La anterior fue una semana fundamental para el futuro del trabajo académico aquí. La semana de la segunda entrevista con Finnegan, que ya me dijo que iba a ser mi supervisor, seguramente en conjunto con algún otro profesor, según se vaya viendo por el camino.
Entre tanto, las cosas se van aclarando. Uno llega con una idea, que necesariamente es algo vago, incierto; más un presentimiento que un camino resuelto. En mi caso, ese presentimiento arrancó de comprobar que la posición de Santo Tomás sobre la unidad del alma humana no era la de la mayoría de los maestros de aquel tiempo.
Pero no se trata de hacer una pura investigación histórica, aclarando posiciones y “desenterrando” papeles. Eso es necesario en la vida académica; es respetable, además, pero no es ni lo que a mí me llenaría más ni tampoco es el enfoque más propio del Milltown Institute.
La unidad del alma no es, estrictamente hablando, lo mismo que la unidad de la persona humana. Mas sí podemos decir, y es la base del trabajo que seguirá, que Tomás no estaba interesado en el alma como “reemplazo” de la persona, pues su postura, como queda claro muchas veces, es que “el alma no es la persona”. De modo que la afirmación de una única forma substancial en el hombre ( = unidad DEL ALMA) es el requisito para afirmar la unidad del hombre mismo. Lo primero es el lenguaje para decir lo segundo.
Así las cosas, Finnegan me ha insistido (y obviamente coincidimos) en que es necesario un “interlocutor” para que la teoría de Tomás no quede como algo que se establece de manera “arqueológica” simplemente.
El primer interlocutor que me propuso fue Ken Wilber, según creo que comenté en otro lugar: un psicólogo que, muy en el lenguaje de la postmodernidad, habla sin empacho del “alma” (aunque esto suene raro a varias o muchas corrientes de la psicología contemporánea). La propuesta de Wilber es interesante en la medida en que propende por una psicología “integral”, en la que precisamente quepan términos como “alma”, “espíritu”, “mente”, sin ser automáticamente a “epifenómenos” de sus sustratos neurológicos o definidos sólo funcionalmente por sus correlatos comportamentales.
Pero Wilber habla del alma más en términos de una “experiencia” que de una “realidad”. Así, el alma termina “emergiendo” a la conciencia a través de una especie de “iniciación”… una terminología que muy difícilmente podría ponerse en diálogo fecundo con Tomás de Aquino. Realmente no lo veo muy atrayente y temo que saldría un puente demasiado “artificial”.
La propuesta que, en cambio toma cuerpo esta semana es relacionar la postura de Santo Tomás con la de Bernardo Lonergan, S.I. Cosa que ofrece muchas ventajas, empezando por el hecho de que el mismo Lonergan quiso “releer” a Tomás desde las nuevas condiciones de la filosofía post-Kant y post-Fenomenología.
Y hasta ahí vamos…