Ejercicios sobre el perdón, 26

El Perdón Alivia Transtornos Físicos


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La vida no es fácil para nadie, si bien algunos tenemos pruebas menos fuertes que otros. Ante acontecimientos difíciles, muchos de nosotros nos aferramos al dolor, a la rabia, la ira, al resentimiento; sin darnos cuenta que esos sentimientos son como cáncer que corroe nuestra alma y nuestra vitalidad. ¿Quién no ha sentido la punzada de la traición, un trato injusto o algo más gravoso? Muchos nos aferramos a la rabia y al dolor que nos causa, pero otros deciden no hacerlo. Las investigaciones más recientes muestran que aprender a perdonar puede reportarnos enormes beneficios. Es una eficaz manera de aplacar la ira, reducir el estrés y, quizá lo más importante, mejorar nuestra salud física, psicológica y espiritual.

Cada vez hay más pruebas de que perdonar a quien nos ha lastimado u ofendido produce efectos curativos muy profundos, no solo en el campo emocional, sino en nuestro mismo cuerpo. Así que la próxima vez que sientas el deseo de cargar con el pesado fardo del rencor y la amargura, el odio o la indiferencia, regálese el don del perdón.

También es importante perdonarnos a nosotros mismos nuestras deficiencias, errores y fallas. Sólo así podemos dejar atrás esos fantasmas que nos impiden vivir plenamente. La fuerza del perdón hace olvidar las ofensas, alivia el resentimiento y nos preserva de muchas enfermedades emocionales y cardiovasculares.

En el otoño de 2003, unos 40 investigadores se reunieron en Atlanta para revisar sus hallazgos sobre el poder curativo de hacer las paces. Un estudio demostró que olvidar los resentimientos reduce el dolor crónico de espaldas. Otro reveló que el perdón disminuye las recaídas en mujeres drogadictas. Y según otro investigador, el simple acto de pensar en la empatía y la reconciliación pone a funcionar la circunvolución temporal media izquierda del cerebro, lo que indica, también, que todos tenemos un centro mental del perdón. Así que, además de sus grandes beneficios emocionales, liberarse de la ira puede ayudar, también, a aliviar otros trastornos físicos. Veamos cómo logramos otorgar el perdón.

No se ate al rencor: Elizabeth descubrió como perdonar, en un encuentro fortuito con la amiga de la que se había distanciado. “Decidí encararla y decirle lo ofendida que estaba”, cuenta. “Ella me escuchó, pero no ofreció disculpas. Entonces, sorpresivamente, fui yo quien se disculpó por haberle guardado rencor tanto tiempo. En ese momento me di cuenta de que la había perdonado”. El efecto fue instantáneo. “Mi ira se esfumó, añade. “No reanudamos nuestra amistad, pero ahora, cuando me encuentro con ella, puedo respirar tranquila y el corazón no me palpita.”

La experiencia de Elizabeth concuerda con los hallazgos del Doctor Fred Luskin, director del proyecto sobre el PERDÓN de la Universidad Stanford, quien ha observado que desterrar la ira reduce el estrés hasta el 50 por ciento. Los participantes de sus estudios también han mostrado mejoría en su vigor físico, estado de ánimo, calidad de sueño y vitalidad en general. “Llevar a cuestas una carga de amargura y rabia por haber sufrido un agravio es sumamente dañino”, afirma.

La razón es que estamos conformados para reaccionar ante cualquier cosa que nos produzca tensión como si fuera una crisis, ya sea una alarma de incendios o recordar un pleito encarnizado. En una situación así, nuestro cuerpo segrega las hormonas del estrés: adrenalina y cortisol, que nos aceleran el pulso, la respiración y el pensamiento. Ocurre también un aumento en el nivel de glucosa en la sangre, lo cual tensa los músculos. Esto resulta inofensivo si el susto es pasajero, pero la ira y el resentimiento perduran mucho más y convierten en toxinas las hormonas que deberían protegernos. El efecto inhibidor del cortisol sobre el sistema inmunitario está asociado con algunos trastornos graves. Al decir de Bruce McEwen, director del laboratorio de neuroendocrinología de la Universidad Rockefeller en Nueva York, el CORTISOL atrofia las neuronas, causa pérdida de memoria y aumenta la presión arterial y el nivel de glucosa en la sangre, lo cual propicia el endurecimiento de las arterias y la aparición de males cardiacos.

