Mujer de Dios

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1. Introducción

En una de sus más conocidas imágenes literarias, Catalina de Siena describe a la persona qaue comulga como un pez en el agua: “Y así como el agua está en el pez y el pez en el agua, así está Dios en el alma y alma en Dios”. Esta imágen describe a su manera la vida de la Santa Senense: toda ella se nos presenta como un camino en ascenso por el quemante deseo de Dios.

En efecto, descubriremos en el presente artículo, con la ayuda del Señor, que en la vida de Catalina de Siena se va dando un doble proceso: por una parte, cada faceta de su existencia va desenvolviéndose y desarrollándose en tensión hacia Dios, como un árbol que despliega sus ramas en todas direcciones, y en todas busca el sol. Por otra parte, cada aspecto de la vida divina, en sí misma y en el modo como se nos ha revelado, va produciendo una resonancia particular y nueva en Catalina. Y en la convergencia de este doble proceso de mutua búsqueda entre el Amado y su Amada, veremos realizarse en ella los prodigios que él sabe obrar en sus predilectos. Aún joven celebrará su Desposorio Místico con Cristo, y luego, como peregrina y predicadora, vendrá a ser como un lugar de encuentro con Dios para muchas personas.

Habría pues que decir que Catalina es audazmente, incluso “escandalosamente” divina. Se reconoce nada, se humilla ante todos, gusta llamarse y ser “sierva de los siervos”, pero desde allí proclama con certeza que Dios es Dios y que ella anhela y busca a ese Dios, al Absoluto, al Eterno, al Inconmensurable. Sin duda sorprende este camino espiritual: saberse nada para aspirar al todo, decirse sierva y dar órdenes, perderlo todo para ganarlo todo. Es la vía de la renuncia perfecta en aras de la perfecta unión, una senda que ella consideró irrenunciable para sí misma, pero que nunca impuso a nadie: le bastaba no ser sino en Dios para serlo todo de él.

La experiencia que he tenido al meditar y predicar sobre la vida de esta Doctora y Predicadora de la Iglesia ha llegado a convencerme de lo siguiente: cuando mostramos la paradoja cateriniana, es decir, esa especie de no-ser para llegar a ser, algo íntimo y familiar alcanza a resonar en el propio corazón, y uno como que siente que vale la pena vivir asi; pero cuando disminuímos por nuestra cuenta esa paradoja, incluso con la buena intención de hacerla más accesible a nosotros, queda ante los ojos sólo una figura borrosa en la que no es posible entender los ayunos y los dones espiriturales, el fuego al orar y la llama al predicar, la entrega de cada día y la inmolación de la muerte.

En efecto, una vez que aceptamos entrar en la psicología del todo o nada, en la escala infinita del Dios que no se mide con nosotros, y en la dialéctica pascual de morir para vivir; cuando entramos, en una palabra, a la celda de Catalina, brilla una luz nítida, un destello avasallante. Luego puede uno aceptarlo o rechazarlo, pero allí estará ese destello, femenino, arrogantemente humilde, como una mística cercania de Dios en su Iglesia.

Es por esto que el presente artículo tiene sus centro en una tesis, que puede sonar extraña al principio, pero que en realidad era ya muy familiar a los caterinatos del s. XIV. Es la siguiente: el designio del Señor para con Catalina no fue tanto al sacarla de su celda para llevarla al mundo, cuanto sacar al mundo de su mundo para llevarlo a la celda de Catalina. Quizá atrevido decirlo, pero no absurdo, según veremos seguidamente.

Es claro, al respecto, que hay como dos etapas en la vida de la Santa Senense. Una primera, que podemos llamar “etapa oculta”, y luego un segunda, que podría rotularse “etapa pública”. Pues bien, “oculto” y “público” son dos adjetivos apropiados para describir desde fuera y como empíricamente la biografía de Catalina: al principio, en su celdita de Fontebranda, lejos de las miradas hasta de su propia familia: años después, por los caminos y plazas, con la cara descubierta a ojos de cuantos quisieron y pudieron verla. De modo que empíricamente la diferencia es casi total. Pero, más allá de lo empírico, no nos ocuparemos en el presente artículo del proceso “externo”, verificable por el historiador, proceso ciertamente indispensable como punto de partida, sinio del proceso interior, pues es en este último donde Catalina se nos revela como “mujer de Dios”, y donde Dios nos muestra su peculiar cercanía y predilección por esta mujer.

Para nuestro estudio, procederemos de acuerdo con la distinción hecha más arriba entre el proceso plurifome de Catalina en búsqueda de Dios y el múltiple proceso de Dios que se va mostrando a ella y en ella. En esos dos análisis sucesivos nos resultará necesario no prejuzgar sobre quien es Dios, ni quién es ella. Quiero decir: intentaremos seguir el mismo camino de Catalina, aquella que supo implorar como San Agustín : “que te conozca, Señor, y que me conozca”.

2. COMO BUSCA LA CIERVA…

Coinciden los biógrafos de nuestra Santa en que podemos llamar “fundante” aquella visión que ella recibió cuando sólo contaba cinco o seis años. Jesucristo se deja ver, revestido con ornamentos sacerdotales, cerca de la Iglesia de Siena, y bendice a Catalina. No hay palabras pero sí un mensaje. De hecho, tal mensaje llegará a volverse palabra sólo mucho después, cuando nuevas experiencias- incluída la dolorosa experiencia del pecado- lleguen a consolidar en ella, simultáneamente, una vida, una espiritualidad y una doctrina.

Podría decirse que el fruto propio de esta visión fundante es un diálogo que luego se prolongará en la existencia y la predicación de la Santa. Es diálogo, ya desde ahora, porque tiene la estructura de pregunta y respuesta. Al igual que las interpelaciones divinas que conocemos por la Escritura, también aquí el Señor, al manifestarse, revela un sentido nuevo para la existencia (en esto es respuesta) y al mismo tiempo, deja entrever sólo un poco de su misterio y del misterio humano (y en esto sigue siendo pregunta). La intervención de Dios no es, pues, una lista de respuestas, base para una simple teoría, ni una lista de preguntas, base para una filosofía, sino las dos cosas, de manera viva y dinámica.

En la historia de Catalina, todo esto se hace muy concreto. La niña que desea ser eremita y que luego se “resigna” a aislarse en su propia casa, no es una solitaria, sino una interlocutora de Dios. Su penitencia o sus largos ratos de oración pueden entonces ser entendidos en esa dobre clave, esto es, como actitud de alguien que se pregunta (existencialmente) y desea alcanzar a Dios, o como camino de alguien que ha encontrado una respuesta, y se sabe alcanzado de Dios.

Deseo destacar desde ahora que ese diáologo entre esta niña y el Cristo de la visión involucre todo el ser de Catalina. Pareciera que su gran esfuerzo ascético es como un inmenso intento de vaciarse a sí misma para ser llena de Dios. Pero ¿Cómo desprenderse o vaciarse de lo que uno no conoce? Nadie sabe cuanto egoismo tiene hasta que no intenta darse. Consecuente con esto, ella se da por entero, comenzando por lo elemental y básico: la comida, la comodidad, el sueño, la compañia de la familia. Quiere perderlo todo, en la certeza de que lo que se puede perder por Dios no vale ante Dios y sí se encuentra mejor en Dios.

