Una tendencia muy fuerte que he encontrado, tanto en EEUU como en Europa, es la de solucionar las limitaciones de la voluntad con pastillas. Un tratamiento para dejar de fumar se anuncia con estas palabras: “Ud. no necesitará hacer ningún esfuerzo consciente y no sentirá que le hace falta.“
Me llama la atención lo de reemplazar nuestros esfuerzos por sustancias introducidas en el organismo. Es un tema complejo porque nos convierte a todos en potenciales pacientes siquiátricos. ¿Depresión? Una pastilla. ¿Un mal hábito para erradicar? Otra pastilla. ¿Sensación de incapacidad frente a un proyecto? Otra pastilla. ¿Faltará mucho para que ofrezcan paquetes de pastillas con títulos como Superando un Divorcio, Aborté y Sobreviví, Tomando Decisiones Sabias, y otros, cada uno con una foto de algún actor o actriz de moda y un paquete muy bonito de pastillas.
No niego que los avances en bioquímica y neurología dan grandes luces sobre los procesos cerebrales, hormonales o enzimáticos que en buena parte marcan nuestro comportamiento, a veces hasta ese extremo que llamamos locura o con otros términos. No se trata aquí de cuestionar la innegable validez de una ciencia siquiátrica como tal. Más bien se trata de ver que, a medida que se extiende la idea de solucionar las decisiones humanas con sustancias ingeridas, se afianzan dos cosas muy serias y riesgosas: la automedicación y la idea de influir “desde afuera” en un organismo. Lo primero es vecino de la irresponsabilidad; lo segundo nos envía a una espiral de más y más medicamentos, por los efectos secundarios y las dependencias.
Y me preocupa que de todo ello surja un gran mercado, como ya sucede de hecho. ¿Es la adicción a ese mercado más o menos grave que fumar cigarrillos?