82. Cristo Salvador

Jesucristo82.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

82.2. La vida cristiana es la vida de Cristo. Hay vida cristiana donde Cristo está viviendo, y por tanto, donde aquello que Cristo hizo y padeció, aquello que dijo y calló se realiza de modo nuevo y a la vez renovado entre las creaturas racionales.

82.3. Cristo comunica su vida entregándola. Cristo entrega su vida ofreciéndola como holocausto de amor al Padre Celestial y como víctima propiciatoria a favor de cada hombre de cada tiempo y de cada lugar.

82.4. Cristo ofrece su vida haciendo de cada una de sus acciones un fruto de amor y de cada una de sus palabras una expresión de amor. El amor y sólo el amor es capaz de darse, pues sólo Él no se pierde sino que crece cuando se entrega.

82.5. Por esto la vida de Jesucristo es la más perfecta expresión de amor, y también la más eficaz. Toda su vida es una sola palabra y todas sus palabras son un único e inagotable amor.

82.6. Cristo Jesús es un lenguaje y una escuela de lenguaje. Lo que hace una profesora de primaria cuando introduce a los niños hacia nuevos conceptos partiendo de lo que ellos ya conocen, eso hizo y hace Jesucristo con vosotros. Todo ser humano, en cuanto creatura, no importa cuán maltratado haya sido por los demás o por su propia culpa, conserva alguna palabra que significa anhelo de ser y esperanza de bien.

82.7. En efecto, puesto que el mal es contradictorio consigo mismo, necesita “tolerar” algún bien para poder existir y actuar. Así es cierto que todo ser humano para subsistir en esta tierra necesita conservar la huella de un bien. Con esa huella le es posible ingresar, como quien presenta su certificado de matrícula, a la escuela de Jesucristo. Esa huella, aunque minúscula muchas veces, es aquella “mecha mortecina” de la que habló Isaías, cuando dijo, aludiendo proféticamente a Cristo: «No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz. Caña quebrada no partirá, y mecha mortecina no apagará» (Is 42,3-4).

82.8. ¡No! ¡Cristo no apaga sino que da nueva luz y nuevo fuego a esas “mechas mortecinas” que son vuestras vidas ausentes de gracia y de amor. ¿Qué tiene una mecha mortecina? La huella mínima de que hubo luz, vida y calor. Pues de ese rastro casi imperceptible se vale este Buen Pastor que es tu Amado Jesús para encontrar en qué lances te perdiste, y para salir animoso a recobrarte. Luego te limpia y sana con su Palabra, te consiente con sus ternuras y te enseña a caminar.

82.9. Cuando Jesucristo va por tus cañadas lóbregas, en cierto sentido va solo, y en cierto sentido no. Va solo en cuanto que nadie puede reemplazar su obra, ni decir palabras como las suyas, ni expresar la grandeza de piedad que sólo a Él pertenece.

82.10. Mas en otro aspecto va acompañado, en primer lugar porque la misericordia del Padre nunca se aparta de su lado, ni la Unción Divina del Espíritu Santo. Y también va acompañado porque nunca has de olvidar las magníficas promesas del profeta: «En vez de estar tú abandonada, aborrecida y sin viandantes, yo te convertiré en lozanía eterna, gozo de siglos y siglos. Te nutrirás con la leche de las naciones, con las riquezas de los reyes serás amamantada, y sabrás que yo soy Yahveh tu Salvador, y el que rescata, el Fuerte de Jacob. En vez de bronce traeré oro, en vez de hierro traeré plata, en vez de madera, bronce, y en vez de piedras, hierro. Te pondré como gobernantes la Paz, y por gobierno la Justicia. No se oirá más hablar de violencia en tu tierra, ni de despojo o quebranto en tus fronteras, antes llamarás a tus murallas “Salvación” y a tus puertas “Alabanza.” No será para ti ya nunca más el sol luz del día, ni el resplandor de la luna te alumbrará de noche, sino que tendrás a Yahveh por luz eterna, y a tu Dios por tu hermosura. No se pondrá jamás tu sol, ni tu luna menguará, pues Yahveh será para ti luz eterna, y se habrán acabado los días de tu luto. Todos los de tu pueblo serán justos, para siempre heredarán la tierra; retoño de mis plantaciones, obra de mis manos para manifestar mi gloria. El más pequeño vendrá a ser un millar, el más chiquito, una nación poderosa. Yo, Yahveh, a su tiempo me apresuraré a cumplirlo» (Is 60,15-22).

82.11. ¡No hay soledad, sino intimidad compartida, plena y bella, para quien acoja la voz de este Pastor Santísimo! Deléitate en estas promesas; paladea estos manjares y deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.