Yo debía estar en ese tren…

Por: Hna. María Luisa Quintero, O.P.

Fray Nelson,

En realidad tengo que empezar diciéndote que doy gracias a Dios por mi vida, porque yo debía estar en aquel tren “de la muerte”, porque normalmente tomabamos ese, lo que pasó fue que tomé otro que hacía menos paradas, y como una Hermana que nos lleva hasta la estación no estaba esta semana pasada, entonces nos tocaba irnos por nuestra parte, pues la otra Hermana, se fue más tarde, de tal forma que yo tomé el tren de las 7:26, y fue normal hasta llegar a Madrid, porque este va por otra vía.

He llegado allí y me he encontrado con que la vía que tenía que tomar estaba cerrada pero no decían el motivo, de tal manera que lo que yo hice fue dirigirme a la estación de autobuses para ir a la universidad., y así he llegado a clase. Por supuesto, allí nadie sabía nada, de tal manera que he tenido las dos horas de clase y luego nos han dicho que se suspendían las clases, me subí al autobús para llegar al metro y luego otro autobús para llegar a Guadalajara; en fin, un montón de proezas. Total que he llegado a las 2:15 de la tarde y todo el mundo estaba muy preocupado por mí; de verdad todas las Hermanas se interesaron por mí.

Hemos pasado unos días muy horribles, pero a la vez dándole gracias al Padre por todo lo que ha hecho por nosotras, de verdad que cuando no nos llega el momento… Con todo esto me doy cuenta de lo mucho que las personas nos quieren, o mejor en este caso me quieren, porque llamaron de todas partes desde donde están nuestras hermanas, de Venezuela, Colombia, y todas las casas de España, era una preocupación constante, y cuando hable con mi Provincial ella me lo decía con llanto, ¡no sabes Luisa cuanto te queremos todas y lo mucho que hemos sufrido por ti! Es verdad porque ella se movilizó de inmediato y llamó a todo el mundo e incluso una de mis hermanas fue hasta la universidad para ver si me podía localizar, fueron momentos muy duros… incluso me han llamado de mi casa, mi madre y mis hermanos muy preocupados, porque efectivamente yo podía estar allí…

Bien, pues de todo esto hay una reflexión por hacer y es el dar un sentido y un valor a la vida que Dios me está regalando cada instante; ver y sentirme realmente amada por Él, pues me pongo a pensar en tanta gente que no ha muerto pero ha quedado muy mal físicamente y pienso, yo pudiera ser una de ellas… No sabes lo doloroso que es el volver a pasar por estos lugares y descubrir el silencio, la soledad, el dolor que se respira en el ambiente; es una sensación de impotencia, que no llegas a ver una respuesta coherente, te preguntas: ¿pueden tener corazón y conciencia aquellos que han hecho todo esto? ¡Qué sangre tan fría, salir del tren sabiendo que dejas detrás una carga de explosivos, sabiendo que la gente que vas a asesinar es gente trabajadora, estudiante, simples ciudadanos de a pie, que muchos de ellos han tenido que salir de sus países huyendo de la violencia! Pienso en tantos compatriotas que han venido a buscar un futuro y se han encontrado con la muerte. Y ¿quiénes son los causantes de tanto dolor? Pues justamente aquellos que se creen dioses, dueños del destino del mundo, hombres que buscan su vanagloria, hombres que al igual que los terroristas un día han cerrado sus ojos y sus oídos ante el clamor de tanta gente que pedía acabar con la guerra.

Es un momento de mucho dolor pues no sabes hasta dónde es verdad que Dios ha dejado de estar en el corazón del ser humano, pues ¿cómo es posible ver a otro ser humano como un simple objetivo militar y no como un ser creado por un mismo Dios, como lo eres tu? No ser capaz de descubrir esa huella del Creador en cada uno y respetar su dignidad… ¿Por qué cerrar los ojos mientras realizas actos tan crueles…? No, no es justo tanto dolor causado en tantas familias, no es justo el dolor que tienen que llevar de ahora en adelante tantos jóvenes que tienen que permanecer en una silla o en una cama para toda su vida.

