El primer misterio matemático grande que yo recuerde haber aprendido en el colegio fue aquella famosa ley de los signos: “al multiplicar, signos iguales, dan más; signos distintos, dan menos.” Según eso, “más por más, da más“, pero también, “menos por menos, da más.“
No vamos aquí a discutir las bases o las aplicaciones de esta ley, sino a presentar una aplicación muy particular (y analógica) de ella. Quiero referirme a Irlanda.
La premisa básica es: las condiciones de geografía de una isla grande generan un modo particular de sicología, por darle un nombre, que no se equipara a lo que sucede en un Continente o en una isla pequeña.
El tamaño importa porque una extensión de tierra habitable, que sea continua y a la vez muy grande, presentará probablemente variaciones culturales lo suficientemente pronunciadas como para disminuir la velocidad con que se hacen públicamente aceptables y aceptadas unas ciertas ideas o costumbres.
En el otro extremo, una isla demasiado pequeña presentará seguramente escasez de recursos vitales o de factores de amenaza que produzcan o favorezcan el desarrollo de nuevas tecnologías o el apoyo a ideas novedosas o tendencias políticas heterodoxas. En el largo plazo, esto engendra marasmo.
Islas como Inglaterra o Irlanda tienen, en cambio, un tamaño que es lo suficientemente grande como para favorecer la variedad, el reto, la competencia y la innovación, por un lado; pero que lo suficientemente pequeño como para crear en un tiempo breve un lenguaje común o generar una moda. Creo que esta tesis podría explicar, por lo menos parcialmente, la sorprendente serie de aportes del más diverso género que ambas han hecho, desde lo muy bueno hasta lo muy perverso.
El estar y no ser una con Europa ha sido la gran estrategia de Inglaterra. Aliarse y no juntarse; proponer para todos y diseñar para sí misma; aventurar un sueño conjunto y retirarse si las cosas no marchan; hablar mucho sin explicar mucho; callar mucho cuando hay que obrar solo. No pedir nada a nadie, hasta donde ello sea posible, manteniendo la libertad de negociar todo con todos. Nunca justificarse, nunca disculparse; agradecer poco y cantar recio. ¿Resultado? Un imperio.
Inglaterra se “restó” de Europa sin anularse de Europa.
¿Y esta poética Irlanda, que difícilmente puede mirar al continente sin mirar a su vecina inglesa?
Irlanda se “restó” de su vecina Inglaterra. Y como menos por menos da más, Irlanda ha sido tradicionalmente más cercana al Continente, en términos de cultura, de lo que ha sido la misma Inglaterra. En tiempos en que Inglaterra penalizaba el ser católico, muchos irlandeses salían secretamente a formarse de sacerdotes en Italia o Francia.
Por ello mismo, es inmensa la complejidad del alma irlandesa y es fácil perderse en sus vericuetos. Hay que saber que a menudo sus afirmaciones o su humor, o su desconfianza o su solidaridad, siguen una sinuosa ley que va del menos por menos… y que da más.