Por qué hay que oponerse a la pena de muerte para Saddam Hussein

La extrema crueldad y la fría planificación de sus crímenes horroriza el alma. Estamos ante un hombre que impedía a los parientes hacer luto por un fallecido pues el luto por un enemigo del gobierno era considerado una señal de rebelión contra el gobierno, y por lo tanto podía ser castigado con cárcel, tortura o lo que considerara el tirano. Decenas de fosas sin nombre, que sólo aparecerán con los años, contienen el testimonio de una sevicia sistemática que en su silencio grita clamando justicia. Todos los errores de los Estados Unidos en esta guerra no pueden hacernos equivocar en una cosa: Hussein pertenece al tenebroso club de los déspotas ávidos de sangre humana; es uno de esos seres que desafían el sentido de la palabra “humanidad.”

Y sin embargo, es inoportuno y torpe condenarlo a muerte. Me siento orgulloso de mi Iglesia Católica que pronto se ha pronunciado para decir palabras como estas: “no se pude pagar un crimen con otro crimen.” Por boca del Cardenal Renato Martino, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, quien evocó la enseñanza de Juan Pablo II al respecto, nuestra Iglesia ha recordado que las sociedades actuales cuentan con los medios para evitar que un convicto vuelva a delinquir y “no hay necesidad de la pena capital”.

Pero además de las razones teológicas y éticas en contra de la pena de muerte hay numerosas razones prácticas que hablan en su contra. He aquí lo que sucederá si el derrocado presidente de Iraq es ejecutado.
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