Todavía recuerdo mi extrañeza la primera vez que oí hablar de sectas dentro de la Iglesia Católica. Semejante calificativo se justificaría, opinan muchos, por el comportamiento de corte absoluto, fundamentalista y proselitista. Los merecedores del epíteto serían grupos y movimientos del estilo del Camino Neocatecumenal, Comunión y Liberación, Legionarios de Cristo, e incluso la Renovación Carismático.
Yo mismo he recibido muchísimo de la Renovación Carismática, y he visto más bien con simpatía a varios de estos otros movimientos, así que semejante actitud en contra de ellos me produjo sorpresa.
El tiempo ha pasado y he vivido un proceso con otras dos fases.
En un primer momento, he examinado varios elementos de estos grupos y movimientos y mi conclusión es que ciertamente hay razones para desconfiar de algunas de sus estrategias y enseñanzas. Es frecuente hallar un lenguaje drástico, del estilo: “el mundo es malo; sólo hay salvación creyendo esto y esto que nosotros enseñamos y practicamos.“
Además, está el tema de la doctrina. En general los movimientos eclesiales utilizan una doctrina simple, en lo que tiene que ver con el kerigma, y a menudo son reacios a la profundización teológica y sobre todo al concepto mismo del avance de la teología. Puesto en esos términos, son más “conservadores” que “progresistas” o “liberales”. Algunos parecen ser de la opinión que todos los problemas ya han sido estudiados y resueltos por los teólogos “seguros” y el magisterio de los Papas, de modo que mirarían con desconfianza cualquier intento de replantear un tema ya definido o de abrir investigación sobre lo que aún no es dogma en la Iglesia.
Esta actitud sirve de excusa o de razón para que otros en la Iglesia se nombren dueños de la teología, de la teología “viva”. El ejemplo típico es Hans Küng, que anda por media Europa y medio mundo presentándose algo así como el héroe atacado, el Robin Hood de la Iglesia Católica en estos tiempos de “neo-oscurantismo”, y todo lo demás que suele decir.
Para los convertidos, este lenguaje es sencillamente demoníaco y sólo lo escuchan para convencerse más y más de que deben afianzarse en su propia lógica, levantar más altos sus muros y hacer más vigorosas sus propias resoluciones.
El efecto de este desencuentro es una especie de cisma tácito que va juntando a lado y lado facciones opuestas. De un lado, devotos, convertidos, tradicionalistas, inspirados y neoconservadores; del otro, los diplomáticos, abiertos, sensatos.
Lo triste es que comunidades religiosas enteras van quedando más del lado “progre” que del “devoto”. Y es comprensible. A mí me impacta mucho lo que veo entre los jesuitas. La extensa y honda formación jesuítica y su vocación de servicio en las fronteras no se compadecen con una actitud de puro trabajo y de doctrina simplificada o congelada. El efecto, puesto en términos sencillos, ha sido de exclusión-autoexilio.
Eso en cuanto a la primera fase.
Una segunda fase, que ha sucedido enteramente en Europa, es el descubrimiento del ambiente social que hace casi inviable otros modos reales y eficaces de evangelización que no sea al estilo de los nuevos Movimientos. Y la razón es que se juntan tres cosas, según veo yo: fuerte anonimato, subjetivismo moral y hedonismo a ultranza. El efecto conjunto es lo que hemos comentado en otras entradas de este diario: una tendencia fortísima a relegar la fe a la categoría de los “grandes relatos” o “grandes narrativas”, que, según los postulados comúnmente aceptados en esta postmodernidad, “no aplican”.
La consecuencia más inmediata de este enfoque es que el cristiano queda descalificado como interlocutor si se presenta como cristiano. Sus alternativas son: callar su identidad y entrar en el diálogo humanista-inclusivo-democrático, es decir, volverse “progre”; o buscar otros como él y celebrar juntos la fe; en este último caso se le considerará “secta”, y se le recluirá en un gheto: es un “tradicionalista”.
¿Qué hacer frente a esa disyuntiva?
Padre creo que como lo han dicho los catequistas mios del Camino Neocatecumenal: la realidad del camino podrá acabarse, asi como las ordenes religiosas o demás realidades que suscite El Señor con Su Espititu, pero la Iglesia graciasa El no se acabará porque es una Promesa de El Mismo, por lo pronto alegremenos del servicio de estas realidades a la Iglesia, su obediencia y humildad a Pedro. Que si hay derecha izquierda progresista o lo demas es lo de menos.. ya lo dijo San Pablo. no soy de apolo sino de Cristo! Y no creo en que sean Ghetos son realidades a la que el Señor llama a los pobres de corazón… es más el no nos ama si somos o no somos de la Iglesia o de un movimiento… nos ama pecadores y como somos… no nuestro pecado… solo que quiere inmensamente nuestra conversión… Padre Dios lo Bendiga!