Por que murio Cristo en la Cruz – Breve Estudio

Cristo en la CruzEstimados amigos, los felicito por la obra que llevan adelante. Es muy útil para los que necesitamos alimento espiritual a diario. Quiero a través de Uds. hacerle llegar una pregunta a fray Nelson: ¿por qué se necesitó el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo para saldar la ofensa a Dios ocasionada por el pecado de nuestros primeros padres y por los pecados personales?, ¿porqué Dios necesitaba “cobrar” esa deuda o “recibir una satisfacción” apropiada que fue la muerte de su propio Hijo? Muchas gracias por su atención. – S. Muñoz.

La muerte de Jesús, precedida y acompañada de tanta violencia es siempre fuente de preguntas muy profundas. Sabemos que es una fuente de amor pero también nos preguntamos si no había otra forma de mostrar ese amor, o de dar ese perdón, o de restaurar a la humanidad caída. San Pablo mismo nos dice que la Cruz es un “escándalo” para los judíos y una “necedad” para los no judíos, como indicando que las solas fuerzas de la inteligencia humana nunca lograrán comprender completamente el por qué de ese modo de salvarnos.

A veces se utiliza con excesiva preferencia uno de los conceptos que a veces se han propuesto para explicar el misterio de la Cruz: su muerte fue una manera de “pagar” una deuda. Ante todo hay que tener en cuenta que esta manera de hablar es sólo eso: una de las varias propuestas de explicación que se han dado. No es ni la más antigua ni probablemente la mejor. Cuando el Catecismo de la Iglesia Católica aborda este interesantísimo tema casi lo primero que dice es esto:

Este designio divino de salvación a través de la muerte del “Siervo, el Justo” (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber “recibido” (1 Co 15, 3) que “Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras” (ibidem: cf. también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).

Lo más asombroso de ese modo de hablar, que finalmente es el de la Biblia, es que conecta la muerte de Jesús con otras tres cosas: el designio de Dios Padre, la realidad de nuestros pecados, y lo revelado en la Escritura. Dicho de otra manera: en la muerte de Cristo hay un designio de Dios que ya estaba expreso en la Escritura. Esto significa que la pregunta fundamental no es: ¿A quién le estaba pagando Cristo? Sino: ¿Cuál es ese designio, esa voluntad de Dios, que pasa por el acontecimiento sombrío y horrendo de la muerte en Cruz?

Por eso debemos preguntarnos qué se lograba o qué se logró con que Cristo muriera, pues evidentemente su muerte no fue inútil, ni accidental, ni fruto solo de circunstancias de la historia próxima de Judea en el siglo I.

La muerte de Cristo fue una enseñanza, un sacrificio, una señal de amor, y un nuevo comienzo en la creación. Veamos estos puntos.

1. Una enseñanza, de varios modos.

1.1 Nada muestra tanto la gravedad del pecado como ver aparecer sus consecuencias. Las torturas que sufrió Cristo muestran claramente a dónde van a parar las traiciones, las mentiras, la cobardía, la mentira, el orgullo, la envidia, y muchas más iniquidades. Cada llaga en su cuerpo nos enseña algo.

1.2 Las virtudes que mostró Cristo en su Pasión son las más necesarias para la vida humana, personal y social: la caridad, la paciencia, el perdón, la humildad, el defender la verdad, el preferir recibir el mal y no causarlo.

1.3 Cristo nos enseñó no sólo cómo vivir, sino sobre todo cómo morir. No importa qué tan duro sea el final de nuestra existencia, siempre encontraremos consuelo y mucha luz en la manera como Jesús entró en el drama más grande y más sobrecogedor que todo ser humano puede enfrentar: la muerte. Su mansedumbre, su confianza en Dios Padre, su oración, su maravilloso desprendimiento de todo lo terreno son una catequesis inigualable, que difícilmente hubiera podido darnos de otra forma, si no era muriendo él mismo. Y el hecho de que su muerte fuera tan terriblemente dolorosa hace que la catequesis penetre más en nosotros y también que sirva a todo el mundo, pues todos hemos de morir.

2. La muerte de Cristo fue un sacrificio, de varios modos.

2.1 En la Ultima Cena, él mismo habló de su cuerpo, que sería “entregado” y de su sangre, que sería “derramada.” Así mostraba que aquello que fue el sacrificio del cordero pascual para los israelitas iba a suceder ahora de una manera “nueva y eterna (definitiva).”

2.2 Prácticamente toda la Carta a los Hebreos describe la muerte de Cristo comparándola con los sacrificios que ofrecían los sacerdotes en le templo de Jerusalén. La comparación muestra que todo ha sido mejorado, al punto que lo antiguo hay que verlo como “sombra” o “figura” de lo nuevo. Véase por ejemplo Hebreos 10,10.

2.3 El Apocalipsis describe a Cristo varias veces como “el Cordero Degollado,” un modo muy gráfico de referirse al hecho de su sacrificio. A la vez, este Cordero Degollado es el que, en virtud de su victoria tiene autoridad para juzgar a todo poder, pues los poderes de este mundo fueron incapaces de reconocer y defender la inocencia del más justo entre los justos.

3. La muerte de Cristo fue una señal de amor.

3.1 Ante todo, el mismo Cristo dijo que “no hay amor más grande que dar la vida” (Juan 15,13), y es así, porque el que da la vida ya no puede dar más; lo ha dado todo. El acto de desear sufrirlo todo para que nosotros fuéramos liberados es un acto de grandísimo amor, purísimo en su intención, arduo en su ejecución, fecundísimo en su fruto.

