El objetivo final de las misiones a Marte no se oculta a nadie; se trata de salir de dudas: ¿hubo agua en el planeta rojo? Tampoco se oculta por qué esa pregunta: la vida, como la conocemos, está asociada al agua. Si hubo agua, se pueden buscar los rastros (desechos metabólicos) de procesos bioquímicos propios de los seres vivos. La química de la vida deja sus huellas en el nivel de la composición misma de los suelos, incluso si por cualquier razón no hay fósiles.
¿Por qué es tan importante saber si hubo agua, o mejor, saber si hubo vida? Porque si hay vida en Marte tendríamos una indicación, mínima pero enormemente significativa, de que la vida es un fenómeno bastante común en el universo. Los billones de billones de estrellas, que sabemos que están ahí afuera, deben albergar un número aún mayor de planetas. Es de esperar que una porción inmensa de ellos tengan condiciones rocosas y atmosféricas semejantes a las de la Tierra o Marte. Todo ello significa que, si hay trazos de vida en nuestro vecino, tendremos razones fundadas para suponer que el universo entero, o por lo menos lo que vemos de él, literalmente rebosa de vida.
Ahora bien, una vez que se admite, como lo hacen la mayor parte de los científicos, que la vida evoluciona por procesos autoajustables que vinculan azar y supervivencia (Darwin) es evidente que en universo que rebosa de vida hay que suponer que esa vida ha evolucionado en muchos lugares hacia lo que nosotros llamamos “inteligencia” o “conciencia”. Es decir que, en términos breves, vamos a Marte para tener una pista en la solución de un problema que, más que práctico, es filosófico: ¿estamos solos?
¿Por qué es tan importante esta pregunta? Si la vida es algo común y casi “popular”, y la evolución de la vida es el fruto de azares y lucha por sobrevivir, el ser humano es una especie de accidente. Según esta visión, que se presentaría como amarga pero por fin cierta, nuestras luchas, imperios y poesías, y también nuestros credos, cultos y pasiones, son sólo los balbuceos de una de las muchas expresiones de un fenómeno que debe estarse repitiendo, empezando o declinando en millones de lugares en torno a esas estrellas que titilan en nuestras noches.
Imaginemos qué resulta de aquí. ¿Qué son nuestros orgullos patrios o qué son nuestras declaraciones de amor? ¿No parece todo repentinamente pequeño, casi trivial: reyes o artistas, monjes o escritores, sacerdotes o presidentes, emperadores o reinas de belleza, si se quiere?
Es evidente que una postura existencial así no puede admitir que el Dios del cielo haya creado a esta pequeña muestra de vida que se desplaza frenética por la superficie de un planeta entre tantos. Y decir que el Hijo Unico de Dios, ese Hijo por quien fueron hechas todas las cosas (según la Carta a los Colosenses), vino a la tierra, pisó este planeta, se compadeció de los seres humanos, dijo palabras de sabiduría y ternura infinitas, y fue capaz de morir atrozmente en una Cruz… decir todo eso es una fábula para quienes quieren que se demuestre pronto que no somos nada relevante en un universo atestado de vida y de inteligencia.
Esto quiere decir que los resultados de las próximas semanas en cuanto a los experimentos sobre la superficie de Marte producirán con toda probabilidad una fuerte oleada de pensamiento adverso a toda forma de religión. Se dirá que la religión es un modo de narcisismo, un provincianismo cósmico, y cosas parecidas.
El gran “profeta” de este modo de hablar fue Carl Sagan; lo oiremos mencionar muchas veces en los próximos años. Se dirá de él que “se adelantó a su tiempo” y su programa de investigación SETI (Búsqueda de vida extraterrestre inteligente, por sus iniciales en inglés) recibirá nuevo aliento.
Ahora bien, todo esto no es nuevo. Sagan expuso abiertamente su credo hace muchos años, y su serie Cosmos, con toda razón admirada, es en realidad una gran catequesis de esta especie de religión de la ciencia astrofísica. Lo nuevo es que por primera vez podemos, como especie humana, hacer experimentos de un alto grado de confiabilidad para esclarecer si la vida es o no es un elemento tan común en el universo.
Bueno, y para nosotros los creyentes ¿qué quiere decir esto? ¿Tenemos que ver esos experimentos en Marte como una amenaza? ¿Qué dice a un creyente el hecho (probable) de que aparezca vida en Marte? Ya seguiremos reflexionando.