El pueblo efectivamente está lleno de mucho dolor, pero lo peor de todo es el odio que empiezan a albergar en su corazón, que llega hasta el extremo de la xenofobia, pues ahora empezará un momento de buscar culpables y arrojar contra ellos el dolor y la rabía; ahora empieza un momento de desconcierto y de desconfianza; ya se empieza a notar en el ambiente, en la mente de la personas, en la forma de hablar, en la visión que tienen de la vida…

Y bueno también es muy triste que el papel de la Iglesia no tenga mayor relevancia, pues en estos días se hacen programas por la radio y la tele sobre el tema, especialmente sobre la vida, e invitan a filósofos, médicos, psicólogos, en fin a muchas personas, y me pregunto: ¿Y el teólogo no tiene una palabra que decir desde la fe? Por supuesto que esto es una prueba de que la voz de la Iglesia no tiene ninguna relevacia, ni importancia. Incluso en la tele salen aquellos que han acompañado a las víctimas pero no dicen nada de los sacerdotes que estan allí, o de las religiosas. Por si acaso salen celebrando los funerales, pero no dicen nada de todo lo que se ha dicho en las iglesias, la cantidad de oraciones que se están haciéndo, las vigilias, en fin, que de verdad que la Iglesia no cuenta para nada en esta sociedad secularizada.

Bueno Fray, perdoname por todo el rollo, lo que pasa es que todo esto está tanto en el corazón de los españoles como en el mío, y no puedes dejar sentir y pensar tantas cosas y al mismo tiempo descubrir que hay un Dios que se duele ante tanto dolor de sus hijos; que incluso el día de la tragedía el día se puso gris y luego el viernes todo el día lloviendo en Madrid y en Guadalajara. Eran las lágrimas de Dios Padre que siente nuestro mismo sufrimiento y se une a él. Pienso que sí es importante ver desde la fe este momento histórico, pues no es que Dios quiera nada de lo que esta pasando, sin embargo una vez más vemos a un Dios que sufre por el ser humano, que no sabe conducir su libertad, un ser humano que cuanto más avanza la técnica más se deshumaniza, más frío se vuelve su corazón…

Bien, fray, pues después de todo esto creo que lo único que tenemos es confiar en que el Padre sigue esperando de nosotros un corazón noble donde habite la justicia y el amor, un corazón que sepa ver en el hermano un ser con dignidad igual a la suya, un ser que de alguna manera me remite a mi Creador; creo que allí se debe dirigir nuestra oración y súplica, a cambiar nuestro corazón de piedra en un corazón de carne.

Que el Señor te siga bendiciendo cada día y te llene de su amor.

Con cariño,

Luisa

Uno que volvió a Casa

(tomado de Catholic.net)

Hombres y mujeres cuya vida cambió al encontrarse con la Iglesia católica se dieron cita este fin de semana [11 y 12 de Octubre de 2003] en Ávila en un congreso organizado por “Miles Jesu” bajo el lema “Camino a Roma”. Luis Fernando Pérez, que había estudiado en buenos colegios católicos, pidió en el Congreso que “seamos sensibles a los niños, porque hay vocaciones que nacen en la infancia y que se pierden negligentemente”.

Pérez confiesa haber caído en el “gran engaño de Satanás a los primeros padres de ser como dioses” a una edad, los 18 años, “en la que eso te interesa, porque el ego está engordando”. Así cayó en el esoterismo y la Nueva Era.

Su primer paso al cristianismo se produjo a través de los protestantes, en esta etapa de su vida llegó a creer que el Papa era el anticristo y dijo a su madre que “Fátima y Lourdes eran apariciones satánicas”.

Luis Pérez comenzó “una caza y captura de católicos a través de Internet, donde hizo caer a muchos que tenían una insuficiente formación”, hasta que encontró a un católico que le dijo que “el baluarte de la Verdad era la Iglesia católica”. “Me hizo ver que una Biblia infalible necesitaba una Iglesia infalible”, añade.

Pérez vive ahora intensamente la unidad de la Iglesia y dice que al estudiar la historia de la Iglesia se dio cuenta que “la división era el mayor pecado desde los inicios”. Este converso cree que ante las dificultades en la Iglesia, “Dios ha enviado santos y no cismáticos; la Iglesia no está hecha a nuestra imagen y semejanza, sino a la de Cristo”.

El paso fundamental de su conversión se produjo cuando llevó a su madre enferma a Lourdes: “llegue con una madre y volví con dos”, afirma.