3.2 Uno experimenta ese amor de Cristo cuando cae en cuenta que la oración de Cristo al morir como murió era una oración por ti, por mí, por cada uno. Todos podemos decir lo que dijo san Pablo: “Cristo me amó y se entregó por mí” (Gálatas 2,20). La manera de experimentarlo es agradecerle que haya orado por nosotros y decirle: “Yo creo en el amor redentor que derramaste junto con tu Sangre en el altar de la Cruz,” o palabras parecidas. Es difícil pensar en que uno podría tener esa experiencia si Cristo sólo hubiera sido un buen maestro, o un gran predicador. Lo maravilloso es ver que las obras de amor de él van mucho más allá de lo que puede decirse con palabras.

3.3 La Pasión misma de Cristo nos describe numerosas muestras de amor, como cuando curó la oreja del soldado que venía a apresarlo en Getsemaní (Juan 18,10); cuando oró por los que lo estaban torturando y pidió a Dios que los perdonara (Lucas 23,34); cuando anunció el paraíso al ladrón arrepentido (Lucas 23,43); cuando tomó dulce cuidado tanto de su Madre como del Discípulo Amado (Juan 19,26-27). Esta clase de gestos delicados y a la vez fortísimos de amor tienen un poder inmenso en el alma humana, si uno los medita bien. Y es evidente que lo que hace tan elocuente ese amor es que implican responder con amor al odio, o sea, amar cuando es más difícil, cuando de hecho parece imposible amar.

4. La muerte de Cristo marca un nuevo comienzo.

4.1 Si el reino del pecado tenía que terminar (y en el fondo de eso es de lo que se trata cuando hablamos de redención o de salvación), era necesario marcar ese final, el final de la tiranía del pecado y de Satanás. Tal cual lo anunció Cristo: “Ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera” (Juan 12,31). La muerte marca un final, es decir: lo peor que podía hacer el demonio era tratar de destruir a la inocencia más pura, la santidad más evidente. En una primera apariencia uno diría que lo logró, porque Cristo efectivamente murió, pero como murió sin pecar, y esto es crucial, entonces el poder del demonio fue en realidad burlado y superado.

4.2 El mismo Cristo dijo poco antes de morir: “Todo está consumado” (Juan 19,20). Es una frase que indica un final, y que por lo mismo anuncia un nuevo comienzo. Nada habla de final tan claramente como la muerte. No hay tránsito o cambio en la vida que se pueda comparar con lo definitivo, lo totalizante e irreversible que es el hecho de morir.

4.3 Los evangelios muestran que la muerte no tuvo la última palabra. Al contrario: el fondo oscurísimo de la muerte hace resaltar al máximo la luz intensísima de la resurrección. Cuando después de tantas injusticias y crueldades que sufrió Cristo, él nos saluda el día de Pascua diciendo: “La paz con vosotros,” nosotros sabemos que de esa paz podemos fiarnos. San Pablo dice también: “Si por medio del bautismo morimos con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con él. Sabemos que Jesucristo resucitó y nunca más volverá a morir, pues la muerte ya no tiene poder sobre él. Cuando Jesucristo murió, el pecado perdió para siempre su poder sobre él.” (Romanos 6,8-10).

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Todo eso indica que la muerte de Cristo nos trajo inmensos bienes, y que por consiguiente, aunque al principio parezca una cosa absurda, en realidad es la revelación de la sabiduría de Dios (véase 1 Corintios, capítulos 1 y 2).

Sobre esa base podemos asomarnos a la palabra “satisfacción,” es decir: ¿en qué sentido tenía Cristo que “pagar” algo? La idea pagar viene de una “deuda,” que en griego se dice “ofeiléma.” Este dato es importante porque en la oración de Jesús, el Padrenuestro, decimos exactamente a Dios que nos libre de nuestras “ofeilémata,” que incluo puede traducirse como “nuestras deudas.” Pero, ¿qué es un ofeiléma? Es una obligación no cumplida, una cuenta pendiente, o una deuda. La idea de fondo es que un ofeiléma es un obstáculo en la relación entre dos personas. Un ejemplo que me gusta dar, que no tiene que ver con nada de dinero, es cuando hay dos amigos, digamos, y uno de los dos se entera que el otro estuvo hablando mal de él. Los dos amigos vuelven a encontrarse y cada uno se da cuenta de que el otro ya sabe, pero nadie habla del asunto. Obviamente no pueden tratarse con la camaradería y cercanía de siempre, porque hay “algo pendiente,” hay un “ofeiléma.”

Si ahora miramos nuestra relación con Dios vemos que el gran ofeiléma es el pecado. Pero no es simplemente decir: “Peque´, y ahora Dios me perdona, y todo arreglado.” Quitar un “ofeiléma” es restaurar la confianza, la alegría, el sentir que hay libre y abierta comunicación, que el amor mutuo fluye con naturalidad. De esto sabe cualquier persona que haya pasado por esa experiencia de buscar o recibir reconciliación.

Entonces cuando se habla de “pagar” o de “dar satisfacción,” la idea de fondo es: “remover los obstáculos” o también: “abrir el camino” para que fluya la vida de Dios, o sea, la vida de la gracia, entre Dios y el hombre. No es exactamente “contentar” a Dios porque estaba “muy bravo,” sino remover por vía de amor lo que se volvió obstáculo en razón del desamor, o sea de la deficiencia en amar a Dios como merece ser amado. El “pago” de Cristo fue entonces sobre todo eso: con el único amor con que ama al Padre nos amó a nosotros, y con el amor con que obedeció al Padre buscó también que todo lo que impidiera el cumplimiento de esa voluntad en nosotros fuera removido.

Tales son algunas de las grandezas del sacrificio redentor de nuestro Señor Jesucristo.

¡Bendiciones!

Fr. Nelson Medina, O.P.