El primer misterio matemático grande que yo recuerde haber aprendido en el colegio fue aquella famosa ley de los signos: “al multiplicar, signos iguales, dan más; signos distintos, dan menos.” Según eso, “más por más, da más“, pero también, “menos por menos, da más.“
No vamos aquí a discutir las bases o las aplicaciones de esta ley, sino a presentar una aplicación muy particular (y analógica) de ella. Quiero referirme a Irlanda.
La premisa básica es: las condiciones de geografía de una isla grande generan un modo particular de sicología, por darle un nombre, que no se equipara a lo que sucede en un Continente o en una isla pequeña.
El tamaño importa porque una extensión de tierra habitable, que sea continua y a la vez muy grande, presentará probablemente variaciones culturales lo suficientemente pronunciadas como para disminuir la velocidad con que se hacen públicamente aceptables y aceptadas unas ciertas ideas o costumbres.