El Padre de los Cristianos

Quiero continuar compartiendo las experiencias que tuve en mí lectura de Mateo. El evangelista emplea, en los 3 capítulos, 17 veces la palabra Padre, descorriendo el velo y mostrándonos ese rostro amado. Les decía que Jesús quiso poner de relieve que Yaveh – Dios del AT es su “Padre”. Así lo entendieron los escribas y fariseos, por eso “tomaron piedras para tirárselas” (Jn 10,22-38). Les propondré algunos pasajes:

Mt 5, 43-48: Es el trozo más revolucionario del Evangelio. Muestra el corazón del Padre celestial, que no sabe de discriminaciones y ama gratuitamente a sus hijos. Con cuanta ternura nos habla Jesús del Padre: miren ese sol que fecunda igualmente los campos de los buenos y de los traidores, de los blasfemos, de los mentirosos, de los que le tratan mal. El hace caer su lluvia sobre las cosechas de los elegidos y de los no elegidos. El Padre ama, por eso siempre devuelve bien por mal. Hace salir bien del mal, da a manos llenas a aquel de quien recibe mal. Así es el corazón del Padre: ¡ experiméntalo! ¡déjense amar de él y lo irán conociendo!. Y su misma vida ira siendo otra, cambiarán totalmente. Por eso, los hijos del Padre no tienen enemigos, su único enemigo es el pecado, nunca el pecador. El ama por igual a todos, por eso ustedes amen a sus enemigos, pues si aman a los que los aman, ¿qué merito tienen?. Eso lo hacen los gentiles, hasta los malos aman a los que les hacen bien. Ustedes que son hijos del Padre, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Lo que interesa es la persona, pues todos somos hijos del mismo Padre.

Mt 6, 9-15: Nos entregó el Padre Nuestro como la oración perfecta que ha de brotar espontáneamente del corazón de los hijos del Padre. Jesús, al enseñarnos a orar, sorprendentemente dice que nos dirigimos a Dios llamándolo ¡Padre! Es esta la primera palabra que sale de los labios de Jesús y expresa lo más íntimo y querido que hay en su corazón. Es este el colmo de la revelación: El Padre de Jesús es, tambien mí Padre. Es para quedar mudos de asombro. Pienso en la cara que pondría aquella multitud, o por lo menos, aquellos que con corazón sencillo estaban abiertos a su Palabra y a la revelación que les estaba haciendo.

Dios es mí Padre, es decir, no es un dominador, un tirano, no es un juez rígido e implacable como nos lo quieren hacer ver algunos. ¡ El es nuestro Padre! Por eso, mí vida tiene que dejar de ser vida de esclavo, de hombre dominado pro el egoísmo, por mis instintos carnales, y empezar a ser vida de hijo de Dios. Cuando descubro que Dios es mí Padre, empiezo a tomar actitudes filiales y actitudes fraternas con los demás hombres, que no son extraños, sino mis hermanos. Que cambio el que se debe dar en mí ante esa maravillosa revelación. En las primeras comunidades cristianas, una de las claves más lindas de la evangelización era el momento de la entrega del “ Padre Nuestro” a los recién bautizados: de esclavos pasaban a ser hijos del Papá Dios. Se descorría un velo con el gran don del Bautismo: Eran hechos hijos de Dios. Era esta la gran revelación y el único regalo. Por eso, cuando se iba a rezar el Padre Nuestro, los catecúmenos salían de la iglesia. No podían rezar el Padre Nuestro, pues aún no eran hijos de Dios.

Mt 6, 25-34: Es una bellísima página, donde Jesús pone de relieve el valor de las cosas pequeñas, como le gusta al Padre celestial. Jesús nos regala aquí una pintura maravillosa del carácter del Padre y del cuidado tan especial que tiene de sus hijos, al tiempo que salen a relucir los sentimientos más íntimos y filiales de Jesús para con su Padre. Son sentimientos llenos de una ternura sin igual. Nos regala la más bella y delicada descripción de los sentimientos del Padre y de los cuidados que tiene para con sus hijos queridos. Nos dice Jesús: ¡ ah, si ustedes conocieran al Padre!, ¡ si se dieran cuenta del amor que el Padre les tiene!. Si el da de comer a las aves del cielo, si viste tan primorosamente a los lirios del campo, que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos, ¡ que no hará con ustedes, sus amados hijos!, ¡ como no se va a preocupar más de ustedes que son sus hijos del alma!. Miren… el Padre en una madre para con ustedes. No se apeguen a las cosas humanas, por maravillosas que les parezcan; valen ustedes más que todas ellas y nada de esas riquezas son tan valiosas cono lo son ustedes para el Padre. ¡Déjense inundar por su amor!