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JESÚS ES PUESTO EN BRAZOS DE SU MADRE

Te adoramos, oh Cristo…

“Junto a la cruz de Jesús estaba su madre.
José de Arimatea lo bajó de la cruz y lo envolvió en una sábana que había comprado”.

Para nosotros, Jesús es el Hijo de Dios.
Para ella, Jesús es el hijo de sus entrañas. Su único hijo. El más bueno de los hijos, por el que toda su vida había valido la pena. Ahora lo tiene en sus brazos.
Ensangrentado, escupido, muerto. ¿Qué pensaría entonces María, si es que aún podía pensar?
Como en un eco lejano, repetiría una vez más:
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra”.

María de la Soledad, enséñanos a aceptar la voluntad de Dios, en las horas de gozo y en las horas de dolor,
en la salud, en la amistad, en la prosperidad.
Y en la enfermedad, la soledad y la pobreza.
Hágase en nosotros también, su palabra.
Padre nuestro.

Cristo, Maestro. Tú eres el Camino,
Vida verdadera y eterna Verdad.

Viacrucis – Duodecima Estación

JESÚS MUERE EN LA CRUZ

Te adoramos, oh Cristo…

“A las tres, Jesús gritó con fuerza:
“Dios mío, Dios mío, ¡por qué me has abandonado?”
Jesús, lanzando un fuerte grito, murió.
El centurión, al verlo morir así, dijo:
¡Verdaderamente, este hombre era el hijo de Dios”.

Todo se ha consumado. Ha llegado el fin. Ya no hay más. Ya no hay nada. Tan solo el cadáver de uno que ha muerto
abandonado, fracasado y solo. Y sin embargo… Ahora es más nuestro que nunca. Porque ahora sabe lo que es nuestra muerte, y nuestro fracaso, y nuestra soledad.
Y en él viven ahora todas nuestra muertes. Y en esa muerte anida toda la esperanza de nuestra inmortalidad.

Pon, Señor, nuestra vida junto a tu muerte, para que así, junto a nuestra muerte, esté tu vida.
Padre nuestro.

Vitoria, tú reinarás. Oh Cruz, tú nos salvarás.

Viacrucis – Undecima Estación

JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

Te adoramos, oh Cristo…

Lo crucificaron. Y con Él crucificaron también a otros dos, uno a cada lado de Jesús.
Pilato mandó poner sobre la cruz este letrero:
“Jesús de Nazaret, rey de los judíos”.

Le han clavado las manos, y ya no puede acariciar a los niños. Le han clavado los pies, y ya no puede caminar nuestros caminos. Le han tapado la boca con hiel y vinagre, y ya no puede curar, ni bendecir.
Era molesto. Quería cambiar nuestra vida.
Está mejor así: clavado, inmovilizado.
Pero aún le queda un corazón. Ese no se lo pueden clavar
porque se va a morir solo, perdonando.

Señor, clávate en nuestra vida. Transforma nuestro corazón y hazlo como el tuyo.
Padre nuestro.

Dios mío (2) por qué me has abandonado.

Viacrucis – Decima Estación

JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

Te adoramos, oh Cristo…

“Los soldados crucificaron a Jesús, y se repartieron sus ropas. Aparte dejaron la túnica, tejida de una sola pieza de arriba abajo:
-No debemos partirla, decían. Vamos a sortearla para ver a quién le toca”.

Antes de quitarle la vida, le quitaron la ropa.
Y con la ropa, le quitan la dignidad, el derecho a morir como un hombre. Está solo. Sólo quedaba su madre,
unas mujeres y un adolescente. ¿Dónde están los apóstoles y los enfermos curados?
En nuestra tierra hay otros cristos que no tienen pan,
ni trabajo, ni esperanza, ni siquiera dignidad.
Y a nosotros nos sobra indiferencia, egoísmo, cobardía.

Señor, que puedas Tú decirnos algún día:
“venid benditos de mi Padre porque estuve desnudo y me vestisteis, y me devolvisteis mi dignidad de ser humano”.
Padre nuestro.

Perdona a tu Pueblo, Señor…

Viacrucis – Novena Estación

JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

Te adoramos, oh Cristo…

“Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino y Dios descargó sobre Él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido y se humillo y no abrió la boca”.

Otra vez en el suelo, otra vez las piedras despellejando sus manos y abriendo surcos de sangre en sus rodillas.
La cruz está ya muy cerca, a la vista, y la hora de morir, la hora de la verdad en la que no caben mentiras ni disimulos. ¿Ha valido la pena, Señor?
Tres años hablando de amor, de paz, de perdón, curando enfermos, resucitando muertos, haciendo el bien a todos.
Y ahora nadie te tiende una mano para levantarle del suelo. ¿Valió la pena, Señor?

