Ayer fui a Tallaght a estudiar un rato. A la hora de mi viaje terminaban su jornada muchos colegios, de modo que iba bien acompañado por muchachos y muchachas, niños y niñas de edad escolar. No faltan cosas desagradables, como muchachos burlándose de la prohibición de fumar en los buses y jugando a fumar sin que los pillen, mas la experiencia en sí misma es bonita. La mayor parte de los irlandeses, sobre todo en sus primeros años, tienen una cara de inocencia que es muy agradable. Era un espectáculo, por ejemplo, ver a dos chiquillas –creo que no tendrían ni once años–, la una enseñándole a la otra cómo enviar mensajes de texto por los celulares.
Además se ve gente saludable, ruidosa, alegre. Hablan, echan historias, rebosan vida.
Yo quiero soñar que así será Irlanda, que nada destruirá esas risas, que esos ojos podrán celebrar siempre el milagro de existir.
Y entonces me acuerdo de Italia. La primera vez que estuve en Roma, hace unos veinte años, veía mucha más vida que la última vez, que fue con motivo del jubileo del año 2000. Y leí hace poco que el gobierno italiano está ofreciendo 1000 euros de “subsidio” a las parejas que, teniendo ya un hijo, tengan ahora otro.
¡1000 euros para devolverle a Italia lo que Irlanda todavía tiene y rebosa! Me dicen que España no anda mucho mejor.
Y me pregunto si a esas niñas de los celulares un día habrá que convencerlas con dinero para que regalen un bebé a esta tierrra.