Hoy he visto con especial claridad la belleza de la vocación de los Foyer de Charité. He visto que es una vocación oportuna para nuestro tiempo, profética especialmente en el contexto secularizado de Europa, llena de eso que me encanta y que se llama “predicación” y muy balanceada en sus ingredientes “humanos” y “divinos,” para hablar en esos términos. He visto, en suma, que es una vocación posible para mí. El padre Río, padre de este Foyer de Ronciglione, me lo ha sugerido, además. Y sin embargo, no creo que sea voluntad de Dios que yo deje la Orden de Predicadores.
La razón es una sola palabra: teología. Dicho con una consigna: Hay que hacer teología. Es verdad que la vida de los Foyers es una respuesta a muchas necesidades de la Iglesia de hoy, pero es una respuesta en términos de los hechos. Lo cual es básico, es el cimiento indispensable, es el fundamento de lo que tendrá que venir después, pero no es todo. Precisamente: algo debe venir después, y entre todo eso que debe venir están las nuevas síntesis teológicas que puedan entrar en diálogo fecundo con corrientes y preguntas propias de la ciudad de hoy.
Yo sé que un padre en un Foyer puede escribir teología, pero “hacer teología” es algo más: implica la proximidad real con los problemas, la bibliografía, la vida académica, en fin, todo eso que uno no añora en la paz del campo y del Foyer, pero que también es parte de la vida de la Iglesia.
Hay que hacer teología. No es un placer ni un simple deber: es un servicio, una vocación. Y en mi caso: una parte de mi Cruz. Mediante Dios, el cielo será mi Foyer.