Una de las cosas que uno como predicador, y quizá más como sacerdote, se pregunta es: ¿cómo se logra cambiar las ideas o concepciones morales de tantas personas? Es decir: ¿cómo se logra que tanta gente piense distinto en un tiempo relativamente corto?
El ejemplo que siempre menciono al hablar de este hecho es el del feminismo norteamericano. Las líderes feministas del siglo XIX se oponían violentamente al aborto, pensando sobre todo en que las consecuencias físicas y morales pesarían siempre más sobre la mujer. Un siglo después, el “derecho” a abortar ha sido defendidamente apasionadamente por las nuevas feministas, con nuevos eslóganes, por supuesto: “La mujer es dueña de su cuerpo,” y cosas parecidas. Otros ejemplos incluyen el cobro de interés por los préstamos de dinero, el amor homosexual, las políticas de armamento nuclear. De la desaprobación radical al apoyo entusiasta, pareciera que “alguien” jugara con la mente de millones de personas, llevándolas a respaldar, con fervor casi religioso, lo que antes detestaban.
Algo así vemos suceder ahora mismo, hoy mismo, ante nuestros ojos, en lo que tiene que ver con la clonación humana. Sólo que esta vez estamos lo suficientemente cerca y los suficientemente despiertos como para examinar qué pretenden hacer con nosotros y cómo lo quieren hacer.
Un elemento, indudablemente, es el uso del lenguaje, que a su vez incluye varias tácticas:
1. Usar selectivamente de adjetivos y fórmulas de ponderación
He aquí un aparte de la noticia de la clonación de treinta embriones humanos ofrecida por el periódico EL TIEMPO, de Colombia, en su edición del 13 de febrero de 2004: “Esto significa un avance en el tratamiento de enfermedades degenerativas y terminales y en el trasplante de órganos, a partir de células madre.” Ante todo, está la palabra mágica: avance. Hemos avanzado. Es un juicio apresurado a todas luces, así sea por el solo hecho de que simplifica las cosas al extremo. ¿Acaso las tremendas y múltiples implicaciones que trae clonar seres humanos son todas ellas un avance? EL TIEMPO ya estudió por nosotros el asunto y nos está enseñando lo que nosotros debemos pensar: clonar es avanzar. CNN en español habla del principio de una “revolución médica“, y más adelante, aunque sabe de las controversias éticas pendientes aclara de qué revolución habla: “La técnica aumenta las esperanzas de tratamientos revolucionarios para la diabetes, el mal de Parkinson y otras enfermedades.” Conclusión: oponerse a la clonación es frenar la curación de enfermedades que posiblemente afectarán nuestra propia vejez. Es frenar la ciencia. Es ser un reaccionario que pretende detener el avance de la ciencia. La guerra está casada: o nosotros o esos embriones.
Lo que quiero destacar es, sobre todo, cómo las noticias son presentadas ya con un color. No hay información “neutra”; parece que eso simplemente no existe. Llamar “avance” a lo que acaba de suceder en Corea del Sur con esos embriones es ya dar un color, es enseñarnos a pensar. Aprovechan la pasividad de la mente que quiere informarse para sembrar los pensamientos y calificativos morales que quieren que queden implantados. No sólo clonan embriones; clonan concepciones morales que crecen en nuestras mentes distraídas ante el televisor o ingenuas ante la página científica de un diario de gran circulación.
2. Presentar sistemáticamente sólo una parte, o sólo una versión
Leemos en EL TIEMPO: “En el experimento en cuestión, científicos de la Universidad Nacional de Seúl dijeron que recogieron 242 óvulos humanos y lograron crear 30 blastocitos, embriones de etapa inicial que contienen unas 100 células.” A ver, analicemos eso: 242 óvulos humanos; 30 blastocitos. La noticia luego nos cuenta que de ahí se lograron 20 clones. Si uno de esos clones es implantado en un útero (y no lo abortamos) tenemos a un ser humano, como el doctor Moon Shin-Yong, que participó en los experimentos, o como Ud. o como yo.
Pero esos clones no serán implantados. Serán usados. Nunca tendrán voz. La versión de ellos, su versión de las cosas nunca llegará a existir. No harán ruido; no colmarán plazas con pancartas y cacerolas o tamborines; no reclamarán en las cámaras legislativas; no podrán votar en contra de los proyectos de ley que autoricen usarlos. Su palabra ha sido mutilada para siempre. Como la versión de ellos no existe, sólo queda la versión de los que los usarán, para los cuales todo esto es un gran avance: un 70% de los encuestados por CNN apoya ya la clonación humana.
Este modo de proceder, este modo de seleccionar una sola versión o una sola cara de los hechos no es nuevo. Cuando los barcos esclavistas ingleses o españoles traían fuerza de trabajo negra de las llanuras del África ecuatorial sabían que muchos de esos negros iban a morir en medio de dolores físicos horrendos. ¿Su respuesta? Restar, en un papel, los muertos y hacer cuentas del beneficio que todavía dejarían los que resistieran, según las estadísticas. ¡Estadísticas! Eso es lo que queda de esos seres humanos que fueron arrancados de sus tierras, despojados de toda dignidad, maltratados y humillados sin límite, hasta la muerte. Sus cuerpos fueron echados por la borda de aquellos barcos que hicieron su riqueza y trajeron riqueza laboral a América a tan alto precio. ¿Hay mucha diferencia con los 30 blastocitos de los laboratorios de Seúl?
Hoy hacemos aspaviento del nivel de nuestra civilización que no tolera la esclavitud, y sin embargo, seguimos en la misma lógica, usando personas. Si un dueño de hacienda de Alabama hubiera sabido de cierto que la vida de un hijo suyo podía ser rescatada con la vida de alguno de sus esclavos ¿habría dudado en usar esa vida? Tal vez sí. Los científicos de Seúl, no.