Como resulta que no hay muchos hispanohablantes por estas tierras, uno tiene una alegría particular cuando resulta alguien con el idioma de Cervantes. Y es el hecho que hay un compañero, con el que compartimos dos materias, que es español: un religioso jesuita. Digamos, que para efectos de privacidad del implicado no diré su nombre real sino un seudónimo, Carlos.