Señor, danos tu luz y tu esperanza para que sepamos que vale la pena perdonar.
Padre nuestro.

Sí, me levantaré…

Viacrucis – Octava Estación

JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

Te adoramos, oh Cristo…

“Detrás iba también mucha gente del pueblo y mujeres que lloraban y se lamentaban. Jesús, les dijo: Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien, por vosotras y por vuestros hijos”.

El es el condenado, camino del suplicio, el sentenciado camino de la muerte. Él es el triste, que necesita consuelo. Pero no quiere que lloren por Él.
No por su dolor, sino por nuestros pecados.
No por su muerte, sino por nuestra vida equivocada.
No por su tristeza, sino por nuestro duro corazón.
Él es el condenado y nos libra de nuestra condena.
Él es el sentenciado y nos libra de nuestra sentencia.
El es el triste y es la causa de nuestra alegría.

Enséñanos, Señor, a llorar por nosotros.
Padre nuestro.

Sáname, Señor, porque he pecado contra ti

Viacrucis – Septima Estación

JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

Te adoramos, oh Cristo…

“Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre Él, sus cicatrices nos curaron”.

Otra vez ha vuelto a tropezar y a caer. Es que el camino es largo y mucho el cansancio. Y el miedo de llegar hasta el final. Pero se levanta y marcha, paso a paso, hasta llegar al Calvario. Sin ceder a la tentación de abandonar, de dejarlo todo, de quedarse caído.

Por tus caídas, Señor, ten paciencia con nuestras caídas,
con nuestras ganas de dejarlo todo. Y ayúdanos a levantarnos, a mantener nuestra débil esperanza.
Padre nuestro.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros.

Viacrucis – Sexta Estación

LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS

Te adoramos, oh Cristo…

“Como raíz en la tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente”.

Una mujer del pueblo limpia et rostro de Jesús.
Y en el paño, y en sus pupilas, y en su corazón,
se lleva el “vero icono” el auténtico rostro de Jesús:
el Jesús hambriento, el Jesús enfermo, el Jesús perseguido, el Jesús preso, el Jesús torturado.

Haz, Señor, que nosotros seamos esa mujer o ese hombre del pueblo, dispuesto a enjugar tanto sudor, tanta lágrima, tanta sangre. Y así nos llevemos tu “Vero Icono”, tu auténtico rostro, en las manos, en las pupilas y en el corazón.
Padre nuestro.

Déjate mirar por él… y te amará.

Viacrucis – Quinta Estación

EL CIRINEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ

Te adoramos, oh Cristo…

“Por el camino encontraron a un hombre que volvía del campo, un tal Simón, natural de Cirene, y le obligaron a cargar con la cruz de Jesús”.

Pobre Simón. Obligado a cargar con una cruz que no es suya. Pobres Cirineos de todos los tiempos, cargando con los sufrimientos de los que están solos, de los sin consuelo, de los que no tienen valedor.

Y, también, Feliz Simón, porque compartió la cruz de Jesús, que es salvación. Felices Cirineos de todos los tiempos. Los que escuchan, los que consuelan, los que ayudan. Porque suyo es el amor y la paz y la esperanza del mundo.

Sé tú, Señor, nuestro Cirineo y que sepamos ser Cirineos de nuestros hermanos.
Padre nuestro.

Danos un corazón grande… fuerte…

Viacrucis – Cuarta Estación

JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE

Te adoramos, oh Cristo…

“Junto a la cruz de Jesús estaba su madre.
-Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Después dijo:
-Ahí tienes a tu madre.
Y, desde entonces, el discípulo la acogió en su casa.”

No basta con que la Madre sepa que el hijo va a morir.
Tiene que verlo sufrir, tiene que tragar con Él, el dolor y la agonía. Y en el camino hasta el fin se encuentran dos miradas, dos corazones, dos sufrimientos.

Para el dolor no hay consuelo pero sí hay consuelo para el amor. Los dos saben que el amor es más fuerte que la pena.

Haz, Señor, que en el camino de nuestra cruz encontremos siempre el amor de tu Madre.
Padre nuestro.

Mientras recorres la vida…

Ruega por nosotros, Madre de la Iglesia…

Viacrucis – Tercera Estación

JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

Te adoramos, oh Cristo…

“Lo vimos despreciado por los hombres, como un hombre de dolores acostumbrado al sufrimiento ante el cual se tapa uno la cara”.

La Cruz de Jesús no es una cruz de adorno, no es una cruz de procesión. Es una cruz de tormento, de sufrimiento y de muerte. Y pesa. Y le aplasta en la tierra, y yo le añado peso sobre peso con mis injusticias y mis desprecios y mis faltas de amor a los hermanos.

