Se nos fue Jesús Abello.
Recuerdo desde aquí con inmenso cariño a ese hombre que, en su sencillez, supo abrir su corazón a la generosidad.
Un hombre que supo ser entusiasta en ratos inolvidables de alegría y paciente en horas de dolor. Amplio en su abrazo y también en la capacidad de acoger siempre a su mesa o en su casa a quienes pudieran recibir de sus bienes, de su palabra o de su tiempo.
Humilde ante Dios, fraterno con todos; hombre afable y esposo cercano, que supo formar con nuestra amada Juanita un verdadero hogar abierto a parientes y amigos, y aun para los extraños.
Yo tengo del tío Jesús Abello un bello recuerdo de nuestra última conversación por teléfono, cuando ya casi salía yo para Irlanda.
El “Maluquito” pasaba por una etapa de crisis, en razón de su salud, que de tantas maneras le hizo sufrir. Aunque animoso por naturaleza, tendía a deprimirse viendo como sus fuerzas se minaban bajo el peso de los años y de una diabetes avanzada. Sin embargo, siempre dócil y capaz de escuchar, no se encerró en su dolor, sino que supo acoger la sugerencia de su esposa y pasó al teléfono aquella vez, porque quería recibir algunas palabras de fe dichas por este servidor, y también una oración.
Y me ponía yo a pensar que este hombre tan grande cuerpo y de edad ya respetable, allá en su alcoba cerraba los ojos y recibía una plegaria por teléfono, con la sencillez y el corazón abierto de un niño.
Y hoy me digo: si el Evangelio es verdad –y claro que lo es– de ellos, de los que pueden orar y esperar así, es el Reino de los Cielos.