“La Iglesia de Cristo está llena de tesoros, no sabemos lo que tenemos. En España hay más protestantes dentro de la Iglesia que fuera, no hay otra forma de ser fieles a la Iglesia que siendo fieles a su Magisterio”, sostiene Pérez.

“Ser protestantes es juzgar las doctrinas de la Iglesia y no dejar que la Iglesia juzgue tus doctrinas”, añade.

Uno que cae y se levanta

Queridísimos Hermanos en El Señor, Amigos míos de mi Alma:

Nunca pude pensar recibir tal cantidad de Testimonios de Amor, de Apoyo, de Amistad, como los que he recibido entre ayer y hoy, más de cien.

No tengo palabras para agradecerles a todos, absolutamente a todos, a los que me han escrito y a los que no habiendo podido hacerlo, me han tenido en sus corazones y en sus oraciones.

Por eso, no puedo menos que dejarme guiar nuevamente por este impulso tan grande que hoy siente mi alma, y vuelvo, amigos. Y porque esto es grande, muy grande como jamás nadie pudo haber pensado que pasaría, el que hoy, formamos una familia maravillosa y de mucho ejemplo para el devenir de nuestros tiempos.

Incluso, hoy estamos consiguiendo que se unan personas entre sí que antes no se conocían de nada, para vivir este momento tan especial y tan entrañable. Son las cosas de Dios, sin duda. Ya ven, amigos, este hombre que les escribe, por no tener una actitud normal, por no poder ser una persona que siga unas directrices siempre constantes, por el daño tan grande que ha hecho en mí el pecado: el haberme separado del Señor en una mala vida; este hombre, yo, se ha desnudado el alma, pues varias veces anuncié mi marcha ya antes; varias veces he cometido errores; muchas veces dejé de contestar las maravillosas cartas que me enviaban; y ayer, una falta de aceptación me llevó de nuevo a ser injusto con Uds., con la obra misma del Señor a la que todos nos ocupa, para seguir firmes en el testimonio del Evangelio, cada día, animándonos y apoyándonos los unos a los otros como hacían los antiguos cristianos, como estoy seguro, que El Señor quiere en nosotros y sentirnos parte de un mismo modo de Proceder en Jesucristo Nuestro Señor.

Amigos míos de mi Alma: Este Cursillista de Cristiandad, que lo ha hecho en Las Palmas de Gran Canaria, en el 60 Mixto, en Las Javerianas, Santa Brígida, Gran Canaria, hace ya unos años, hoy no es ejemplo precisamente de un recto vivir su Cuarto Día; sólo que espero que con la ayuda de todos ustedes lo haga posible un día.

Con mucho amor, hoy, Amigos de mi Alma, por tantas palabras que me han llegado, de apoyo y de ánimo, le pido a la Santísima Virgen Maria, no deje de guardarlos en su corazón, para que un día, sean el aroma mismo de su jardín del cielo, y que hoy mismo, también sean los pétalos de la Decena del Rosario, porque concadenados en este Amor tan grande que tenéis, me haréis ser un buen hombre y ganar también yo el Cielo.

Con muchísimo agradecimiento, un abrazo muy fuerte, y gracias, Amigos míos de mi Alma.

Juan Francisco.

Una Monja de Clausura

La vida monástica es grandiosa y simple también. Lo esencial es invisible. La virtud es silenciosa, alegre, contemplativa; no hace ruido, es caritativa, servicial, todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo acepta, nada exige, nada reclama, tiene capacidad de asombro, de resistencia física y espiritual, de abnegación total.

Todo esto y mucho más adornó la vida de una monja humilde, callada, sonriente y sencilla que vivió 67 años en la vida contemplativa.

Como suele suceder, en vida quizá pasó desapercibida, en cambio cuando su existencia terminó…. todo ha sido distinto.

Nada se improvisa, así como se vive en la cotidianidad se trasciende hacia la eternidad.

Gracias Señor por la existencia de MARIA REBECA DE LOS SANTOS, por esta monja que en escasos 5 años sembró en mi vida: caridad, fraternidad, humildad, obediencia, fe, alegría y otras más.

Vivió su vida ordinaria de amor a Dios, de una manera extraordinaria. Llegó ya a la contemplación del rostro de Dios en su gloria. El Señor reciba mi oración por su descanso feliz en brazos del Amado y tenga a bien renovar espiritualmente nuestra comunidad con base en la vida abnegada y ejemplar de nuestra hermana mayor.