Al parecer, perdonar detiene la secreción de estas hormonas. En Marzo de 2003, unos investigadores de la Universidad de Wisconsin-Madison reclutaron para un estudio a 36 excombatientes varones enfermos de las coronarias y agobiados por dolorosos motivos, algunos relacionados con la guerra y otros con problemas conyugales, laborales o traumas de la infancia. La mitad recibieron terapia para perdonar, y cuando la aplicaron se observó en ellos una mayor afluencia de sangre al corazón.

El solo pensar en como aliviarse de una herida puede ser útil. En un estudio realizado en 2001, la psicóloga Charlotte Van Oyen Witvliet, del Hope College de Holland, Michigan, les colocó unos sensores a 71 estudiantes y los hizo revivir mentiras, insultos o traiciones de sus familiares, amigos o novios. Al pedirles que se imaginaran perdonando a sus ofensores, los sujetos presentaron una frecuencia cardiaca y una presión arterial mucho menores que cuando pensaban en sus resentimientos. “Al parecer, el perdón es un poderoso antídoto contra la ira, que se asocia estrechamente con la hipertensión crónica y la propensión a las afecciones cardiacas”, dice la psicóloga.

Perdonar lo imperdonable: Betty Ferguson hizo lo que la mayoría de la gente quizás no podría: perdonó al asesino de su hija. Tras el asesinato, en 1975, de su hija Debbie, de 16 años, Betty se deprimió tanto que se embriagaba para poder dormir, y descuidó a sus otros cuatro hijos. No dejaba de maldecir al asesino, Ray Payne, maestro de Debbie, quien la raptó antes de matarla. Que arrestaran a Payne y lo sentenciaran a cadena perpetua no aplacó el dolor de Betty, y menos ante la ausencia absoluta de motivos para tan horrendo crimen. “El odio me consumía”, dice. Y todo el tiempo sufría dolores de cabeza y de espalda casi insoportables.

En 1981, en el sepelio de su hermana una frase del Padre nuestro la sacudió: “Perdonen a quienes les ofenden”. Empezó a leer libros sobre el perdón y a creer que ésto podría ser lo que buscaba. Visitó la tumba de su hija, en cuya lápida decía: “Lo que el mundo necesita ahora es amor”. Estas palabras hallaron eco en su corazón. Entonces comenzó a decirse en voz alta “Voy a perdonar al asesino de mi hija”. Y al cabo de unos meses le escribió: “He dejado de sentir ODIO POR USTED. ¿Puedo visitarlo y pasar juntos el día?”. 11 años después del crimen, en 1986, visitó al asesino en la cárcel. “Le dije todo lo que significaba mi hija para mí y lo perdida y atormentada que me había dejado su muerte. Él me escuchó, y juntos lloramos. Salí convertida en otra persona, llena de paz y tranquilidad”. Cuando sus consternados amigos le preguntaron por qué lo había hecho, contesto: “el perdón es el mayor regalo que me he dado a mí misma y a mis hijos”. Hoy día Betty trabaja en Pensilvania como mediadora en un programa para víctimas de delitos violentos.

Alivio profundo: Pese a sus beneficios, mucha gente se resiste a perdonar, lo cual es un grave error. “Aferrarse a un resentimiento durante meses o años significa resignarse a permanecer enojado”. En 1992 Catherine O’Brien se divorció, y durante años guardó rencor a su ex marido porque pensaba que la separación había arruinado su vida. “De pronto me quedé sola con una hija de 12 años”, refiere. “Era extenuante, y me dolía no tener ya con quien compartir las obligaciones y las alegrías de educar a la niña”. La ira cobró su precio. “Todo el tiempo estaba nerviosa, tensa y cansada, y me resfriaba con frecuencia”.

Pero en cierto momento, “comprendí que sólo se estaba dañando a si misma”. Se encontró con su ex esposo, lo perdonó, diciéndole que seguiría adelante con su vida. Sintió un profundo alivio y expresó: “Me quite un peso de encima y mi salud mejoró”. Renunciar al rencor “sustituye la hostilidad por sentimientos positivos que tranquilizan y relajan el cuerpo, lo que favorece la salud”. En Irlanda del Norte, 17 adultos que perdieron a algún familiar a manos del terrorismo recibieron terapia. Al cabo de una semana, su angustia se redujo un 40 por ciento, y presentaron 35 por ciento menos jaquecas, dolor de espalda e insomnio.

Cómo hallar la paz: Analice la ofensa con objetividad. No justifique al ofensor, pero trate de entender sus motivaciones. Examine sus sentimientos al respecto. Intente no tomárselo a pecho; sólo usted resultó lastimado. Piense en lo bueno del ofensor, no solo en sus actos hirientes. Perdona por convicción, no por presión o sugerencia de otros. Y hágalo de corazón. No hace falta que se lo diga al ofensor.