Este camino espiritual del absoluto fue antes recorrido por otros cristianos (no siempre con éxito, ciertamente). Es el camino del desierto, el de los primeros monjes, el de los grandes ascetas. Pero hay algo particular en el modo cateriniano de ir al desierto de Dios: ella no tiene una historia anterior. Los primitivos habitantes del yermo eran con frecuencia adultos, a veces desengañados del mundo, y casi siempre fastidiosos de sus propios pecados. Tenían además lo rudimentos de una concepción sobre el hombre y la sociedad. Al contrario, Catalina, al momento de emprender la senda del Absoluto, es demasiado pequeña para tener una teoría sobre Dios o sobre el hombre. No sabe cuánto se puede ayunar, ni cuánto se deber dormir, ni cuánto hay que orar cada día. Quizá debido a esto mismo, ella no se extraña de sí misma: le parece natural darse sin reservas y anormal que uno pretenda reservarse algo ante el que es Dueño de todo. Serán otros (papá, mamá, hermanos) quienes se extrañen de ella, e intenten reducirla al modo usual y “normal” de vivir. En paralelo, ella tampoco se extraña de Dios. Como no tiene una teoría sobre el modo de hablar y actuar Dios, está simplemente disponible a lo que Dios quiera ser y hacer con ella. A Dios le corresponde ser, y a ella, no-ser, dejar-ser.

No quiero ocultar los riesgos que entraña esta espiritualidad del no-ser. Fácilmente puede conducir a tres excesos: en cuanto al entendimiento; , en cuanto a la voluntad; en cuanto a la memoria. Precisamente, los primeros confesores de la Santa (Tomás della Fonte, por ejemplo) no dudarán en manifestar su admiración y gratitud ante Dios por la misericordia que tuvo con esta jovencita, preservádola de tantos y tan graves peligros. Y este es, por cierto, el fundamento teológico de una afirmación hagiográfica común: el Espíritu Santo ha sido Maestro y Guía de Catalina de Siena. Y a partir de esta afirmación, la otra de Pío II: “fué primero vista como maestra, antes que como discípula: Aprendió de Dios”.

Conviene mirar detenidamente cómo se dio ese don del Señor, porque -ya lo hemos dicho- el desierto ha sido semillero de santos, pero también de herejes, de caprichosos y de gnósticos.

Al respecto, el testimonio biográfico nos habla de una raíz profunda de la gracia en Catalina, una raíz que identifica el no-ser no sólo con vaciarse de las propias ideas, afectos y cosas, sino también con la perfecta humildad y la perfecta obediencia. Para ella, coherente en esto con la mejor lógica, no puede hablarse de vaciamento si no se renuncia vigorosamente -virilmente- a la propia voluntad. Es que el Cristo que ella ha visto es el Crucificado y Resucitado; es el Esposo Amantísimo de la Iglesia, siempre presente en Ella. Por eso Catalina tendrá siempre abierta su celda para acceder a los sacramentos y a la palabra de los ministros de Dios.

Tal es la explicación de la total disponibilidad que hará de ella un instrumento del poder, la ciencia y el amor de Dios. Ella acepta desde su pobreza “radical” cualquier modo que Dios quiera utilizar para mostrársele. No pone leyes al Espíritu Santo. Acepta las visiones, pero no se apega a ellas; recibe los consuelos espirituales, pero sabe renunciarlos; anhela la Eucaristía, pero se reconoce indigna del Sacramento, y no lo reclama, sino que lo suplica. Se ve entonces que su obediencia a confesores y directores tiene una base tan sólida y profunda como su anhelo de llegar a Dios. Fuera de esa obediente pero lúcida escucha, ella no busca ni quiere nada.

Unida, pues, a Dios, por el Espíritu Santo y por la palabra de la Iglesia, Catalina prolonga de varios modos su sed de Dios: ansia de entender, que crece hacia la Verdad de Cristo; ansia de amar, que crece hacia el Amor del Espíritu; su historia toda en las manos y ante los ojos del Poder de Padre Dios. La enseñanza, que luego escucharemos de su boca, sobre la conformidad de nuestro ser con el ser trinitario de Dios, proviene sin duda de su propia experiencia. Estamos hechos no sólo de Dios, sino para Dios, dirá ella muchas veces y de muchas maneras.

A modo de resumen, escuchemos cómo se expresa ella al respecto:

“Oh Deidad. Deidad, inefable Deidad, Oh Suma Bondad que sólo por amor me has hecho a imagen y semejanza tuya, no diciendo cuando creaste al hombre “sea hecho”, como dijiste al hacer la demás criaturas, sino: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra; Oh amor inestimable, para significar que en esta creación consentía toda la Trinidad. Y le has dado al hombre la forma de la Trinidad, Deidad Eterna, en las potencias de su alma, dándole la memoria para conformarle a tí, Padre Eterno, que como Padre tienes y conservas todas cosas en tí. Así le has dado la memoria para que tenga y conserve lo que el entendimiento ve y entiende y conoce de tí, Bondad Infinita, participando también así de la sabiduría de tu Hijo Unigénito. Le has dado la voluntad, clemencia dulce del Espíritu Santo, que se levanta llena de tu amor, como si fuera una mano que toma lo que el entendimiento conoce de tu inefable Bondad. Con la voluntad y las manos vigorosas del amor llena la memoria del afecto de tí”. (Diálogo, ed. Bac. 1955, p. 567).

3. “HABLA TU A MI PUEBLO…”

Hacia sus veinte años de edad, Catalina de Siena es “casi” lo que desea ser. Mejor dicho: ha descubierto su no-ser y el ser de su Señor; ha llenado su entendimiento de la Verdad que es Cristo; su voluntad del Amor que es el Esíritu; su memoria de la maravillas del poder del Padre. No es que esté satisfecha, pero el hambre la sacia. Y porque ama a Dios, ama lo que Dios ama, y sólo anhela que el Señor realice su voluntad divina y que así sea glorificado y amado de todos.

Lo anterior nos está diciendo que, por su cuenta, Catalina no habría salido de su celda. !Harto le costó entrar!. Por eso, si luego vemos predicando a la que antes callaba y caminando a la que antes reposaba o sufría junto al Crucificado, bien podemos preguntarnos a qué o a quién se debe este cambio. ¿Hay que atribuirlo a la familia? ¿A un descubrimiento nuevo de la miseria o la necesidad humanas? ¿A un mandato de sus Directores?.

Con un vocabulario teológico más cercano a nosotros, podemos decir, en principio, lo siguiente. Catalina, sin separar al Dios eterno de su revelación en Jesus de Nazareth, ni al Cristo Resucitado, de su Iglesia peregrina, obedece sólo a Dios. El cambio en su tipo de vida no es explicable en causales familiares. Catalina se ha resistido incluso a los ruegos de su mamá, cuando no se le parecen a los de Dios. Tal transformación, que fué paulatina pero bien clara desde que empezó, tampoco es comprensible por efecto de una orden de sus directores.

