Pocas veces había experimentado yo la gracia de Pentecostés como un acontecimiento que nos visita a diario.
Hablamos del Señor, oramos al Señor, anunciamos al Señor… y las palabras que usamos, la gracia que las acompaña y el amor que nos mueve a usarlas, todo tiene su origen en Pentecostés. Es un hecho no de un día sino de cada día.
Pentecostés está obrando cuando puedo escuchar que un sacerdote me absuelve.
Pentecostés está obrando cuando el pan se vuelve Pan de Angeles.
Pentecostés está obrando cuando mi hermano me sonríe, solamente porque compartimos la misma fe. El lenguaje que nos une, antes que el inglés o el español, se llama Pentecostés.
Bendito Dios, y gracias a Él por permitirme reconocer esta bendición.