Queridos Amigos de Kejaritomene,
El misterio del número dos
Esta es la segunda carta que les envío. La carta número �dos�. Y destaco ese número, porque he visto que tiene su importancia. No es lo mismo el día de la partida que el día siguiente, es decir, el día número DOS. Ni es lo mismo el primer mes que el segundo, y seguramente no serán lo mismo el primer año y el segundo.
Sucede que el PRIMER día, el de la partida, tú sientes todavía caliente el corazón por tantos abrazos; el SEGUNDO día, y el SEGUNDO mes, las cosas se vuelven distintas. Hay un punto en el que sientes que los que te despidieron de algún modo ya están LEJOS, mientras que los que te reciben todavía no están CERCA. Es un momento difícil. Entiendo, de acuerdo con los que me han hablado del caso, que se trata de la primera crisis: �ya no tienes lo que dejaste, pero todavía no tienes lo que te ha llegado�. Uno se siente un poco �en el aire�, como si no pudiera fácilmente �hacer pie�.
Es una experiencia dura, en el sentido de que uno no la buscaría �porque sí�, y también en el sentido de que nos acerca a los propios límites, pero, gracias a Dios, y puedo decirlo de corazón, ha sido motivo de profunda bendición y de crecimiento en la fe.
Por otro lado, como ya comentaba con algunos de los Oratorios que me han acompañado con sus mensajes, es un tiempo de afianzar más el corazón en Jesucristo, por una parte, y también tiempo para descubrir hasta dónde el Señor mismo nos ha regalado vínculos de tan estrecha unidad, que aquí, con invierno de afectos y todo, he sentido la potencia de la oración que ustedes me envían. De modo que, NUNCA ME HE SENTIDO SOLO, porque, aunque llegue el frío del invierno o el frío de la distancia, hay un Sagrario que nos comunica por encima de todos los kilómetros, y hay un Espíritu Santo que nos sintoniza, no importa a cuántas millas nos pongan.
¿Qué estoy haciendo?
Mi vida es la de un estudiante. Voy prácticamente a diario a la universidad, que me queda a unos 40 minutos de la casa, por bus. La ciudad es tranquila y bonita, aunque ahora que conozco Tallaght, un poblado cercano, me parece más lindo Tallaght, que es más campestre y aireado.
En las clases me ha ido bien. Es donde mejor me ha ido con el inglés, gracias a Dios. Estudios de antropología, y cómo ha cambiado la imagen que la humanidad tiene de sí misma en estos últimos siglos y decenios. Esa es una parte. La otra parte, de lo grande, digamos, es un estudio del método para hacer teología, según los escritos de un jesuita muy importante, llamado Bernardo Lonergan.
Pero la mayor parte de mi trabajo es asunto de biblioteca. Básicamente lo que debo hacer en el doctorado es una labor de investigación sobre un tema que sea nuevo, profundo y también útil. Mi tema será la evolución de una pregunta, que ya se hicieron, aunque de distinto modo, Santo Tomás de Aquino y este mismo autor que mencionaba, Lonergan.
Y la pregunta que quiero mirar cómo evoluciona tiene que ver con la unidad del ser humano, desde el punto de vista de la revelación cristiana. Es un tema que tiene montones de vínculos con la espiritualidad, la filosofía, la teología y la evangelización. Mi trabajo actual es ver qué se ha estudiado sobre ese tema tanto en Santo Tomás como en Lonergan, y eso requiere horas y más horas de biblioteca, además de las clases que contaba antes.
De modo que el ritmo de vida es muy distinto a lo que yo he estado acostumbrado. Es un ritmo más pausado, silencioso, oculto… Tiene su encanto también, y ayuda a afinar el oído de muchas maneras.
Los retos de esta cultura
No hace mucho los obispos católicos de Gales estuvieron en visita oficial en el Vaticano. Gales queda en la misma isla de Inglaterra, y frente a Irlanda. De hecho, el galés y el idioma irlandés (distinto del inglés, obviamente) son lenguas primas.
Comento esto porque las palabras del Papa a estos obispos galeses, lo mismo que a los ingleses, apuntan al problema tal vez más serio que vive esta cultura: ausencia de Dios. Es un mundo que se edifica no EN CONTRA de Dios, sino AL MARGEN de Dios. Dios queda como un recuerdo difuso, a la manera de una poesía de infancia que ya no logramos recordar, ni parece significar ya nada. Las leyes, la educación, la familia, el conocimiento, la vida en sociedad, todo parece resuelto con las fuerzas de la razón, del consenso, de la democracia, de la investigación científica, de lo que sea, pero sin Dios, sin oración, sin sacramentos, sin Iglesia. Ese es el ambiente que se respira cada vez más en Europa. El nombre técnico que esta atmósfera tiene es �secularismo�.
El secularismo es un dolor sin grito; es un llanto sin lágrima. Es un duelo interminable, un desasosiego que se riega por las calles y penetra en los almacenes, las casas y los lugares de diversión. Es algo pegajoso, como una burla que asoma en todas las esquinas, mofándose de cada esfuerzo y haciendo trivial cada renuncia. Es una perpetua invitación al exceso, a la embriaguez, pero también un abismo desafiante que quiere devorarse todas las vidas, empezando por las de los más jóvenes.
El secularismo es el mundo sin Dios; es el endiosamiento del hombre. Pero, ¡oh, tragedia!, el hombre es demasiado poco dios para el mismo hombre, y de semejante traición al orden de la razón no pueden venir sino locuras: la locura del egoísmo sin límites, de la injusticia sin quejas, de la muerte sin dolientes.
Irlanda no es el país más secularizado de Europa. Hasta cierto punto va detrás de muchos otros en los que este proceso ha avanzado notablemente, hasta convertirse en el único aire que respiran niños y ancianos por igual. Por consiguiente, no podemos sino temer que este veneno del alma ocasione múltiples tragedias en el orden de la gracia. Y eso, a quienes hemos visto brotar la Sangre de Cristo, nos causa mucho dolor.
Una mirada de esperanza
Sin embargo, mis palabras no son sólo un canto de dolor. Son un canto de amor. Veo a Cristo que nos ve desde la Cruz. Veo que él sabe bien por quiénes se entrega. Y lo admiro más que nunca. Nadie como él puede enseñarnos qué significa AMAR, sin condiciones, sin retorno, sin límites. Y me digo: ¿cómo no fiarme de ese amor? ¿Cómo no fiarnos de Aquel que ama así, aunque nadie le ame? ¿Cómo no esperar en él, que nos espera tanto y con tanta ternura?
Hermanos, estos no son tiempos para depresión ni para derrota. Tampoco para un triunfalismo cómodo ni mucho menos para encerrarnos en la seguridad de nuestro pequeño círculo de amigos ya creyentes. Es tiempo para mirar con renovada gratitud a Cristo Jesús, para entender de modo más hondo el significado de esa palabra que es la música del Nuevo Testamento: GRACIA. Es tiempo para el Evangelio.
Les envío un abrazo, con mi profunda gratitud por cada plegaria y cada gesto de amistad.
Y con el amor de María en mis labios, les bendigo, en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.