En cierto sentido éstos se verían a veces rebasados por la clase de fenómenos y experiencias de su Dirigida, y por eso reconocieron desde el comienzo una presencia singular del Espíritu en la senda que ella recorría con audacia de enamorada. ¿Se debe entonces tal cambio a un nuevo descubrimiento de la miseria humana? En cierto sentido sí, pero la cuestión no es sencilla.

En efecto, Catalina, separada del rumor del mundo, lleva sin embargo las pobrezas del mundo en su propio cuerpo: en su hambre y soledad, en sus tentaciones e indigencias, y por ello mira las tristezas del mundo en sí misma y no en el mundo mismo.

Con esto quiero decir dos cosas.

Primero. No es un “nuevo” llamado del mundo lo que envía a Catalina hacia el mundo. Ella vivía en una situación más penosa y precaria que la de los pobres, los enfermos o los tentados. ¿Había en Siena quien pasara màs hambre que ella, o más desnudez que ella? ¿Había quien durmiera menos, quien estuviese más solo o más tentado? Su voluntaria y amorosa reclusión de Fontebranda la ha hecho, en este sentido, no sólo interlocutora del Señor, sino conocedora del mundo. Camino este bien singular para conocer el mundo, pero ciertamente eficaz, si lo que se busca no es acopio de datos, ni multitud de sensaciones, sino sabiduría del Dios que creó, amó y redimió al mundo.

Segundo. Quizá porque estamos acostumbrados a aislarnos cuando deseamos que nadie nos moleste, o cuando queremos dedicarnos a nuestras cosas, tendemos a juzgar que igual sienten y quieren los que buscan y hallan al Dios del desierto. Nuestra soledad muchas veces es fruto del egoísmo y por tanto, nace opuesta e irreconciliable con el amor a los hermanos. No queda otro camino luego que negar una soledad asi egoísta, si se quiere llegar a la justicia, al amor, o a todo aquello que supone una relación de personas, más allá de los “egos”. De acuerdo con este orden de ideas, el amor a los hermanos comienza cuando se le conoce directamente, en sus circunstancias particulares. Y en consecuencia, aplicado esto a Catalina de Siena, se dirá que su vida “oculta” desconocía la realidad del mundo y se desentendía de él, y que tal situación quedó luego felizmente superada cuando al fin salió a la calle.

Pero esta interpretación de la etapa pública en la vida de Santa Catalina no logra superar varias objeciones.

Ante todo, un objeción teológica. Nos resulta claro que el amor personal de Jesus es para cada uno de nosotros y con razón decimos con San Pablo: “él me amó y se entregó por mí”(Gal. 2,20). Más esta aplicación creyente del amor de Cristo es irreconcilible con el pragmatismo que ve al amor como mera respuesta a unas circunstancias. El hombre Jesus de Nazareth conoció la condición humana, cierto, pero es forzado y sólo metafórico decir que conoció todas las circunstancias de todos los hombre, siendo verdad, sin embargo, que a todos amó y por todos se entregó. Donde se ve que el conocimiento de la realidad y la fuente del amor no se hallan sin más en el mundo (por dolorosa que llegue a ser la realidad del mundo) aunque sí se realicen para bien del mismo mundo.

Y todavía otra objeción histórica. No hay rastro de que Catalina tenga un “nuevo mensaje” al comenzar su “nueva etapa”. Y lo que es más serio: tampoco hay rastro de que su “nuevo” contacto con el mundo traiga una “nueva” enseñanza para ella. Es una cuestión delicada e importante que no debemos eludir.

Al respecto, la unidad temática, literaria y teológica entre los diversos escritos y testimonios de la Santa nos revela una psicología particularísima. En efecto, ya en la calle, ella mira y no mira. Sus imágenes literarias y sus súplicas concretas se multiplican, pero su convicción del no-ser para ser sigue idéntica. Su predicación es como una meditación en voz alta; es ya una oración. No es que desatienda lo particular y cotidiano, pero hay momentos en los que uno no sabría decir si esa predicadora está en la plaza o sigue en la celda.

Sobre este interesante y actualísimo tema (contemplar-predicar), Jose Salvador y Conde hace notar la desproporción que se da entre los enfoque y propuestas de Catalina, por un parte, y sus interlocutores o corresponsales, por otra. Un ejemplo. A la reina de Nápoles, mujer política y hábil en las artes del mundo, le escribe nuestra Santa algo que parece más un pequeño tratado de espiritualidad que otra cosa. Y sin embargo, tal modo de hablar, según testifican las biografías, dio a veces – no siempre- frutos sorprendentes de conversión, frutos incluso espectaculares. Tal parece que ella se limita a predicar y orar, dejando al Señor la obra de salvar y santificar.

Ese modo cateriniano de vivir con intensidad la vocación dominicana resalta tambien en que Catalina suele fundir prédica y oración. Solían por ello los caterinatos, acostumbrados como estaban a verla pasar del sermón al éxtasis (e incluso a predicar en estado de arrobamiento), tomar notas tantos de unos como de otros. Esta mujer está en el mundo, pero no es del mundo., por eso, precisamente eso, es lo que da fuerza y unción a sus palabras. Ese “estar sin ser” en el mundo es lo que ella llama la celda interior. Y pude decirse que ella no ve al mundo, o lo ve con una profundidad inaudita. Puede decirse que no está en la historia, o que la historia de su pueblo se realiza en ella de modo condensadísimo. Puede decirse que ha huído del mundo, o que resume el drama del mundo (convulso pero creyente) que conoció. Y si nuestra época prefiere para cada una de esos “puede decirse” el segundo término de comparación (ver con profundidad, realizar la historia, resumir el drama del mundo), no debemos sin embargo, perder de vista al primero.

En todo caso no podemos olvidar que cuando el Señor dijo a Catalina que habría de salir de su celda (material), fué Él quien lo dijo, y fué ella la que reclamó. Y luego fué Él quien la condujo y ella quien obedeció. Cómo manifestó Él lo que quería de ella, intentaremos dilucidarlo en la tercera parte del presente capítulo.

4. AL RITMO DE DIOS

El paso de la etapa “oculta” a la “pública” en la vida de Santa Catalina, lo describe el Beato Raimundo de Capua en estos términos:

“El Esposo despierta a la esposa cuando descansaba en el lecho de la contemplación, después de haberse despojado de las cosas de la tierra y purificado de las manchas del mundo, y la invita a abrirle, no la puerta de ella, sino la de muchas almas; porque la suya no está cerrada, puesto que duerme ella en el Señor, de quien es esposa (…) Después del matrimonio que se dignó celebrar con Catalina, nuestro Señor la fué poniendo en relación con los hombres. No la privaba por eso de sus comunicaciones celestiales, sino más bien se las aumentaba para subirla la una más alta perfección”.