SOR MARLY O.P.

Desde México: el testimonio de una madre soltera bendecida por el Señor

¡Hola Fray Nelson!

Dios nuestro Señor lo bendiga y lo conserve muchos años. Hace tiempo le escribí dando testimonio de lo mucho que el Señor me ha dado y usted amablemente me sugirió que lo compartiera brevemente con nuestros hermanos de la lista. Había estado indecisa pero ¡por fin! hoy he decidido vencer mi timidez y a perderle el miedo a las teclas.

Mi nombre es Cuquis y soy mexicana, tengo 40 años y 5 hijos.

Soy de cuna humilde y vengo de una familia desunida donde predominaba la ley del más fuerte (los varones). Por falta de dinero y de dirección no pude hacer una carrera.

Fui madre soltera muy joven; el padre de mis hijas salió golpeador y me separé. Fui por la vida sin rumbo, ni dirección, ni apoyo. Sólo el amor de mi padre (en ese tiempo) me mantenía viva. Estuve a punto del suicidio, pero algo en mi interior me lo impidió (no fue miedo).

Debo aclarar que dentro de mi desesperación trataba de comunicarme con Dios pero mi alma estaba tan confusa que no me permitía escucharlo. Ahora sé que en algún rinconcito de mi ser estaba esperando esa fuerza que Dios nos ha dado para buscarlo. Eso sucedió en mi vida hace cuatro años, cuando mi pequeño hijo enfermó gravemente y no me daban esperanzas. Sólo había que esperar 72 horas… En ese momento mi mundo se derrumbó completamente. Me sentía tan sola y desesperada…

Busqué en mi mente y en mi corazón recuerdos, recuerdos vagos de hacia muchos años, cuando recibía catecismo con las religiosas de mi pueblo, quienes me decían que “Dios me amaba sobre todas las cosas, aún a costa de mi misma”, y le dije: “¡Señor no me abandones!”. Pedí con todas mis fuerzas que me diera una oportunidad, que me diera una prueba de su amor, que yo trataría de ser mejor persona, mejor cristiana…

Hoy en día mi nene tiene seis años. Aún los médicos no se explican por qué, pero ¡yo sí sé por quien!

¡Debo darle gracias a Dios porque me ha dado más de lo que merezco!

Hermanos, de verdad he tenido momentos parecidos con mi Padre, con mi Madre, pero el Señor siempre me ha manifestado su amor. Sólo le pedí una oportunidad para ellos y para mí, una oportunidad de reconciliación y de perdón antes de partir a su llamado y el Señor se manifestó…

Después de tener estas experiencias tan dolorosas y maravillosas al tiempo, el Señor en su infinita Misericordia ¡me dió un regalo que ni en sueños me imaginaba que tendría nunca! El día primero de mayo a las 5:30 de la tarde me uní en matrimonio con el hombre que Dios puso en mi camino para ayudarme a conocer lo bonito de la vida, el amor al prójimo, el respeto y el Amor de la pareja.

Debo reconocer que el Padre Humberto (Sacerdote de mi parroquia) ha sido un ángel que me ha ayudado a encontrar el camino de la reconciliación con Nuestro Señor.

Hoy, cuando hago un recuento de lo que ha sido mi vida, no puedo más que decir: ¡Bendito seas por siempre, Señor!

P.D. No pude ser más breve, espero no aburrirlos.

Que Dios los bendiga a todos,

Portadores de paz: testimonio de una joven

Fácilmente te desvías y más cuando en tu interior te encuentras en una batalla campal de saber qué quieres verdaderamente, y entonces llega la adolescencia, que para muchos es un período de conocer e investigar qué hay más allá y qué es prohibido. Ahí decido que deseo entender por qué los adultos se oponen a ciertos comentarios relacionados a “tener la mente abierta”. Cuando escuchaba “¡no digas eso!”, me cuestionaba por días: “¿Es acaso prohibido el sexo?” Me ocupé de leer e investigar hasta llegar a saber si verdaderamente lo era. Comprendí que debías mantenerte virgen para tu esposo pero, estando coartada de la confianza de mi familia, decidí investigar en la calle.

