195. Unidad

195.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

195.2. Como decía en su tiempo el apóstol Pablo, te digo yo ahora: No me cansa repetirte las mismas cosas (cf. Flp 3,1). Considero que es salud para tu mente enseñarte de mil modos y con mil ejemplos cómo has de descubrir la unidad en la creación, la unidad en la redención y la unidad que hay en el plan que une la creación y la redención.

195.3. La pluralidad es bella, y ha sido querida por Dios, pero no como un fin último, al modo de la dispersión, sino como un lenguaje que conduce finalmente hacia la unidad que sólo se halla en Él mismo.

195.4. Así ves multitud de especies animales y vegetales que abruman y casi oprimen tus sentidos. La mente humana, sin embargo, como levantándose por encima de lo que pueden percibir los sentidos, se esfuerza en encontrar un nombre único para cada cosa. Detecta las diferencias contrastándolas con lo que ve que es constante, y entonces investiga el por qué de tales diferencias.

195.5. Por este camino no tarda en descubrir que hay una tendencia profunda hacia la vida, de modo que en la diversidad impresionante de seres puede encontrarse por todas partes el amor al hecho mismo de ser. Este amor, si bien se medita, es principio de otros muchos interrogantes que en últimas conducen hacia los designios del Creador. En ellos la mente alcanza la unidad que buscaba, y entonces, cuando se vuelve con nuevos ojos a la pluralidad inicial, la contempla no como un caos inhóspito, sino como un lenguaje, como una casa, como un abrazo.

195.6. Algo parecido sucede con la redención. Si lees la Escritura, encuentras una pluralidad de historias en las que no faltan extremos de virtud o de vicio. Las intervenciones mismas de Dios resultan desconcertantes al corazón humano, por lo menos al principio. Mas a medida que se va descubriendo el amor que hay detrás de toda esa inmensa y abigarrada serie de hechos, épocas y personas, entonces todo cobra unidad, y la mente se alegra viendo lo mismo aunque no de la misma forma.

195.7. Este género de meditaciones y contemplaciones hacen mucho bien al alma humana, porque la disponen para el Cielo. El Cielo no es una larga clase de historia sagrada ni una larga exposición de ciencia natural. Es una mirada que descubre en asombrosa unidad al Amor que es Fuente y al Amor que es Meta. Una canción que recorre en el instante de un acorde magistral la grandeza de la obertura y la majestad de la conclusión. Una luz penetrante y sobrecogedora como el relámpago, dulce y cariñosa como una mañana fresca en el verano. A todo esto te preparan los ejercicios de unidad, que comienzan, como te he dicho de varios modos, en descubrir lo pequeño en lo grande y lo grande en lo pequeño.

195.8. El enemigo malo, el demonio, detesta la unidad. Para ruina suya no puede sostener ni siquiera el talante de sus propias mentiras y por ello es espectador indefenso de sus propias contradicciones, cuyo fin es el caos que le envuelve y domina. Pero desde su fondo de contradicción no calla y desde su incoherencia esencial no se detiene en sí mismo, sino que con desvergüenza y odio enconado se lanza por las calles del universo publicando con cinismo su mensaje de división, tratando con todas sus fuerzas que el hombre, en quien resplandece la ternura de la misericordia divina, se confunda y diga la frase estúpida: “o Dios o la creación.” Pronunciada esta frase por boca humana, estalla la carcajada del infierno, porque ante el falso enigma la mente del hombre desfallece y se quiebra, de modo que, pudiendo ser fuerte con la fuerza de Dios, se entrega miserablemente a quien no sabe sino odiarlo. Esta ha sido su estrategia desde antiguo. Es la única mentira que sabe y que repite sin cesar.

195.9. Tú no tienes que obedecerle. No fuiste creado para eso. Obedece a Dios. Para ti será el Reino de los Cielos.