Ya comenté desde la llegada a Irlanda como el prior de aquel tiempo, Fr. Ambrose, me advirtió sobre el hecho de que los frailes no usaban hábito en la calle. Una advertencia que parecía más necesaria ya desde el aeropuerto porque de hecho llegué a Dublín con mi hábito dominicano, aunque un poco ajado.
No critico la posición del padre prior. A veces pienso en Juan XXIII, que por circunstancias bien distintas tuvo durante algún tiempo que renunciar al vestido eclesiástico que tanto amaba.
Sin embargo, la vida da muchas vueltas. Cada vez me convenzo más de que los frailes jóvenes prefieren el hábito. Yo, desde luego, soy prudente, me quedo callado, simplemente observo y obedezco…
Por ejemplo, los miércoles por la noche, a propuesta de uno de ellos, Fr. Fergul Ryan, se hace oración al estilo de Taizé. Esto significa, silencio, adoración, cantos suaves de alabanza, lectura pausada de la Escritura. Me habían invitado. Hace poco dije que quería asistir. Y otro de los estudiantes me dice con la hermosa seriedad de los 22 años: “Wear your habit!” (“¡Vaya de hábito!”).
Y es que las cosas no pueden ser de otro modo. Por estos días, para la promoción vocacional han publicado en precioso librito. Unas 20 o máximo 30 páginas con abundantes fotografías, muy bien tomadas: frailes leyendo, rezando, consultando Internet, saludando con gozo a las hermanas… todos y todas de hábito. Yo no digo más sino que no es posible “vender” eso y luego decir que es imposible usarlo.
Por otra parte, uno entiende la posición de “los mayores”. Aunque los mayores yo veo que tienen dos opciones distintas. Muchos de los mayores-mayores, de alrededor de 80 años, no dejan su clergyman. Curiosamente, resultan muy afines a los más jóvenes de la comunidad. Los mayores-medianos, en cambio, se sienten más cómodos con vestido civil. No por falta de amor a la Orden ni al sacerdocio, yo pienso sinceramente, sino por una especie de prudencia. Y aqui creo yo que radica todo. Las virtudes humanas, como la prudencia, buscan el medio, porque “en el medio está la virtud“; las virtudes teologales, en cambio, no tienen “medio”; son exageradas, porque no hay límite en la intensidad de la fe ni en el ardor de la esperanza ni en el fuego de la caridad.
Y ambas son necesarias: las humanas y las teologales, y por eso la Iglesia se la pasa entre el equilibrio y el fervor, entre lo prudente y lo heroico, entre lo sensato y lo maravilloso.