Vivo en una comunidad en la que priman los frailes de edad avanzada. “Adultos Mayores”, se les suele llamar ahora. Personas con un camino de servicio a la Iglesia y a la Orden Dominicana desde distintos campos: la docencia, las parroquias, los movimientos sociales, las obras de promoción humana. En esa trayectoria, ellos, lo mismo que tantos sacerdotes y tantas otras personas mayores en todo el mundo, han entregado su salud, sus mejores ideas, la energía de sus más queridos sueños.
Uno de los frailes estudiantes de aquí me decía hace unos días: “Para nosotros es muy significativo estar en la misma casa con estos hermanos. Cuando veo que la Comunidad tiene corazón para tender la mano a estos frailes en su fragilidad y enfermedad, sé que estoy en el lugar correcto”.
Ahora bien, cada edad tiene sus propias limitaciones y la madurez avanzada no es excepción. Los órganos de los sentidos se debilitan, la paciencia a veces se vuelve escasa, hay dolores y sentimientos adversos que se vuelven compañía cotidiana de los adultos mayores. Esto puede producir un aspecto general de dureza, ensimismamiento o indiferencia que a su vez causa alguna incomodidad a los demás.
En mi caso, por ejemplo, no ha sido muy fácil la comunicación directa con los hermanos de más avanzada edad. Ni la pronunciación de su inglés ni mi expresión en este idioma facilitan las cosas, ciertamente, y por eso entiendo que hay momentos en que se crea una barrera involuntaria entre nosotros. Dios nos ayude a superarla prontamente, porque sé que pierdo mucho si los pierdo como hermanos!