Un poco más adelante transcribe palabras con las que el Señor explicaba a su esposa el motivo del cambio profundo que habría de darse en su modo de vida:

“Cálmate,amadísima hija mía: es preciso cumplir toda justicia y hacer fructificar mi gracia en ti y en otros. Bien lejos de separarme de ti, quiero unirme aún más por el amor al prójimo. Ya sabes que mi amor tiene dos mandamientos: es necesario amarme a Mi y al prójimo. En esto esta fundada toda la ley y los profetas. Quiero que tú guardes ambos mandamientos: te hacen falta dos pies y dos alas para volar al cielo”.(Alvarez, 2a ed. 1915, p. 81-84).

Como vemos, el paso a la etapa “pública”, visto en sí mismo, es en cierto modo puntual, localizable por las visiones transcritas por el Beato Raimundo. Pero el desarrollo del encargo que tal paso supuso incluirá un proceso que podemos llamar centrifugo y que tambien ya nos lo ha anunciado el mismo biógrafo: “Nuestro Señor la fué poniendo en relación con los demás”. Esos “demás” fueron primeros sus familiares, luego amigos, luego gente piadosa y así sucesivamente en círculos cada vez màs amplios. La mirada de esta contemplativa reconocerá luego a Cristo en espacios físicos, sociales y políticos siempre mayores: será el Cristo doliente, cuyo dolor ya ha lacerado el cuerpo penitente de Catalina, y desgarrado su alma; será el Cristo machacado por el pecado, cuyo rostro ha saludado ya la celda de Catalina; será, en fin, el Dulce Cristo, el Redentor, que desde la cruz anuncia la victoria.

1) Personas de distinta clase y condición acuden a
Fontebranda. Piden consejos y reciben consuelo.
2) Mendigos y menesterosos tocan a las puertas de los
Benincasa.
3) Dificultades con sus hermanas de la penitencia.
4) Las grandes converciones.
5) Las grandes intercesiones.
6) Las grandes misiones.
7) Su relación con el Papado.
8) “Muero por la Iglesia”.

Estas ocho “estaciones” son como respuestas con las que Dios, a través de la historia y en la realidad de la Iglesia del s. XIV, colmó el anhelo y la búsqueda de Catalina. Movida por un amor que la antecede y rebasa, ella ha deseado con ardor realizar la voluntad de Dios, y entonces Dios le ha ido mostrando su voluntad para con ella, en un camino que no es otro que el Camino, es decir, el Cristo, todo y solo Cristo. Lo cual sin embargo, no debe ser interpretado como si se tratara de un rosario de hechos gloriosos y alegres. Precisamente, si se trata de seguir a Cristo, es seguirlo hasta la Cruz; participar de Su Pasión para resucitar con Él.

Pero es Dios quien marca el ritmo, interior y exteriormente. En el interior, ya lo hemos visto, a través de ese conomiento sapiencial de Dios en sí mismo y de sí mismo en Dios. Este ritmo interior o “palabra interior” lo escuchó Catalina en su celdita de Siena y lo siguió percibiendo muy fuerte en la celda “interior”. Allí recluida, ella ve toda la creación condensada en la persona humana; ve todo el sufrimiento y los límites humanos condensados en nuestra condición de criaturas y pecadores; finalmente ve el drama de nuestro pecado -todos los pecados del mundo – reunidos en la cruz de Cristo. Así llega a tener en su mirada como el resumen de un vigoroso proceso de acumulación de sentido, que le permite ver todo lo creado, toda la historia y todo el sufrimiento de Jesucristo.

Bien podía decir con San Pablo: “Para mí la vida es Cristo”.

También es Dios quien señala el ritmo exterior, utilizando libremente los acontecimientos de la historia-aquellas “estaciones” para expresar una “palabra exterior”. En sí mismos, estos hechos, ni aun los más espectaculares, fuerzan una única interpretación. Son más bien como la “materia” que requiere de una “forma”, es decir, de una luz particular que los haga legibles y plenamente significativos. Si esa luz “de la gloriosa fe”, nada llega a hablar de Dios, “ni si resucita un muerto”.( Lc. 16, 3d1).

Ahora bien, tratándose de una Contemplativa que es tambien Doctora, contamos con la fortuna de conocer mucho de sus enseñanza y su predicación, algo así como su modo particular de “leer la historia”. Esta predicación no corresponde simplemente ni con la “palabra interior” que es intuitiva y apofática, ni con la “palabra exterior”, que es explícita pero ambigua.

Tal predicación es palabra, sin menos y sin más. No mero vocablo o vehículo de ideas, sino vigorosa palabra profética, sapiente, vivificante.

Conservamos, en efecto, el testimonio de algunos contemporáneos de la Santa, que la escucharon hacer en voz alta esa lectura de la historia. Y no está de más citar algunos:

“Con qué celo exhortaba a los religiosos a imitar a Nuestro Señor, a tomar con él en la mesa de la Cruz el alimento de la Vida, y a encerrarse en la celda de sus almas, es decir, en el conocimiento de sí mismos, y allí orar por los que habían perdido la vida de la gracia…. Imposible es decir el bien que sus exhortaciones y ejemplos hicieron a los religiosos de la Orden de Predicadores”.(Fr. Tomás de Sena Caffarini).

“Cuando el Papa Gregorio XI pidió a Catalina su parecer sobre la vuelta de Avignon a Roma, excusóse ella humildemente diciendo que no era propio de una ruin mujer dar consejos al Soberano Pontífice. Respondióle el Papa : “No te pido consejo, sino que me hagas conocer la voluntad de Dios”. Y como ella siguiera excusándose, le mandó él por obediencia que le dijese si sabía la voluntad de Dios sobre este asunto. Bajó entonces ella la cabeza y dijo: ¿Quién conoce mejor la voluntad de Dios que vuestra Santidad, que se ha obligado por un voto?. A estas palabras quedó el Papa atónito, porque nadie sabía el voto que había hecho de volver a Roma; y en aquel momento se propuso abandonar Avignon”. (Fr, Bartolomé de Siena).

“La autoridad de su palabra era tanta y tales las gracias que rebosaban de sus labios, que a los más poderosos del mundo subyugaba y rendía al servicio de Dios. Así se vió particularmente en la corte de Gregorio XI, donde los mismos que más se le opusieron quedaron pronto avasallados por su dulce influencia y se hicieron sus amigos y bienhechores”(Fr. Bartolomé de Siena).

En cuanto a nosotros concierne, y a modo de conclusión de esta parte, bástenos con transcribir algunos textos significativos de esta mujer de Dios. Han sido seleccionaldos siguiendo el orden de las estaciones arriba señaladas.

4.1. Personas de distinta clase y condición acunden a Fontebranda.

“La manera por donde por donde yo llegué a conocer a Catalina fué esta. Acaeció sin culpa mía, que yo incurrí en una guerra y enemistad con otros más poderosos que yo. Me dijeron que rogase a esta virgen para que se ocupase de este negocio mío y que sin duda mediante ella, alcanzaría paz, porque muchas cosas semejantes había hecho. Fuimos a ella, la visitamos, y nos recibió no como doncella vergonzosa y tímida según yo pensaba, mas con afectuosísima caridad y como si recibiera a un hermano que venía de lejos; de lo cual quedé yo muy maravillado. Y como hubo oído la causa de mi visita, me respondió diciendome: “Vete, hijo muy amado, y ten confianza en Dios Todopoderoso, que yo trabajaré hasta que tengas buena y entera paz y yo lo tomo sobre mi cabeza”. Lo cual así cumplió, porque milagrosamente tuvimos paz, y se cumplió aún contra la voluntad de mis adversarios”. (Fr, Esteban Maconi).

