En julio de 1984, hace veinte años, llegué por primera vez a Roma. Veníamos de vuelta de la Olimpiada Internacional de Matemáticas celebrada en Praga. Yo no fui concursante aquella vez sino coentrenador. Llegados a Roma, encontré una ciudad que para mi gusto era muy caliente, desordenada y lejana. Lo único que quería hace veinte años era satisfacer la curiosidad de ver al Papa.