De una cosa he quedado vivamente convencido a raíz de mi viaje por España e Italia: estos queridos europeos saben disfrutar la vida. No lo digo de un modo superficial; no aludo simplemente a la comodidad que pueda tener un hotel, el refinado sabor de una comida o la luz deslumbrante de una playa en verano. Disfrutar no es algo que se queda en lo que la vida ofrece sino que tiene que ver con una serie de actitudes internas y de planes y resoluciones previas. De hecho, uno encuentra personas que “objetivamente” tendrían mucho para disfrutar pero que no logran sentirse contentas con lo que tienen.
Caminando, en cambio, por el Madrid de la noche o por las calles laberínticas de la Roma milenaria, uno ve gente que cumple con entusiasmo el mandato de Nietzsche: son “fieles a la tierra.” Y fieles también a Kant, y a la “mayoría de edad”: nadie puede guiarte más allá de tu decisión. Y fieles a Sartre: no hay esencias, sino sólo existencias. Serás lo que hagas de ti.
Pero sobre todo: son fieles al presente. Yo, como extranjero, siento casi con pavor el ritmo de ciertas noticias que no parecen alterar a los nacidos en este continente. Hace unos días salió en primera plana de un diario italiano que en cierto colegio público de Milán todos los niños de un cierto curso eran musulmanes. Entre tanto, la mayor parte de las italianas jóvenes temen que tener un hijo (¡no se hable de más de uno!) arruine para siempre todo lo que han hecho por su piel. Y yo me pregunto con toda ingenuidad: ¿serán especialmente amables los musulmanes que sirvan de guías turísticos entre los monumentos católicos de Roma o de Florencia? Y sin embargo, la cosa no parece interesarle más que a unos pocos escritores o pensadores que de inmediato son tachados de “ultraderecha”…
En el caso de las comunidades religiosas hay cifras que ya no son escandalosas sino definitivas. La muerte ha sido decretada ya sobre un número de comunidades, sobre todo femeninas, que de hecho ya no reciben vocaciones porque no tienen cómo formarlas. Otras, en cambio, ponen su esperanza en chicas africanas, latinoamericanas, filipinas o indias. En Inglaterra hace tiempos que no es noticia que una iglesia (usualmente anglicana, por razones obvias) cambie su uso y se convierta en hotel, galería de arte, auditorio o incluso restaurante o discoteca. Es de muy mal gusto, sin embargo, opinar sobre ello, y menos aún hacerlo públicamente.
Los hilos de la familia, de la fe y de la herencia cultural se deshacen en hilachas que poco importan o poco parecen importar a millones de hombres y mujeres que están muy ocupados ganando dinero en otoño, invierno y primavera, y gastándolo en verano. Son civilizados; a menudo, atentos; más de una vez cordiales. Pero sus ojos están en el aquí y el ahora. Los veo atrapados en el presente. Temo que despierten demasiado tarde.
No puedo negar que amo a Europa y que me importa, porque culturalmente mi pueblo se debe en primer lugar a lo que ha recibido de todos estos países, empezando por España.