Por estos días, y me imagino que así seguirá el semestre académico, voy todos los días a la Universidad (es decir, al Milltown Institute). Es una rutina sencilla: tres cuadras hasta la parada del bus en Parnell Square East, y allí esperar la ruta 11 (o sus variantes, 11A y 11B). El recorrido toma casi invariablemente 30 min., aunque en las horas “pico”, como decimos en Colombia, puede llevar hasta 40 o 42 min.
Así pues, uno se va familiarizando con el recorrido: O’Connell Street, Trinity College, St. Stephen Green, y por la Via Apia hacia Ranelaigh. Después de dejar el congestionado centro, Ranelaigh ofrece el aspecto de un pueblo grande y organizado.
De pronto a mano derecha asoma Milltown Park y allí, la comunidad de los jesuitas y el Milltown Institute.
Así es prácticamente todos los días.
Pero las estaciones introducen cambios a lo largo del año. El otoño empezó oficialmente el 21 de septiembre pero sus efectos se dejan sentir con fuerza sólo a partir de estos días. Como en Colombia no veo esas transformaciones, que ya serán rutina para los lugareños, aquí las disfruto.
Yo diría que el Otoño es… como otra clase de fuego.
La comparación nace de ver el modo como cambia la vegetación en los árboles. La cosa no es instantánea, como decir que hoy anochecen verdes y mañana amanecen amarillos o pardos o rojizos. En algunos árboles, sobre todo, es un proceso bellísimo. En la punta de algunas ramas las hojas se van poniendo amarillas, y luego rojas. Desde esas puntas incendiadas se va esparciendo el efecto día a día, hora a hora, al resto del árbol. ¡Es como verlo incendiándose en cámara super-lenta!
Aunque obviamente no todos los árboles se “queman” al tiempo. A estas fechas, algunos ya no tienen hojas. Se ven como chamizos consumidos por un fuego que nadie encendió. Un fuego frío, o por lo menos, muy fresco… Otros, en cambio, están en pleno proceso y uno puede ver, sobre todo por Stephen Green cómo van cambiando.
Es algo bonito, y le doy gracias a Dios por haberlo conocido.