4.2. Mendigos y Menesterosos tocan a las puertas de los Benincasa.

“Raimundo observa, con intención, que el Salvador, que antes se aparecia a Catalina en su celda, se presentaba ahora a su puerta y le suplicaba que le abriese, no para que él entrase, sino para que ella saliese” (Joergensen, S.Catalina de S.,1924, p.110).

“Sabía Catalina que el medio más seguo de agradar a su Esposo era ser caritativa con el prójimo, y su corazón deseaba ardientemente socorrele en todas sus necesidades. Mas como ella tenía nada propio, pues había prometido guardar los tres votos de la vida religiosa y no quería disponer de lo que pertenecía a otros sin consentimiento de ellos, se fué un dia a su padre y le preguntó si le permitía tomar, según su conciencia, la parte del pobre en los bienes que Dios se dignaba conceder a su familia” (R. De Capua, o.c. p.92).

4.3. Dificultades con sus Hermanos de la Penitencia.

“Cuando comencé a visitarla, dice Fr. Bartolomé, ella era joven y su cara estaba siempre risueña. Yo era joven tambiéen, y lejos de sentir turbación alguna en su presencia, cuanto más la trataba más puros sentía en mí los afectos. Ví a muchos seglares y religiosos que entraban a visitarla, y todos sentían al misma impresión que yo. La vista y palabras de ella respiraban y comunicaban angélica pureza. Cuando Andrea la acusó de deshonestidad a la Priora de la Orden Tercera, Catalina, que hacía tiempo que había consagrado la virginidad de su cuerpò y de su alma a Dios, a la Santísima Virgen y a Santo Domingo, se puso a los pies de la Priora y respondió con rubor virginal y candor de paloma: “Madre mía, perdonadme; pero yo no sé que pecados son esos de que me hablaís ni cómo haya podido cometerlos; pues, con la gracia de Nuestro Señor, antes quisiera morir que ofender a Dios, y más en la manera que decís”. Y la Priora, viendo aquella humildad y candor, la despidió en paz”.(Fr. Bartolomé de Siena).

4.4. Las grandes conversiones.

“Hacia 1375, Catalina está en Siena. Un súdito pontificio, Niccolo de Toldo, por unas frases indiscretas contra los gobernantes de Siena, es condenado a muerte. Tortura a Catalina la rebeldía del joven Niccolo contra los hombres y contra Dios. Llega hasta él.. Ella lo cuenta con estas palabras escritas poco después al B. Raimundo: “He ido a visitar al que sabéis, y experimentó tal consuelo y alegría, que se confesó y se encontró en las mejores disposiciones. Me hizo prometerle que cuando llegase la hora de la justicia estaría a su lado, y he hecho como le prometí, por la mañana antes del primer toque de campana, fuí a verle, y recibió gran consuelo. Le llevé a oir misa; recibió la sagrada comunión, de lo que siempre estuvo alejado. Su voluntad se hallaba sometida a la voluntad de Dios; sólo temía ser débil en el momento supremo, y me decía: -Quédate conmigo; no me abandones, y todo irá bien y moriré contento. Y descanzaba su cabeza sobre mi pecho. Entonces sentí un gozo y un perfume como de su sangre mezclada con la mía, que deseo verter por mi Dulce Esposo Jesus”.(Diálogo, Bac, p.3l).

4.5. Las grandes intercesiones.

“Entre las personas que criticaban y calumniaban la vida extraordinaria de Catalina distinguíase un religioso franciscano, el Padre Lazarini, que enseñaba con renombre filosofía en su convento de Siena. No contento con desautorizar y morder públicamente la reputación de ella, resolvió ir a verla, esperando hallar en sus palabras y acciones nuevo motivo para más difamarla. Me suplicó que yo le acompañase, y accedí, seguro de que a su vista se arrepentiría. Fuimos, en efecto. La conversación continuó por un tiempo, y al acercarse la noche, dijo fray Lazarini: -Es tarde y me voy; otro día volveré a hora mas conveniente. Y más por fórmula que por devoción, se enconmedó a la oraciones de ella. Catalina prometió rogar por él. Aquella misma noche, cuando Lazarini se levantó para estudiar la lección que al día siguiente había de enseñar a sus discípulos, sintióse todo enternecido y derramando sin querer muchas lágrimas. No bien Lazarini reconocíó su falta, cesaron las lágrimas y su corazón se encendió en deseos de ver otra vez a Catalina. Muy de mañana corrió, en efecto, a visitarla; y ella, que sabía lo que el Divino Esposo había hecho, le abrió la puerta inmediatamente. Echóse Lazarini a los pies de la sierva de Dios y la sierva de Dios se arrodilló ante él suplicándole que se levantara, y después de un largo y piadoso coloquio, pidióle él muy de veras que se dignara dirigirle en los caminos de la salvación”.(Fra. Bartolomé de Siena).

4.6. Las grandes misiones.

“Su elocuencia era admirable. Los sabios como los ignorantes decían: De dónde le vendrá esa sabiduría, pues ella nunca ha estudiado. Pensaban algunos que los dominicos la habían instruido, cuando por el contrario, ella era la que enseñaba a los dominicos”.(Fr. Bartolomé de Siena).

4.7. Su relación con el Papado.

“Los soberanos pontífices Gregorio XI y Urbano VI le concedieron muchos favores particulares, cuyas Bulas auténticas vió fray Tomás y las enseñó públicamente en el convento de San Juan y San Pablo. Por una de ella se concedía a Catalina tener siempre un altar portátil a fin de oir misa cuando quisiera. Por otra se confiere a tres confesores que la acompañaban la facultad de absolver todos los pecados, excepto los reservdos a la Santa Sede”.(Fr. Tomás de Siena).

“En nombre de Cristo crucificado y de la dulce María. Santísimo y reverendísimo padre en Cristo Jesus. Yo, Catalina, indigna y miserable hija vuestra, sierva y esclava de los siervos de Jesucristo, os escribo en su preciosa sangre con el deseo de veros pastor bueno. Pienso, dulce papaito mio, que el lobo se lleva vuestras ovejas y que no se encuentra quien lo remedie. Recurro, pues, a vos, padre y pastor nuestro, suplicándoos de parte de Cristo crucificado qaue aprendáis de él, que con tan ardiente amor se entregó a la afrentosa muerte de cruz para sacar a la oveja descarriada”.(Carta 196, ed. De J. Salvador y Conde, 1982).

