Pasada la “barrera” simbólica del medio año por aquí, yo diría que me brota un tipo de mirada y de evaluación diferente. Como que ya no sólo miro lo que está “delante” sino que también vuelvo un poco la atención sobre mí mismo, y me percibo distinto.
Es difícil evaluar uno los propios cambios pero me atrevo a decir que me siento distinto. No sé si he venido al mundo sobre todo a conocerlo o a cambiarlo. O tal vez a una combinación de las dos cosas, no sé.
Me ha resultado fascinante entrar por los caminos amplios de mis inmensas ignorancias y descubrir que todo es apasionante y que en todo hay huellas de una sabiduría como interna, serena y tímida… se me parece a una mariposa de aquellas que, nada más acercarte, huyen. Sólo desde una humildad muy grande, y desde una especie de castidad de la pregunta se me antoja que uno puede llegara tocar algo de la verdad de las cosas y de las personas.
Dublín me gusta; ese es otro factor. Ya decía una vez que me parece una especie de palco privilegiado para ver sin dificultad hacia la Europa del Continente, con toda la complejidad de su historia; hacia la Inglaterra aquí vecina, con su mal disimulado dolor por la hegemonía perdida; hacia la América del Norte, en fin, con la altivez y agilidad de sus resultados. Lo ingenuo y pretencioso del planteamiento “gringo,” lo venerable o detestable del rancio discurso continental o el crispado e impredecible liderazgo británico: ¡todo tan cerca! Y todo además, como listo para ser leído, en el contexto de un país que ama la serenidad del campo, la hondura de la poesía, el encanto de la mística, la belleza de la palabra…
Es verdad que Irlanda es esquiva en sus afectos. Lo he dicho y me sostengo en ello. Quizá pase tiempo hasta que yo pueda decir que tengo amigos irlandeses. El corazón de este pueblo es sensible, precavido, tardo, en general, como el de los europeos. No te dan muchas sorpresas y no quieren recibir demasiadas novedades. Aman sus rutinas aunque puedan alguna vez detestarlas. Al fin y al cabo, saben que ya habrá un horario establecido para detestar el horario… Por todo ello, el corazón es parsimonioso, y también delicado. En el pecho irlandés vibra un arpa y tiembla la cuerda jubilosa de algún violín que no es fácil de oír.
Entonces vuelvo a mí. No me corresponde decidir a mí si voy a vivir aquí, desde luego; pero sí me corresponde buscar la fidelidad y cultivar la alegría y la generosidad en lo que voy viviendo.