Por el peso de tu Cruz, líbrame, Señor, del peso de mis pecados.
Padre nuestro.

El Señor es compasivo y misericordioso.

Viacrucis – Segunda Estación

JESÚS CARGA CON LA CRUZ

Te adoramos, oh Cristo…

“Pilato se lo entregó para que lo crucificasen.
Jesús, llevando su propia cruz, salió de la ciudad hacia un lugar llamado “La Calavera”, que en la lengua de los judíos se dice “Gólgota”.

Jesús carga con esa cruz que es mi cruz:
la cruz que lleva a la muerte, la cruz de mis egoísmos,
de mis injusticias, de mis pecados.
Para que así yo pueda llevar su cruz,esa cruz que lleva a la vida.

Por la fuerza de tu cruz, Señor del Socorro,
que nuestra cruz, con sus heridas, nos consuele,
con su dolor, nos salve.

Padre nuestro

Hacia ti, Morada santa,

Viacrucis – Primera Estación

JESÚS ES CONDENADO A MUERTE.

Te adoramos, oh Cristo…

“En Pascua, Pilato concedía la libertad a un preso.
Había entonces uno llamado Barrabás. Un homicida.
La gente pidió que les soltaran a Barrabás.
-¿Y qué hago con el que llamáis rey de los judíos?
Ellos gritaron: -¡Crucifícale!
Pilato preguntó: Pues ¿cuál es su delito?
Pero ellos gritaban más y más: -¡Crucifícale!
Entonces Pilato, queriendo quedar bien con la gente, ordenó que pusieran en libertad a Barrabás
y que a Jesús le azotaran y le crucificaran.

Otra vez hemos condenado al inocente, a tantos inocentes … Porque es más fácil condenar que comprender, más cómodo rechazar que compartir,
menos comprometido callar que defender.
Y en cada inocente condenado, condenamos a Jesús a morir en la cruz, en la cruz del desprecio, del hambre,
del abandono, de la indiferencia.

Enséñanos, Señor, a no condenar.
Padrenuestro…

Cristo nos da la Libertad, S, E, Amor.

Caminaré en presencia del Señor.

Las Tres «PES» del Misionero

Transcribo a continuación una anécdota de Miguel Rivilla, que he leido en la revista Ave María, No.668; Procede de la homilía de D. Antonio Montero (obispo de Badajoz, España), con ocasión de sus bodas de oro sacerdotales.

“En una de mis visitas a nuestros sacerdotes misioneros en los Andes de la Amazonia peruana, me encontré a uno de ellos, ya mayor, polvoriento y sudoroso bajo el poncho y cayado en mano. -¿Cómo estás y cómo te va? -Pues, le digo a usted, mi obispo, lo mismo que le digo al Señor cada mañana: repartiendo las tres ‘pes’: tu Palabra, tu Pan y tu Perdón”.

¡Qué hermosa tarea y misión la llevada a cabo por el viejo misionero y por tantos miles de sacerdotes ignorados en el mundo entero! Apenas nadie se haya fijado en su callada y oculta tarea de años. Han dejado jirones de sus vidas en el empeño. No hicieron nunca obras aparatosas y que llamaran la atención de los medios. Ni han levantado grandes edificios, ni han fundado una obra que les recuerde, ni siquiera han escrito un sencillo folleto. Sólo -nada más, pero nada menos – HAN DEDICADO SU VIDA ENTERA A REPARTIR LAS TRES “PES” ENTRE SUS HERMANOS, LOS HOMBRES.

Valentía para Evangelizar

Una de las maneras más rápidas para meterse en dificultades es dedicarse a hacer el bien.

Pero los problemas se agravan al evangelizar porque quien evangeliza está haciendo el más grande de los bienes: Abrir los ojos al ciego, dar la perla preciosa al pobre, sembrar esperanza a los abatidos, transmitir el amor de Dios a los que se sienten solos.

La misión del evangelizador es mostrar el camino al que se ha extraviado, liberar al cautivo, animar al débil y sanar al herido. El que evangeliza ofrece el mejor regalo: Jesucristo, como Salvador y Señor. Y lo entrega gratuitamente.

Ahora bien, si hacer un bien normal y sencillo causa problemas, hemos de estar preparados para una auténtica batalla cuando evangelicemos.

Con gozo y firmeza, Juan Bautista clamaba: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo… ¡Cambien sus vidas! El Reino de Dios está cerca”. Y por decirlo fue encarcelado. Pero no lo detuvo. Siguió evangelizando desde la prisión hasta que fue decapitado.