4.8. Muero por la Iglesia.

“Catalina, después de la comunión del día de Pascua de 1380, cayó en éxtasis según su costumbre, y cuando volvió en sí le fue imposible volver a su cama. Cogiéronla en brazos sus compañeras para acostarla sobre las tablas, y quedó en la misma inmovilidad que antes. Pero le concedió el Señor poder conversar conmigo durante los pocos dias que permanecí en Roma, y entonces fué cuando me explicó los tormentos y dolores que le hacían sufrir los demonios. Su oración incesante era por la santa Iglesia, deseando y pidiendo a Dios padecer en su cuerpo la pena merecida por los que separaban a los fieles del sumo pontífice Urbano VI. “Estad cierto, decía ella, que si muero, la única causa de mi muerte es el celo que me abrasa y consume por la Santa Iglesia. Con gozo sufro por su libertad, y estoy dispuesta a morir por ella, si es necesario”.(Fr. Bartolomé de Siena).

5. ¿Y NOSOTROS?

En el DIALOGO (II,I) aparece descrita una visión que nos atañe directamente. El conocido planteamiento de la es en cierto sentido extríseco, en cuanto puede reducirsele a una opción. No son, en cambio, opcionales expresiones del Evangelio como: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn. 15,4). Y de esta clase es la visión que digo que nos atañe e implica. Se trata de lo siguiente:
Durante un fugaz pero definitivo instante, Catalina de Siena pudo ver todo lo que existe en manos de Dios. Exactamente, en su puño. “Todos estan aquí – le dice el Padre Eterno- o por justicia o por misericordia”. Ese puño es un vigoroso símbolo del poder de Dios, que no sólo es “soporte” de lo creado (como lo significaría la palma de una mano abierta), sino que envuelve y domina en todo y en todos.

Igualmente, es posible mirar todo lo creado en el corazón de Dios, como símbolo de su amor. La misma Catalina vió el proceso y caminó a través de Jesucristo -Puente como un recorrido que pasa por el costado de Cristo. Y además el Eterno Padre le hizo conocer de muchos modos el dominio universal de su amor, hasta hacerla prorrumpir en himnos a la misericordia divina, reinante desde lo alto del cielo hasta lo profundo del infierno.

Un aspecto en que la santa insiste de otro modo es la sabiduría de Dios, igualmente omnipresente y particularmente manifiesta en la providencia soberana de Dios: todo está ante sus ojos.

Así llegamos a una terna: todo está en la mano de Dios; todo está en el corazón de Dios; todo ante sus ojos. Y bien puede decirse que Dios nos piensa, nos siente y nos puede, y que gracias a ello hemos llegado a saber, sentir y poderlo todo en Él.

Más no es esto lo más maravilloso, ni lo que causa la máxima admiración y la más alta gratitud en Santa Catalina de Siena. Lo sorprendente, para ella, aún más que el dato de que nosotros estamos en manos de Dios, es el hecho de que Dios haya querido ponerse en nuestras manos. El símbolo y sacramento de esta concesión del poder divino lo ve ella en el Crucificado. Firmemente sujeto a la cruz, Cristo ha sido “entregado” en manos de sus enemigos. ¿Dios en manos de sus enemigos?. Con una salvedad: la causa de este sometimiento no son las manos de los enemigos ni lo clavos que ellos utilizaron en contra de Dios. Muchas veces dirá Catalina que los clavos no hubieran sido suficientes para sujetar y vencer a Dios, simplemente porque Dios sólo se deja vencer por su propio Amor, del cual él mismo es la Fuente. Y así, viendo a Cristo en la cruz, contempla ella a un vencido que es Vencedor: a Dios en nuestras manos en el preciso momento en que nosotros quedamos por completo en manos de Dios.

¿Se da en esto también un paralelo con respecto a la sabiduría y la clemencia divinas?. Quiero decir: ¿Hay testimonios en Catalina de Siena de que Dios, además de haberse puesto en nuestras manos -según el modo dicho- haya querido también darse a nuestro corazón y mostrarse a nuestros ojos? Creo que en la cruz muestra ella su todo y a todo Dios. Para Catalina de Siena es claro que Dios ha logrado romper la dureza de nuestros corazones al revelarnos su divino amor, cosa que sucedió por y en el Crucificado. Sería esta la muestra clarísima del infinito interés que tuvo y tiene Dios, en lograr un sitio en nuestro corazón.

En cuanto a la sabiduría, cabe recordar que, para nuestra Santa, la luz de la gloriosa fe procede de la contemplación de la sangre derramada en la cruz. En la sangre se encuentra luz, le asegura ella al dominico Fr. Simón de Cortona (Carta 56). De modo que, así como Cristo Crucificado es el vencido que es Vencedor y el repudiado que es auténtico Amador del género humano, así también en la cruz es el Oculto, el Entenebrecido (cf.Mc.15,33) que el Iluminador y Luz de las Gentes. Él es, entonces, el Dios que quiere dejarse ver.

Hay, resumen, este paralelo: Nosotros estamos en manos de Dios, en su corazón y ante sus ojos; él, por un derroche de su poder, de su amor y de su sabiduría, quiso a través de la cruz de Cristo estar en nuestras manos, en nuestro corazón y ante nuestros ojos!
Admirable diálogo entre Dios y sus hijos!

Fr. Nelson Medina F. , O.P.

Santo Domingo, Hombre de Iglesia

San Francisco es un laico, Santo Domingo un clérigo. Parece haber sido siempre de Iglesia, educado desde sus niñez, “a la manera eclesiástica”, por su tío el Arcipreste, provisto quizá, desde la adolescencia, de algún beneficio en la diócesis de Osma, instruído en las disciplinas sagradas, en las mejores escuelas de su país. Subprior del Capítulo regular de Osma, he aquí uno de los principales personajes de la administración diocesana, hombre de confianza de su obispo, tanto en los viajes y negocios diplomáticos, la visita ad limina, como en la audaz empresa de una nueva forma de predicación en el seno de una misión pontificial.

Durante diez años, el Prior de las monjas de Prulla no es un predicador cualquiera independiente, sino de la calidad del clero local. Administra bienes de la Iglesia en Fanjeaux, en Prouille, en Limoux, en Lavaur, más tarde en Tolouse. Solidario de la cruzada y de sus jefes una que otra vez, le hacen beneficiario de dominios conquistados, representa a la Iglesia oficial ante los herejes a los cuales concede la reconciliación e impone la penitencia canónica.

Si Arzobispos, Obispos y otros prelados de la región lo tienen en gran estima, es seguramente en razón de su santidad, pero también porque pertenece a su mundo. En la ausencia de Pedro de Vaux de Cernai gobierna en lo espiritual la diócesis de Carcasona, y está en estrecha relación con el Obispo de Tolouse cuando comienza, en la primavera de l2l5, la Orden de Predicadores. Así, con un intervalo de más de diez años, es al lado de un Obispo como Domingo toma contacto con la Curia Romana, en la animación de un gran Concilio. Inocencio III valora los proyectos de Domingo, pero también confía en su habilidad canónica, en su sentido de institución eclesiástica. Junto a Honorio III, a Hugolino y otros Cardenales que hacen llamamiento a sus servicios, Domingo no parece hacer figura de genio aventurero, sino de hombre seguro, suficientemente hábil en las cosas de la Iglesia para llevar a buen término la reforma de las Monjas o aún para grupar bajo su autoridad religiosos de todas la Ordenes en una vasta tarea de predicación en Lombardía.

