Una de las grandes bendiciones de encontrarse en otro lugar, a miles de kilómetros de las tierras que uno ha conocido en la infancia y la juventud, es una especial sensibilidad por la geografía. Es verdad que por obra de la globalización uno puede tomar jugo de naranjas españolas al desayuno, degustar uvas francesas al almuerzo, acompañado por bananos de Costa Rica, en una mesa adornada con flores de Colombia. El vino de la misa es portugués y quizá no falte un poco de Schwarzbröte alemán. Todo eso está bien, y los almacenes especializados en importación se multiplican (¿alguien quiere jugo de zanahorias hidropónicas de Japón, por casualidad?). Pero hay algo que está ligado a la tierra, al lugar, a la geografía.
¿Qué es lo que trae el lugar? Es difícil listarlo, y se requiere más de una observación. Tiene que ver con la altura del sol, por ejemplo. Estar a mediodía con un sol que no levanta más de un tercio de cielo es simplemente extraño para quienes hemos visto al astro rey enseñorearse por todo el centro de todo lo que puedes ver, colmando de calor y de luz tu día entero. Este sol tímido es también más respetuoso. Calienta menos y eso significa que afecta menos. Como afecta menos, las cosas se descomponen no a la bárbara velocidad del caribe sino a un paso mesurado y prudente. Como consecuencia, hay menos bacterias y menos especies macroscópicas también. Es entonces más probable, en general, que el agua sea potable. Hay menos enfermedades… tropicales, pero también menos variedad, menos sabor, menos perfume. El cuerpo es menos agredido, en un sentido, pero los sentidos son menos regalados. El clima te cuida más pero te mima menos. Estás más protegido pero menos acariciado. La vida es más segura y menos festiva.
Luego está el tema de las estaciones, que ya es proverbial cuando se va a hablar de estas cosas. Si no conoces las estaciones, y si no ahorras para cuando no puedes cultivar o cosechar, te mueres. La “madre” Naturaleza es madre exigente y adusta por estas latitudes. ¿Es de extrañarse que las madres, las mujeres que son mamás, sigan ese modelo? También ellas se vuelven como el clima: acarician poco pero lo prevén todo; son bellas pero un poco distantes; sobrias y más bien lógicas y consecuentes… como el clima.
Por el contrario, allí donde no hay estaciones sino abundancia de perfume y color, exuberancia de sabores y caricia de la brisa bajo un sol que estalla de gozo, la “madre” Naturaleza es un poco cómplice. Es traviesa y sonríe a cada paso… como las mujeres que son mamás por esas latitudes. Son mujeres que, en general, gustan más de consentir y regalar; imprevisibles como una tormenta tropical, saben también refrescar el ambiente con una risa inopinada, o dar calidez a un momento de frío o de distanciamiento. ¿Será casualidad que todos estos seriotes busquen a Tailandia o al Caribe, a Brasil o a Cartagena para encontrar otra cara a la vida?
Mirando, por ejemplo, programas de televisión de Inglaterra uno descubre un modelo de felicidad que quisiera tenerlo todo: la lógica del negocio que produce grandes dividendos… y un gran crucero por el sol del trópico. ¿Cuánto nos modela la geografía?