En ese tiempo todas las de mi edad estaban viviendo sus experiencias y yo me decía “¡ah, pues yo soy la excepción!”, hasta culminar a los 21 con un descorazonado que “por amor”, supuestamente, me quitó la venda de los ojos. Todo aquello se convirtió en asqueante para mí y confuso. Después de haber tenido uno que otro noviazgo cada vez me sentía más sucia y no merecedora de nada.

Mas después conocí a mi buen Jesús, que me dice que no importa el pasado, que es totalmente diferente el vivir en Él, y yo decidí que no volvería a estar de esa manera tan asqueante con ningún hombre hasta tanto mi Jesús no me diga qué será de mí.

Pero en el vaivén de la vida he podido comprobar que todo aquel tiempo no fue más que una experiencia que necesitaba vivir. Y comprendí que podría ayudar a la humanidad de otra manera. Por eso cada día procuro gritarle a los sordos, ciegos e imposibilitados de saber que Jesús no está muerto, que está vivo y que vive en cada uno de nosotros cada día y en cada momento. Y así le cuento a la gente cómo lo conocí y que es cierto lo que afirmo y que por qué no vienen a tomar de su agua viva y disfrutar de su río de agua viva hasta el final de los días.

Yo creo que es importante cimentar la unión con cada ser humano: solidarizar con ese que está al lado tuyo, y vivir cada día como si fuera el último, pues aquí estamos “prestados”.

Entre tanto materialismo e interes, es mejor ser portadores de unión, paz, armonía, solidaridad, y ser embajadores del amor de Jesús en cada uno de los lugares donde estemos. Es importante saber que con nuestro Jesús podemos romper las barreras

de la incomprensión y obtener el amor eterno.

Espero que sean de su agrado estas palabras. Pido todos los días por la unión y la paz de las familias del mundo…

Su amiga, A.

Espero que el Señor les bendiga siempre y el Espíritu Santo los llene de vida y aliente sus esperanzas.

Un acto de amor

Por: Ramonita de Lourdes Díaz Jiménez

A través de esta historia deseo dejar plasmado por escrito un sueño que experimenté hace un tiempo. Quiero compartirlo contigo, querido/a lector/a.

¡ Y así fue mi sueño ! …. ¡ Allí estaba ! Aquel caballero se hallaba tendido en el suelo, en posición fetal… Sus ojos, …estaban cerrados… Su vestimenta,… impecable: Camisa de color claro de manga larga bien planchada, corbata oscura pantalón negro. Sus zapatos y medias, limpios.

Su cabello, … bien peinado……Sin embargo, era un misterio que estuviera allí solo, como desvalido, fuera de la realidad. No había signos de violencia ni en aquel ser humano ni a su alrededor. De repente, una fueza inexplicable me hizo mirar hacia arriba…..

¡ Oh, Dios ! ¡ frente a mi se erguía la imagen del Rey de Reyes y Señor de Señores ! El tamaño de la imagen de Cristo crucificado era semejante al de un ser humano.

Mostraba aquella representación artística de forma sorprendente, los detalles de las heridas que nuestro Señor sufrió por nosotros. Súbitamente, las heridas que representaba la imagen…. ¡comenzaron a sangrar!.

Observé cómo aquella corona de espinas lastimaba horriblemente la santa cabeza de mi Señor. Ví como aquel rostro destrozado por la crueldad humana mostraba en toda su crudeza el dolor de un sacrificio injusto, aceptado por Él para darnos la Libertad.

Aquel Cristo crucificado se fue transformando de una figura de yeso a un Cristo humano, de carne y hueso, llagado, sangrante, adolorido, paleado, pero sobre todo, ¡imponente ….majestuoso ! Demostraba en aquella cruz toda la realeza que sólo puede demostrar el LEÓN DE JUDÁ.

Sus hermosos cabellos … Su hermosa faz… cubiertos de heridas, sangre y golpes. Mi Señor Jesús, taladrado por los clavos en Sus muñecas y Sus pies, posa Su sagrada mirada en aquel hombre que yace justo debajo de Él. Mi Señor observa con una gran ternura; con el gran amor que sólo Dios puede sentir por sus hijos.

Yo, estupefacta ante la escena, fui testigo de cómo mi Señor Jesús arrancó sus muñecas del madero en el cual estaba clavado. Su santa sangre fluía a borbotones de aquellas santas muñecas. El dolor…….. ¡ indescriptible !