En su carrera eclesiástica, Santo Domingo ha procedido siempre en el mismo plano. Quizá no haya escogido ser de Iglesia: se descubre tal en el despertar de su vida personal. Pero en esta situación ha consentido. Este consentimiento, cada vez más profundo, es todo el secreto de su santidad, de su obra. Un comprometi­miento cada vez más lúcido y voluntario en las realidades de la Iglesia, todas las realidades de la Iglesia.

Los años de Palencia y de Osma son decisivos. Firmeza de costumbres, estudiosidad excepcional de la Palabra de Dios, sensibilidad hacia todos los que sufren, hacia los pobres, ávido de oración: es el signo de abertura del jóven canónigo hacia el misterio de la Iglesia, signo y realidad de salvación.

“Una de las súplicas frecuentes y singulares a Dios, era que le diera una caridad verdadera y eficaz para cultivar y procurar la salvación de los hombres; porque él pensaba que no sería verdaderamente miembro de Cristo sino el día en que pudiera entregarse totalmente con todas sus fuerzas a ganar almas, como el Señor Jesús, Salvador de todos los hombres, se consagró totalmente a nuestra salvación”.

¿Arrebato edificante de un hagiógrafo? ¡Pero tantos testigos han hablado de las noches de oración de Santo Domingo, de sus gritos y de sus lágrimas! ¿Y por qué también esta necesidad, insólita en su época, de celebrar cada día el sacrifio de la Santa Misa? Domingo no es de Iglesia solamente en apariencia, sino de corazón. El no tiene otro drama personal que el que se juega en la Iglesia: la salvación de los hombres.

En el origen de los frailes menores [franciscanos] ha habido el problema personal de Francisco de Asís: un descubrimiento de Dios, una mirada nueva sobre el Evangelio, un espíritu y un corazón conmovidos por el encuentro personal de Jesucristo, una conversión. Santo Domingo no es un convertido. Este no es su caso, ni su perseverancia ni su salvación; lo suyo, su problema es la Iglesia.

Es la “execrable herejía de los Búlgaros” la que detiene y retiene en el Languedoc al Obispo de Osma y a su Subprior. Sí, pero el mal profundo no viene de Oriente. Está en la desviación de todo un pueblo y de sus jefes laicos respecto de una Iglesia a quien se rehusa reconocer como la Santa Esposa de Cristo. El mal está en este rompimiento entre el mensaje y los medios de salvación que la Iglesia posee y los hombres por los cuales ella los comunica, en una revuelta contra la Iglesia en nombre del mismo Evangelio.

No es Domingo, sino su Obispo quien, desde la solemne asamblea eclesiástica de Montpellier denuncia la crisis y propone un plan. Qué importa de quien venga la iniciativa, es el momento de ser verdaderamente de Iglesia. Algunos meses, y el viento de entusiasmo por un modo nuevo de predicación se habrá acabado, los obreros se dispersarán, la cruzada se juzgará más eficaz. Pero Domingo es de aquellos que no se resignan, y, casi solo, persevera. Para él no se trata de método sino de vida. Ir hasta el fín en condición de sacerdote de Jesucristo en la Iglesia de su tiempo.

En Roma, los clérigos habían sido burlados por el evangelismo sincero de un mercader lionés, Pedro Valdo, causando así el cisma y la herejía. Inocencio III, al contrario, toma en serio el Poverello de Asís, y seguro de su fidelidad, se apoya sobre él para captar y mantener en la Iglesia todo lo que las aspiraciones populares llevan de auténtico. Pero también es necesario un movimiento en otro sentido, y aquí Domingo e Inocencio III se comprenden.

Una vida integralmente evangélica en una fidelidad sin reticencia a la Iglesia romana, es la gracia de San Francisco de Asís. Vivir la vida eclesiástica según la verdad del Evangelio, para predicar auténtica y eficazmente este evangelio, es la gracia de Santo Domingo.

Habiéndolo dejado todo para seguir a Cristo pobre, San Francisco se nos presenta, a pesar de él, fundador de la Orden. Santo Domingo ha querido fundarla. Una experiencia brillante de algunos meses -“la santa predicación” narbonense- diez años de perseverancia, de maduración, de oración. Domingo no piensa solamente en los albigenses, sino que piensa en sentido eclesial. Modesto canónigo al lado del Obispo de Tolosa, en camino hacia el Concilio de Letrán, lleva en sí la idea de la Orden de Predicadores. Nada menos. Toma la responsabilidad de una función permanente de la institución eclesial.

Domingo es hombre de Iglesia, de la Iglesia católica. No reune obreros más que para hacerlos trabajar: 15 de agosto de l2l7, la dispersión de Prulla hacia Tolouse, París, Bolonia, Roma, Madrid. Capítulo de l22l, la expansión magnífica de la Orden en ocho provincias. Y sin cesar, la obsesión de ir más lejos: los musulmanes, los cumanos, los pueblos del Norte.

Francisco de Asís experimenta dificultades y sinsabores serios como legislador. De hecho, la regla franciscana lleva la huella del cardenal Hugolino. Domingo, en cambio, parece haberlo dispuesto todo, cuando llega la confirmación solemne de su Orden, firmemente asentada en el estilo canonical y la dedicación específica a la predicación. Sus cualidades “profesionales”, si se puede decir, de hombre de Iglesia afluyen aquí. Y el arte de la novedad y de la intrepidez con respecto a la formas antiguas. La vida religiosa no solamente gira sobre la conversión personal, sino sobre los hombres a quienes hay que salvar. ¿Los predicadores de entre los canónigos regulares? La etiqueta permanece aún; de hecho ellos no son hombres de tal o cual Iglesia, sino al servicio de toda la Iglesia dispensadora de la palabra divina que ilumina y que salva.

“El Hermano Francisco y quienquiera que esté a la cabeza de esta Orden promete y prometerá obediencia y respeto al Señor Papa Inocencio y a sus sucesores”.

La Orden de los Menores está bajo la vigilancia de un Cardenal protector. Nada de esto para Santo Domingo y los suyos. Ninguna garantía se exige, porque ninguna cuestión de fidelidad se pone. Aquí la fidelidad se supone.

Escribiendo a los obispos para recomendarles los primeros frailes menores, el Papa los invita a tener por buenos católicos, cristianos verdaderamente ortodoxos a estos hombres que se proclaman “del evangelio”. Los hijos de Santo Domingo son presentados por la Santa Sede como total y oficialmente destinados a la predicación de la Palabra de Dios en la pobreza. En los frailes menores se destaca la cualidad personal de los hombres; en los predicadores, la función en la Iglesia. No es cuestión de sentir con la lglesia militante, sino que se está dentro de la misma iglesia.

