Desde hace unos años se ha popularizado la expresión “hijos predilectos” para referirse a nosotros los sacerdotes. Es algo que uno agradece, cómo no, pero que también engendra algunos reparos.
A mí personalmente me gusta más encontrar las “preferencias” de Jesús, y por tanto a sus “preferidos”, siguiendo el testimonio de los evangelios.
Es verdad que el Señor dijo a sus apóstoles: “a vosotros no os llamo siervos; os llamo amigos” (Jn 15,15), y es verdad que en ello hay un signo elocuente y bello de predilección, pero notemos que esta elección conlleva una misión. No se trata de ser los consentidos de Cristo, ni de crear unos cristianos “de primera”, ante los ojos de los demás, que serían los “de segunda”.