Este fin de semana estuvo señalado por noticias celestiales, por lo menos en lo que a astronomía se refiere.
Los hechos
Por una parte, hemos podido ver con asombro delicioso las primeras imágenes del telescopio espacial infrarrojo Spitzer, así nombrado en honor de Lyman Spitzer, el gran teórico de los telescopios orbitales.
CNN nos explica qué es lo nuevo de este aparato, que como un ojo formidable gravita sobre toda otra mirada terrestre y apunta hacia los cielos antiquísimos: “El telescopio, un aparato de 670 millones de dólares lanzado en agosto, puede captar ondas extremadamente débiles de radiación infrarroja, o calor. Los astrónomos pueden contemplar campos de estrellas ocultos para los telescopios convencionales por nubes de polvo y gas.“
De modo que el Spitzer es como un primo del Hubble; en realidad, su mayor diferencia está en el rango del espectro electromagnético en que cada uno sondea la inmensidad del cosmos. Hubble va por el rango de la luz que nosotros mismos vemos y lo que está más allá del violeta; Spitzer, busca en el margen infrarojo, viendo donde Hubble no ve, por ejemplo porque hay polvo interestelar.
Si estas no fueran suficientes noticias, hemos sabido también con gozo que el Beagle-2, la sonda que “amartizará” (más que “aterrizar”) para el día de Navidad, Dios mediante, pudo separarse exitosamente de la Mars Express. Mars Express es la nave que se convertirá en satélite artificial de Marte para fotografiar a saciedad el suelo de nuestro vecino estelar. Hay una foto del momento aquí.
Beagle-2 se llama así en recuerdo del barco Beagle, en el cual Ch. Darwin hizo el inmenso recorrido durante el cual recogió los datos para su obra El Origen de las Especies, que vino a convertirse como en la Carta Magna del evolucionismo. El Beagle-2, de factura británica, como el primero, quiere hacer lo suyo casi dos siglos después, especialmente en lo que concierne a la gran pregunta sobre la vida más allá de nuestra tierra.
Ya este Beagle-2 nos ha regalado una imagen impresionante en que pueden contemplarse a la vez la tierra y la luna, a 8 millones de kilómetros de distancia.
Algunas reflexiones breves
1. Ver la Tierra, serena y grácil, danzar impávida sobre su fondo oscuro. Y llorar pensando que en ella el hombre se niega a adorar al Creador de tanta hermosura.
2. Ver los ojos de aquellos científicos, que recogen en sus ansias el deseo de ver de todos nuestros ojos. Y llorar de gozo pensando que tenemos por dentro un llamado irrenunciable hacia la luz y el conocimiento. Así empezó Aristóteles su Metafísica: “Por naturaleza, todo ser humano desea conocer…”
3. Ver los costos inmensos de estas adventuras de la ciencia de nuestro tiempo. A muchos esas sumas parecen excesivas; otros, en cambio, pensamos que, aunque es verdad que hay que invertir mucho más dinero en solucionar problemas de esta tierra como el hambre o la productividad del suelo, la solución no es quitar ese dinero a la exploración científica del cosmos, sino dejar de gastarlo en carreras de armamentos.
4. Ver a nuestro planeta, ese punto azulado sobre el fondo negro, y saber que allí se levantan y desploman imperios. Y alabar a Aquel cuayo reino dura por todas las generaciones.
5. De nuevo: ver el punto azul, nuestra Tierra, y ver que no tiene fronteras, cuando se le ve desde el cielo.
Una consideración final
Vamos a Marte a buscar vida. ¿Por qué? Deseo de conocimiento. ¿Y qué más? Pesar da decirlo: porque hay quienes quieren probar que, así como la evolución de las especies es, según ellos, un proceso “automático”, que no demanda explicaciones más allá de la materia y la supervivencia, así también aguardan que los descubrimientos de este segundo Beagle den fuerza a la idea de que la vida puede haberse dado en muchos lugares del espacio infinito.
Detrás de ello, el objetivo es que la idea de la vida como un hecho fortuito que puede ser muy común en el universo se abra campo. Una vez “probado” que eso es la vida, será más fácil proclamar que esa vida, regada por doquier en el cosmos, ha evolucionado a empuje de la adaptación y el azar hasta producir esto que nosotros mismos somos.
Es decir: hay, en mucho de este gigantesco experimento, una serie de cuestiones filosóficas de fondo que esperan encontrar hechos que las definan y afiancen. No es entonces del todo un saber completamente desinteresado, este de los cielos del Beagle-2, sino la urgencia de confirmar un cierto modo de hablar sobre el hombre en la tierra.