Ayer llegué de Roma a Madrid. Con el album de los recuerdos colmado de amor y bendiciones. Ahora pienso que no sería malo morir en Roma. O donde Dios quiera.
Hoy salimos con Mauricio y María a ver el museo por antonomasia, El Prado. Como miles, quedé subyugado ante el Cristo con la Cruz a Cuestas de El Greco y el inmortal Cristo Crucificado de Velásquez. Admiré a Durero y me conmovió la ternura de Murillo con sus Inmaculadas y con la Virgen Niña. Ribera y El Bosco, Rafael, las esculturas clásicas… todo un baño de belleza y de exploración en el corazón humano.
Mañana, Dublín. Laus Deo.