Hoy ha sido día de trabajo: homilías y boletines. Por la tarde-noche, una extensa caminada hasta Lungotévere, y un poco más. Es la otra Roma, la que baja a las orillas del Tíber y ofrece todo tipo de cosas y donde se halla todo tipo de propuestas, desde la Caritas de la Diócesis de Roma hasta el colectivo Homosexual Italiano de Creyentes, pasando por Greenpeace y los artistas callejeros de la pintura y la artesanía.
Es un ambiente bohemio y desenfadado que vive como de espalda a las consabidas grandezas arquitectónicas y espirituales de la Ciudad Eterna. Poetas en trance de buscar la musa, pintores de dudosa o sorprendente calidad, uno que otro tablado como para bailar un poco de jazz o blues. No vi que se consumiera droga ni me pareció que fuera muy abierto el consumo, si lo hay, pero sí creo que puede suceder. En la atmósfera no se siente inseguridad, sin embargo, sino ese típico “pásalo bien” que ya he encontrado en varias esquinas de Madrid o en la perenne fiesta de Grafton Street en Dublín.
Todo hace parte de un submundo más o menos globalizado, no por obra de las decisiones de grandes multinacionales sino por el paso humilde pero eficaz de unas mismas modas y búsquedas concurrentes. ¿Qué saldrá de ahí? ¿Antros de vicio, corrientes nuevas de pensamiento, escuelas inéditas de arte, pandillas de inusitada eficacia, métodos inesperados de evangelización? No lo sé. Pero algo me dice que Jesús, si viniera a esta Roma del siglo XXI, también pasearía por esas orillas del Tíber, hasta el puente Garibaldi, y más allá…