Mi Señor también arrancó Sus sagrados pies del madero…..la santa sangre seguía fluyendo en grandes cantidades del cuerpo traspasado del Señor de Señores: ¡de Su frente, de Sus muñecas, de Su costado, de Sus pies….. de aquellas heridas profundas causadas por las múltiples flagelaciones! ¡Cuánto dolor! … y sin embargo… ¡cuánto AMOR Y PAZ en el rostro misericordioso de DIOS HECHO HOMBRE !

Era increíble todo lo que experimentaban mis sentidos ! El desdoblamiento de la dimensión espiritual, tan o más real que la pueden percibir nuestros sentidos en esta vida material !

Mi Señor Jesús bajó de Su cruz, tomó al caballero en sus brazos y lo acunó como a un recién nacido. Impregnó con Su sangre preciosa al que allí yacía. Mi Señor Jesús mostraba en todo Su esplendor Su amor y Su misericordia! Mi corazón se desbordó de amor y paz al observar lo que estaba sucediendo….¡Me sorprendí llorando!

Mil preguntas fluyeron por mi mente ante tan sagrada y conmovedora escena. ¿Por qué el Señor Jesús muestra compasión por ese hombre? (En apariencia, no carecía de nada.) ¿Qué pasaba con él? ¿Qué sucede con la Humanidad hoy en día? ¿Puedes contestar esta pregunta? ¿De qué carece nuestra sociedad? ¿Qué mensaje nos ofrece DIOS hecho hombre con este cuadro de compasión y misericordia?

¡ VOLVEOS A DIOS MIENTRAS PUEDA SER HALLADO !

En estos, los últimos tiempos y ante la crisis y la destrucción que nos rodea, el mensaje del SEÑOR es esencial. Él es la piedra angular de nuestra vida.

Escucha con tu corazón lo que dice el Señor:

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida!… Vengan a Mi los que se sienten fatigados y sobrecargados y Yo los aliviaré, y sus almas encontrarán descanso.” Mateo 11: 28s

¡Gloria a Tí, Señor! ¡Bendito y alabado sea TU nombre !

Como un nuevo Juan Bautista…

Hace, algo más de 23 años, tuve la impresión de divisar ante mí una silueta. Seguramente Él siempre estuvo allí, pero mi percepción estaba atrofiada.

Durante largo tiempo había observado a un amigo, algunos años mayor que yo, que decía ser cristiano, y a pesar de que sabía yo muy poco sobre eso, lo que sí percibía, era que su vida destilaba un perfume poco comprensible.

¿Qué lo mueve? Me pregunté una y otra vez. Era un hombre de poca instrucción, pero, lleno de lo que más tarde comprendería, era la sabiduría. Participaba asiduamente de la Misa, ella era su secreto manantial. No tenía una participación muy activa a nivel parroquial, pero su acción era como la de un predicador laico itinerante. Mi casa esperaba ansiosamente su visita, pues con su llegada se acercaba a todos nosotros un nombre que parecía envolvernos a todos, Jesús.

Ante esa predicación, mi vista al igual que lo narrado por Juan en el capítulo 21 comenzó a divisar una silueta, tan atractiva y fascinante que despertaba en mí permanentemente admiración.

Mi amigo fue desapareciendo como San Juan Bautista, pero me había regalado la posibilidad del Encuentro con Jesús. Ojalá pueda otro, dar gracias por mí. Como yo hoy doy gracias a Dios por mi amigo.

En el Corazón de Cristo

Diác. Jorge Novoa

Tornado respeta a La Virgen, La Eucaristía y la Vida

¿Una señal de los tiempos?

Tomado de Spirit Daily

El noreste de EE.UU. no es zona de tornados. Sin embargo allí, en el estado de Maryland, el 28 de abril del 2002, se formó un monstruo de tornado, magnitud F-5, con vientos de 300 millas por hora. Dejó en su paso una senda de asombrosa destrucción por 30 millas. Casi 1,000 hogares, negocios e iglesias de diferentes confesiones fueron dañados o destruídos… La escuela católica, Archbishop Neale fue hecha pedazos. “La tormenta niveló la escuela, sus ladrillos y mortero se despedazaron como queso azul”, reportó The Washington Post.