Estar en la Iglesia como en su medio espontáneo de vida. Vivir interiormente de su misterio. Llevar y experimentar en sí la angustia de la salvación de los hombres, que es como la sustancia viva de la Iglesia. Sufrir en este plano sus verdaderos sufrimientos. Ser lúcido en sus crisis y animoso en la medida de esta lucidez. Ser magnánimo en su servicio. Encontrar en una fidelidad indiscutida la fuente y la seguridad de las iniciativas que se le entregan. Ser humilde servidor de aquellos que tienen la misión de gobernar, la misión de Dios, siendo ellos mismos servidores de la Palabra que salva. O Lumen Ecclesiae!

Basado en un artículo de Fr. André Duval, O.P.

Los Jóvenes Entrevistan a Santo Domingo de Guzmán

Jóvenes: ¿De dónde tu nombre? ¿Del día de la semana?

S. Domingo: No exactamente. Más bien: tanto el día de la semana (dicho en castellano) como mi nombre tenemos un origen común, la palabra latina “Dominus”, que significa “Señor”. De hecho, mi nombre, en latín, se dice “Dominicus”, que podemos traducir como “del Señor”.

Jóvenes: ¿Es decir que tú eres “del Señor”, incluso por el nombre?

S. Domingo: Sí, y gracias por decirlo.

Jóvenes: Si te pusieron ese nombre, tu papá y tu mamá debían ser personas muy religiosas, ¿no?

S. Domingo: Ciertamente tuve la gracia de nacer en un hogar muy cristiano. Diría más: en un hogar de cristianos acostumbrados a defender su fe.

Jóvenes: ¿Defenderla? ¿Por qué o contra quién?

S. Domingo: Por una parte, era la época; pero, por otra parte, ¿no es la fe un tesoro siempre amenazado por ser siempre valioso? Tal vez los peligros sean diferentes, pero creo que nadie debería sentirse demasiado seguro y cómodo en su propia fe.

Jóvenes: Pero en tu caso, o mejor dicho: en el de tu familia, ¿cuáles eran esos peligros propios de la época?

S. Domingo: A ver: yo nací a fines del siglo XII en Caleruega, un pequeño pueblo en el corazón de Castilla, en España. Todo en el paisaje y en las historias que oíamos de niños nos recordaba la presencia insistente de los musulmanes, que desde el sur de la península querían penetrar en Europa y adueñarse de todos los territorios de los cristianos. A mi nacimiento, semejante batalla había tenido ya muchos episodios y por eso mi gente estaba acostumbrada a defender su fe, incluso con su vida.

Jóvenes: ¡Eso suena bien dramático!

S. Domingo: Y lo era. Nosotros no mirábamos la fe como un asunto personal y privado, sino como un don precioso que debe cobijar todo en el hombre: lo íntimo y lo público, lo grande y lo pequeño.

Jóvenes: ¿Cómo te educaste? O mejor dicho: ¿cómo se educaba la gente en tu tiempo?

S. Domingo: La educación, incluso en sus rudimentos -leer y escribir-, era un artículo escaso; casi un lujo. Papá y mamá resolvieron que yo iniciara mi formación con un tío sacerdote que vivía en Gumiel de Izán, otro pueblito de Castilla.

Jóvenes: ¿Cómo eran ellos, tu papá y tu mamá?

S. Domingo: Mi papá se llamaba Félix. Era un hombre sincero, abierto, trabajador y sumamente constante en todo lo que emprendía. Mamá se llamaba Juana, Juana de Aza. Era piadosa y muy caritativa. En casa hubo siempre un lugar para los pobres.

Jóvenes: ¿Viviste mucho tiempo con tu tío del pueblito ese?

S. Domingo: Prácticamente toda mi infancia. Luego estudié en Palencia, donde culminé mi formación sacerdotal y…

Jóvenes: ¿Desde niño pensaste en ser sacerdote? ¿No se te ocurrió otra cosa, o casarte, o algo así?

S. Domingo: ¿Por qué me miran así?

Jóvenes: Porque nos parece muy rara una vocación desde tan niño.

S. Domingo: Pero a Dios no le pareció raro. Ni a mí tampoco. De mi parte, estoy inmensamente agradecido con Él.

Jóvenes: ¿Por qué te representan con un perro blanco y negro que lleva una antorcha?

S. Domingo: El blanco y el negro se deben a los colores del hábito de la Orden; la antorcha es un símbolo de la predicación, que es lo propio de la Orden. A mí me contaron que, por lo días en que yo nací, mi madrina tuvo un sueño con un perrito que llevaba esa antorcha.

Jóvenes: ¿De dónde te surgió la idea de fundar la Orden de Predicadores? ¿Son los mismos Dominicos?

S. Domingo: Sí, aunque yo prefiero el primer nombre. En cuanto a la idea de la fundación, es algo que nació de ver lo que estaba sucediendo en la Iglesia. En mi tiempo, había muchas personas que desorientaban a los cristianos predicando doctrinas extrañas; estos tales solían ser gentes de mucha penitencia y alarde de virtud, llenos de argumentos complicados, y eso sí: prontos a atacar a la Iglesia, en especial fustigando la vida que llevaban algunos obispos y sacerdotes.

Jóvenes: ¿En tu tiempo? ¡Eso también pasa hoy!

S. Domingo: Desafortunadamente, sí. Por eso, por conocimiento de causa, me di cuenta de que sólo una vida santa unida a una doctrina sana podía convencer al adversario y sostener al fiel.

Jóvenes: Y así nacieron los dominicos…

S. Domingo: Bueno, primero nacieron las Dominicas. La primera comunidad de frailes nació en 1216; ya desde hacía unos diez años existía en Prulla (Francia) una comunidad de monjas de clausura, que fueron y son el primer soporte de la eficacia de la predicación. Hoy la Orden es como un gran árbol, en cuyas ramas hay frailes, monjas, hermanas y laicos.

Jóvenes: ¿Estás satisfecho de tu obra?

S. Domingo: Gracias a Dios, aquel 6 de agosto de 1221 pude dejar este mundo en paz, y encomendar a los míos con las palabras mismas de mi Señor y Salvador. Soy feliz, es cierto, pero ¿satisfecho? No me lo había preguntado. En todo caso, si eso indica “conforme con la Iglesia y con la Orden”, no estoy satisfecho. Creo que Dios nos enseña a ir más allá de nuestras fronteras, y a desear siempre más de Él, y de su Luz y de su Bondad.

Jóvenes: ¿Una última sugerencia para los jóvenes?

S. Domingo: Sí. Mientras van de camino, piensen en Cristo, el Salvador; Él les dirá lo demás.

Por: Fr. Nelson Medina F., O.P

Se Puede Ver a Dios Cara a Cara?

Se puede ver a Dios cara a cara durante esta vida? O incluso preguntemos más: hablar de la cara de Dios, ¿no es algo así como antropomorfizarlo o imaginarlo a la manera humana? Indudablemente, la Biblia utiliza un lenguaje apropiado para nuestra comprensión. Y en ese sentido es un lenguaje que abunda en símbolos.

Sería interesante recoger todos los símbolos antropomórficos sobre Dios que aparecen en la Biblia. Son muy abundantes: se habla del brazo extendido de Dios, se habla de la espalda de Dios, en el capítulo 33 del Exodo, se habla de los ojos, de la mirada, o los oídos de Dios, y así sucesivamente.

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