor, para que dure, tiene que estar lleno de realismo. Y eso practico en este momento. No quiero presentar a este país como un lugar de cuento de hadas, sino como un lugar real en un mundo real. Y precisamente dentro de esa realidad he encontrado cinco claves de lectura de Irlanda, de las que deseo hablar en próximos días. Son ellas: naturaleza, sufrimiento, periferia, silencio y belleza.