Sin embargo en medio de aquella destrucción se dan tres acontecimientos extraordinarios:

1- Una estatua tamaño natural de la Virgen María frente a la escuela quedó de pie, intacta mientras a su alrededor el tornado arrasó con árboles con sus raíces en el aire, pero a la estatua no le incurrió daño alguno.

2- El tabernáculo con el Santísimo Sacramento, dentro de la capilla de la escuela, quedó intacto en su pedestal, aunque el resto de la capilla quedó hecha pedazos. Nos recuerda al sueño de S. Juan Bosco

Este es el testimonio del Padre Matthew Siekierski, párroco de la Iglesia del Sagrado Corazón que dirige la escuela. Una residente del área, Mary Jane Frere dijo: “Una bomba no podría haber hecho peor, yo había recién salido de estar en adoración y cuando baje los peldaños oí el ruido, sonaba como un tren de carga, y dije, ¿que sucede? . Entré en mi auto… es un milagro — La mano de Dios estaba en esto en grande — frente a la escuela, la estatua de la Madre Bendita no estaba dañada mientras la escuela fue demolida. Ella esta en un círculo frente a la escuela….¡Miré por por ella y la vi! Todo alrededor de ella, había grandes árboles arrancados de raíz. ¡Pero miré y allí estaba ella, ni siquiera fue tocada!” Otros testigos han confirmado esto.

3- Otra señal es que el tornado ocurrió en el fin de semana. Hay más de 500 estudiantes en la escuela que hubieran estado entre los escombros.

El Huracán Andrew, Miami Florida

El tornado de Maryland me recordó nuestra experiencia en Miami. Nadie podía imaginar la devastación del huracán, el mas devastador en la historia de Estados Unidos. Sin embargo allí ocurrieron también milagros. Fueron muy pocos los muertos si se considera la devastación de los hogares. La parroquia católica de Santa Ana estaba en el paso del ojo del huracán. Arboles grandes en su contorno fueron arrancados de raiz, la Iglesia sufrió muy graves daños. Sin embargo la estatua de Santa Ana quedó intacta sobre su pedestal en la pared de la fachada. En el centro juvenil, la estatua del Sagrado Corazón quedó en pie intacta completamente rodeada por inmensos troncos y ramas caídos por tierra tan solo a unos centímetros de distancia. -Fui testigo de estos eventos. Padre Jordi Rivero

Testimonio de Vocación Virginal

Ahora tengo 36 años, terminé mi carrera de ingeniería de sistemas a los 22 y me gradué a los 25. Pero, gracias a Dios sí supe desde niña que Dios era muy importante para mí y luego a los 11 años tuve una experiencia de Dios, tan dura y a la vez tan profunda, que le ofrecí mi vida al Señor.

Bueno, en cuanto a lo de los hábitos, para nosotras no son hábitos porque no somos religiosas. Se llama Vestido Litúrgico porque como su nombre lo indica lo usamos sobre nuestra ropa particular en los momentos litúrgicos de la Iglesia, la oración conjunta, las vigilias y la oración personal en casa.

Unas ya lo usamos por la etapa de formación en la que nos encontramos. Nuestras etapas son las siguientes, las llamamos “tiempos” y son:

1. Tiempo de Llamado

2. Tiempo de Bendición

3. Tiempo de Elección

4. Tiempo de Consagración Temporal

5. Tiempo de Consagración Perpetua.

El Vestido comienza a usarse a partir del Tiempo de Elección.

Tenemos un folleto o plegable que te podría hacer llegar por correo certificado si quieres. En ese caso me envías tu dirección y te lo envío.

También soy muy devota de la Santísima Virgen María, me gusta el estudio, la teología y la predicación. Pertenezco a la Asociación Kejaritomene específicamente al Cenáculo del Hijo, cuyo carisma es el estudio, la oración y la predicación. Me encanta la guitarra; medio la toco y canto para el Señor con ella.

En cuanto al apostolado, como no somos congregación religiosa cada una de nosotras ejerce sus carismas personales según sus profesiones o trabajos, allí donde nos desenvolvemos.

Entre nosotras hay abogadas, administradoras, secretarias, aseadoras, estudiantes universitarias, dibujantes, profesoras entonces no nos congrega el oficio sino la consagración de amor y entrega virginal al Señor por el Reino de los cielos.