Jesús anunciaba de pueblo en pueblo: “El Reino de Dios está cerca”, y lo demostró curando a los enfermos. Las autoridades religiosas de Israel se burlaron de Él y lo insultaron. Fue abofeteado, azotado, coronado de espinas, y por fin clavado en una cruz.

Lo mismo le ocurrió a San Pablo por predicar el Evangelio a tiempo y destiempo. Sufrió fatigas y cárceles, palizas sin comparación, peligros de muerte, fue azotado cinco veces, tres naufragios, y una noche y un día en el mar; viajes con peligro de ríos, de bandoleros, peligros entre amigos, peligros entre paganos, peligros en la ciudad, peligros en despoblados, peligros con los falsos hermanos; trabajos y fatigas, noches sin dormir, hambre y sed, y frecuentes ayunos, con frío y sin ropa (2Cor. 11,23-27).

¿Parece demasiado? No. Pablo sabía que lo peor que le podía pasar era dejar de evangelizar. A pesar de todo lo que se le oponía, exclamaba: “¡Ay de mí si no evangelizo!”

¡Si proclamar el Evangelio era tan importante para San Pablo, no puede serlo menos para nosotros hoy!

Cuando los primeros cristianos comenzaron a ser perseguidos, oraron así: “Da a tus siervos plena valentía para anunciar tu mensaje” (Hech 4,29). Ellos no pidieron la supresión de los problemas ni la muerte de sus perseguidores. Lo que ellos necesitaban era decisión y valentía para seguir anunciando el evangelio, sin miedo a la cárcel ni a la muerte.

Proclamar que Jesús es “la piedra rechazada” es ganarse el rechazo (Hech. 4,11). Dar testimonio de un salvador crucificado trae consigo la cruz. Predicar virtudes como la humildad, el perdón, la pureza, la pobreza y la justicia es la mejor manera de hacerse antipático. Pero todo esto forma parte de la naturaleza misma de la evangelización.

No hay excusa para no evangelizar. Argumentar que uno es demasiado tímido no es excusa válida. Significa sólo que uno está demasiado preocupado por sí mismo. En lugar de eso deberíamos decir: “No me acobardo de anunciar el Evangelio, fuerza de Dios para salvar a todo el que cree” (Rom. 1,16).

Decir que no tenemos tiempo tampoco vale. Porque la verdad es que todos contamos exactamente con el mismo tiempo; la diferencia radica en como lo usamos.

Afirmar: “No estoy preparado, no tengo los conocimientos necesarios”, es otra excusa sin razón, ya que así afirmamos lo que debemos hacer para evangelizar; no conocer el plan de salvación, ignorar la verdad y no saber donde encontrar la felicidad es peor que no saber leer ni escribir.

Ninguna excusa es suficiente para liberarnos del deber de evangelizar. “Por tanto, no nos cansemos de hacer el bien, que si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos” (Gal. 6,9)

¡Y que cosecha! ¡Nada menos que hombres y mujeres para la vida eterna! A pesar de todos los peligros, persecuciones, rechazos e insultos, a pesar del tiempo empleado, de las críticas y las miradas de la gente, con todo lo que implican el estudio y la preparación, este trabajo tiene que llevarse a cabo. Y solo puede hacerse con la valentía de los mártires y de los santos…

Las Tres «PES» del Misionero

Transcribo a continuación una anécdota de Miguel Rivilla, que he leido en la revista Ave María, nº 668; Procede de la homilía de D. Antonio Montero (obispo de Badajoz, España), con ocasión de sus bodas de oro sacerdotales.

“En una de mis visitas a nuestros sacerdotes misioneros en los Andes de la Amazonia peruana, me encontré a uno de ellos, ya mayor, polvoriento y sudoroso bajo el poncho y cayado en mano. -¿Cómo estás y cómo te va? -Pues, le digo a usted, mi obispo, lo mismo que le digo al Señor cada mañana: repartiendo las tres ‘pes’: tu Palabra, tu Pan y tu Perdón”.

¡Qué hermosa tarea y misión la llevada a cabo por el viejo misionero y por tantos miles de sacerdotes ignorados en el mundo entero! Apenas nadie se haya fijado en su callada y oculta tarea de años. Han dejado jirones de sus vidas en el empeño. No hicieron nunca obras aparatosas y que llamaran la atención de los medios. Ni han levantado grandes edificios, ni han fundado una obra que les recuerde, ni siquiera han escrito un sencillo folleto. Sólo -nada más, pero nada menos- HAN DEDICADO SU VIDA ENTERA A REPARTIR LAS TRES “PES” ENTRE SUS HERMANOS, LOS HOMBRES.