Hace unos días falleció la mamá de uno de los padres de mi convento. Comento impresiones:
1. Sentí solidaridad. Todos nos hicimos presentes en alguna de las fases de la despedida a este venerable señora (tenía algo más de 90 años).
2. La solidaridad resulta poco emotiva, comparada con el estilo latino. Los hombres no lloran, por lo menos, no en público. Las mujeres, poco. Sólo se dan algunos abrazos entre la familia inmediata, y algunas señoras a los hijos de la difunta.
3. El respeto es inmenso. Hay un aire muy hermoso y muy discreto a la vez, que se convierte en delicadeza para quien se sabe que está sufriendo.
4. Las cosas suceden de modo discreto. Hay reemplazos que hacer, tareas que cubrir. Todo se hace con discreción y eficiencia. Prácticamente no hay perturbación en el orden diario.
5. La persona afectada vive su luto en un inmenso silencio, que uno puede suponer que se rompe con algunos más cercanos. A los demás, se supone que nos corresponde entender, acompañar, respetar, orar, callar, apoyar. Son roles muy claros; muy establecidos. Uno no se siente mal, pero sí es un poco extraño.