Hay gente muy simpática por aquí. Me imagino que cuando llegue a los misterios dolorosos las cosas no me parecerán tan amables, pero, bueno, se sabe que al principio uno está más o menos de visita y ello facilita muchas cosas.
El P. Cyprian, por ejemplo, es el encargado del dinero, o sea, el síndico, como lo llamamos nosotros. Debe estar acercándose a los ochenta años. Ayer me prometió que iba a hacer algo para arreglar una puerta de un armario que no ajustaba bien. Efectivamente hoy apareció con un hombre, Tom, que es como el “todero” del convento (esa especie se necesita definitivamente en todas partes…). Tom es un muchacho, según Cyprian, porque Tom apenas acaba de pasar los 60.
Le comenté que yo no cabía en el escritorio que había en mi pieza. Entonces hizo traer otro, un poco más grande, y además, muchísimo más pesado. Lo cómico del caso es que, como yo solo obviamente no podía mover el nuevo escritorio, dijo: “hay que conseguir alguien que ayude, pero no puede ser Tom, porque ha tenido problemas del corazón, y si Tom se muere, creo que yo estaría tentado de suicidio”.
Luego se puso a hablar de los nuevos aparatos, porque vio mi computador portátil. Hablaba con amabilidad y cierto toque de humor muy inglés: “Estas nuevas generaciones no saben, no pueden vivir sin esos aparatos. ¿Qué diría nuestro Santo Padre Domingo? Por la calle todo el mundo con celular. ¿No los has oído? Dicen: ‘Sí, hola, el sol ya salió; luego seguimos conversando’. O dicen: ‘Claro, ya voy a atravesar la calle otra vez’. Aunque –continúa Ciprian–, no me ponga Ud. mucho cuidado. Dígales más bien que pudo conocer un especimen realmente antiguo”.
En fin, es una foto de un fraile simpático de por aquí.