Yo quisiera dejar recuento escrito de reflexiones y conclusiones parciales que he ido encontrando con respecto a la predestinación. El tema vino por el camino de la liturgia, porque en estas semanas hemos estado leyendo la Carta a los Romanos en las lecturas de la Misa.
Y no hace mucho aparecía esa pasaje de Rom 8,29-30: “En efecto, a quienes conoce de antemano, los predestina para que reproduzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo, a fin de que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A quienes predestina, los llama; a quienes llama, los justifica; y a quienes justifica, los glorifica.“
Este texto, y otros parecidos, han tenido repercusiones inmensas.
Calvino y el calvinismo
Fue Calvino quien, en el siglo XVI, enseñó a partir de estos textos de Pablo que estábamos predestinados, unos para salvación y otros para condenación. Esta doctrina tuvo un impacto inmenso en el Occidente cristiano, porque a partir de ella vino el problema de cómo reconocer que alguien ha sido predestinado a una cosa o a la otra.
Esta nuevo cuadro que trajo Calvino vino a hacerse más agudo por el rechazo explícito de todo el protestantismo a la autoridad de la Sede Romana, que hasta entonces había sido, aun con sus defectos, el lugar fundamental de referencia sobre las verdades de fe y también sobre las costumbres. Despojado de una referencia externa y común, los protestantes debieron buscar sus signos de predestinación en otras cosas, que fueran reconocibles y exteriores, desde luego, pero que no estuvieran ligadas al sistema católico romano.
Lo que entonces sucedió todavía tiene repercusiones en nuestro tiempo. Si discutes seriamente sobre la verdad del cristianismo con un entusiasta evangélico norteamericano, notarás cómo, en un momento de la discusión, para él hay una prueba de la �verdad� de su fe por la comparación con el atraso, decadencia o debilidad de otros países, ya se trate de los de mayoría católica o de los que han conservado tradiciones budistas, animistas o hinduistas. Dicho con otras palabras: la prosperidad material sirve en este caso de �señal� de predestinación.
Hechos para dominar el mundo
Según esta misma lógica, y dado que no cabe suponer que Dios haga esclavos a sus muy amados y bienaventurados, parece �evidente� que los pueblos predestinados a la salvación tienen el derecho de dominar a los pueblos que se resisten a la conversión y prefieren las tinieblas del error, la depravación y la idolatría. Este argumento le dio un rostro peculiar a la Inglaterra posterior a Enrique VIII.
En efecto, antes del avance de esta doctrina religioso-política, difícilmente encontraremos una mentalidad imperialista tan clara en lo que es hoy el Reino Unido, como sí la encontramos a medida que la doctrina predestinacionista afianza la convicción de que las normas requieren sólo una justificación en el plano del sujeto. De este modo, el protestantismo afianzó la idea del �individuo� como un ser escogido y �recortado� de entre sus congéneres, y puso al Occidente cristiano en la ruta de una autonomía de corte secularista.
Este proceso tuvo varias fases. En una primera, el fundamentalismo cristiano se asocia con la visión imperial. Es el caso, por ejemplo, de la invasión presbiteriana a Irlanda con toda su corte de prohibiciones a cualquier presencia católica visible. Esta fase engendró reacciones igualmente violentas y no menos crueles de parte de los católicos, de modo que las guerras de religión se extendieron en toda Europa.
Viene una segunda fase: frente a las luchas de religión, la razón endiosa y se autonombra �árbitro� entre religiones. Sus referencias serán: las leyes de la naturaleza, las leyes de la lógica y las leyes del consenso. Para las primeras, está la ciencia; para las segundas, el pensamiento matemático; y para las terceras, los cuerpos legislativos y los poderos públicos en general. Así vino a resultar que las mismas tierras en que se había primero predicado con éxito la predestinación protestante se abrieron luego sin esfuerzo a un nuevo género de �credo� : la masonería.
La tercera fase, que acentúa la misma línea individualista, supone la disolución de toda institucionalidad confesional, por lo menos pública, dejando al individuo en la desnudez de sus apetitos, que serán manejados por la publicidad y el comercio. Este individuo, sin embargo, tiene suficiente uso de razón para descubrir que su vida se ha vuelto �una pasión inútil� y que �el infierno son los otros�, según las expresiones del existencialismo ateo. Aislado de los demás seres humanos por el muro de intereses que no pueden entrar en diálogo, y enfrentado a esos otros humanos por un lenguaje que sólo tiene las referencias de la propia subjetividad, no queda otro camino que el absurdo, la náusea, la muerte. De esta manera vino a resultar que la predestinación a la salvación se convirtió en una declaración anticipada de suicidio cultural, o incluso personal.
En una cuarta fase, el caminar de la razón �moderna� se declara insubsistente y se intenta reconstruir desde la afectividad y el compartir en pequeños grupos cálidos, más según el modelo de la �tribu� que de la �ciudad�. Es el enfoque postmoderno: una dosis intensa de individualismo en una copa rebosante de inspiración, apelación al encanto del mundo y afectividad sin mayor rienda. ¿Qué saldrá de ahí? No lo sabemos. Es un proceso en el que nosotros mismos estamos inmersos y de seguro implicados. Probablemente vendrán tanto cosas buenas como malas.
Lo que no se ve claramente es que esta ambigüedad postmoderna se esté inclinando mayormente hacia el cristianismo, sobre todo el cristianismo “histórico”. Cada cosa que ha sido desechada en el camino hacia el individuo ha quedado siempre atrás, y pareciera haber una especie de orgullo que dificulta recoger los pedazos de la razón, de la fe o de las tradiciones antiguas.
Así vistas las cosas, parece inevitable anunciar que la Europa, otrora cristiana, camina hacia un abismo. Mi pensamiento, hoy por hoy, es que sólo una oleada de humildad, de compasión y de oración podría tener un efecto de salvación en estas horas.