Ayer inició su andadura el Fórum Universal de las Culturas Barcelona 2004, acontecimiento que se prolongará cinco meses. No se incluyó en la inauguración ningún himnos y sólo finalmente se decidió que ondearan seis banderas, en la línea de un acto que se define como una “celebración de las culturas.” Las banderas fueron: la europea, la española, la catalana, la de Barcelona, la de la Unesco y la de Sant Adrià de Besòs.
Es imposible registrar este hecho sin relacionarlo con otros parecidos. Por ejemplo, la idea de que Cataluña tenga un equipo de fútbol propio que, por ejemplo, pueda enfrentar al equipo de España. En Colombia, el equivalente sería, por ejemplo, un partido entre el Deportivo Cali o el Junior y la selección Colombia. O está el hecho mismo de no considerar a Barcelona ni a todo Cataluña parte de “España.” Para muchos catalanes, “España” es un proyecto impuesto, algo que llega de fuera y que tiene sabor a eliminación de lo propio.
Pero el asunto es bien complejo por la multitud de intereses implicados y por la larga historia que precede a las discusiones o posturas actuales. Por un lado, Cataluña es región industrialmente boyante y semillero de gente de empresa, conocida por su tenacidad que puede rozar la codicia. Por otra parte, los catalanes se ven a sí mismos como más “europeos” que como ven a “los españoles” (pues ellos no se consideran españoles). Y ser “europeo” en este contexto significa una actitud racional, laica, liberal en cuanto a la vida moral y en continuo contacto con otras regiones y países, en clave de cultura y de prosperidad económica.
Añádase a esto el ingrediente político. Causó cierto escándalo para muchos ver que el ejército separatista vasco (ETA) pactara con el gobierno de la autonomía (provincia) de Barcelona un cese al fuego o acuerdo de no agresión. Escándalo por varias cosas: ¿es lícito negociar así con terroristas? ¿Y hacerlo al margen del gobierno de Madrid? ¿Y no es esto una especie de unión entre los que quieren diseccionar a la actual España, dado que vascos y catalanes parecen entenderse bien en el tema?
Además, están los precedentes de la Historia. Cuando la Guerra Civil de la primera mitad dle siglo XX la Izquierda política (los “rojos”) buscó aliados muy fuertes en las regiones como las vascongadas o Cataluña. O como decir: en su deseo de aglutinar fuerzas contra “el establecimiento,” pareció lícito a ellos echar mano de los sentimientos de separación, porque ello implicaba quitar fuerza de símbolo y fuerza real a los ideales de un rey, una lengua y una fe, ideales que de algún modo han estado vinculados a la consolidacion misma de España frente al Islam.
Y así aparece también el ingrediente religioso: en el marco de pensamiento de la Izquierda, la religión resulta aceptable si acaso como una opción privada. Mi impresión es que para el estilo catalán una fe manifestada públicamente y sobre todo, oficialmente, tiene sabor de triunfalismo, de montaje, de argumento de dominación, y de supresión de la pluralidad. Y es aquí donde el ciclo se completa: la celebración de la pluralidad es uno de los ideales más caros a la mente europea contemporánea, así vaya quedando poco a poco más claro que hay montañas de ambigüedades a la hora de definir cuáles pluralidades pueden existir y cuáles no.
Preguntas abiertas
Con semejante telón de fondo, que apenas hemos esbozado, ya se ve qué acentos tan diversos alcanzan palabras que uno suele usar con ingenuidad, tales como cultura, nación, país, y luego las derivadas: inter-cultural, inter-nacional, y las que sigan.
Por formular una pregunta inocente: ¿se puede celebrar las culturas sin aludir a los países? La idea de evitar las banderas venía de ahí: tales estandartes identifican países mas no culturas. Cuando uno se hace esa pregunta le siguen inevitablemente otras, como por ejemplo: “Pertenezco a un país, pero también a una cultura y también a un sistema económico, ¿a cuántas entidades o realidades pertenezco y qué signfica pertenecer?“
Otra: “Para determinar quiénes dirigen los destinos de un país hay elecciones democráticas. ¿No debería haberlas para escoger a quienes mandan en los sistemas económicos o quienes tienen poder en el ámbito de la cultura?” En efecto, ¿por qué suponemos que la gente sabe suficiente política como para elegir a sus diputados o a su presidente (que tendrán que ver con todos los aspectos de la vida de los ciudadanos) y no los suponemos informados o capaces cuando se trata de elegir a los gerentes o presidentes de los emporios económicos que marcarán un número de cosas en la vida de ellos?
Y aún más: ¿cabe imaginar un mundo sin países? No digo en la anarquía. Digo: ¿podemos imaginar medios de autoridad local que interactúen de modo más inteligente y a la vez más humano en relación con lo que en realidad somos los seres humanos?
Yo recuerdo por ejemplo, cuando, siendo un niño, vi por primera vez el mapa político de África. Para mí era de gran interés saber a quién pertenecía el desierto del Sahara. Para mi sorpresa, vino a resultar que todos ess granos de arena pertenecen a alguien. Es decir: el desierto tiene dueños –supuestamente países. ¿Y los países? ¿Tienen dueños también? Y en el Sahara, o en Iraq, o en la Antártida, ¿qué significa pertenecer a alguien? ¿Es igual ser un país como llegó a serlo Francia, como “desde dentro,” que ser un país en las condiciones en que se quiere que lleguen a serlo Iraq o Afganistán, como “desde fuera”? ¿Es justo y es el camino único forzoso presionar a que todos se vuelvan países, con fronteras, constitución política, himno y todo lo demás?
Barcelona va a darnos mucho en qué pensar…