Eso no impide nuestra ayuda a la parroquia, el ministerio de música, ministerios de la Comunión, el colaborar en las obras de los frailes Dominicos, ayudar en la catequesis, en fin….

Espero haber respondido a tus inquietudes.

Fraternalmente en el amor de Cristo y María.

Martha C. Gaitán,

Virgen Seglar Dominica

Un testimonio sobre el Papa

Me han pedido que escriba un poco sobre el Papa, con la excusa de que encontrándome relativamente cerca, puedo tener una apreciación más “objetiva” (que la del periodismo internacional, supongo…). En realidad, una cierta distancia me ha permitido comparar las noticias que se dan en Argentina respecto a las de Europa sobre el tema, y comprobar que las mismas se manejan y trasmiten allá con menos consideración y sentido de la fe que aquí…

Alguien podría objetar: ¿qué tiene que ver la fe con una noticia?

Y la pregunta nos mete en el meollo mismo de lo que quisiera expresar: es imposible comprender la vida, el ministerio y el atardecer de una gigante de la fe como Juan Pablo II si no se posee al menos un poco de la misma. Igual que un vitral visto desde fuera de una iglesia es sólo un conjunto irregular e incomprensible de vidrios partidos, pero visto desde dentro revela formas y figuras maravillosas.

Por eso, quienes hablan e informan sin fe (y a veces con un increíble desconocimiento incluso de las estructuras e instituciones eclesiales) fácilmente pueden caratular la actitud del Papa de “ensañamiento pastoral con el poder”, “terquedad polaca”, “voluntarismo estoico”, “no-resignación para aceptar lo evidente”, etc.; y lo mismo dígase de una cierta “información” según la cual el Vaticano debe exhibir casi ritualmente al Papa para justificar la serena marcha del “establishment” eclesiástico, que sería la curia romana…

Juan Pablo II, “atleta de Dios”, que solamente se hace eco de todo este cúmulo de información acerca de su casi cotidiano funeral para bromear sobre el tema (y ese es uno de sus tantos signos de “buena salud”), continúa serenamente su carrera hacia la meta, animado por la esperanza y la perseverancia que han iluminado su vida y su pontificado. Las pseudo-profecías de tantos antiguos y nuevos pretendidos “vaticanistas” (que en realidad no son sino chismosos eclesiásticos) lo tienen sin ningún cuidado; y paradójicamente, toda esta información difusa y verborrágica, lejos de reflejar la verdad más profunda, chapucea en las aguas del más capital de todos los pecados de la post-modernidad: la superficialidad.

Juan Pablo II sintetiza bien a los apóstoles que ha unido al elegir su nombre: es discípulo de Juan, el apóstol místico y contemplativo que en la intimidad compartida con el Señor aprendió los misterios del Reino; y de Pablo, el viajero incansable, apóstol sin fronteras… ¡Vaya si su nombre ha sido programático de su pontificado!…

Y me permito una última apreciación, de tipo más personal: agradezco todos los días al Altísimo por habernos regalado, en la misma persona, a un Papa joven, inteligente, deportista, emprendedor y misionero; y también anciano, achacoso y discapacitado (uso a propósito esta palabra fuerte)… En este Papa, tan sobrenatural y tan humano, se revela la cercanía de un Dios que se hizo carne por nosotros, y también la realidad siempre presente de la Cruz, que es signo de salvación.

Sí: en la debilidad del Papa resplandece su verdadera fuerza; en su voz tenue y dolorida la fuerza de la Palabra; en su cuerpo limitado, la omnipotencia del Espíritu. En el Papa, discapacitado, fuerza de Dios y sabiduría de Dios, se manifiesta cuál es la verdadera fuerza de la Iglesia: la que la hace levantarse de todas las calamidades y persecuciones… La que hace que la sangre de sus mártires sea semilla de nuevos cristianos.

Los que alguna vez han subido a una montaña alta saben bien que los últimos metros no se suben con las piernas, sino con la cabeza y el corazón… sinó, no se llega. Juan Pablo II sigue porque sabe que para guiar a la Iglesia lo que más necesita no son sus piernas… ¿¡Cómo no va a saberlo Él, apóstol predilecto del que realizó lo más grande con las manos y los pies inmóviles… clavados en una cruz?!

Dentro de pocos días participaré de la beatificación de Madre Teresa, celebración culminante de los XXV años de pontificado del Papa. Si pudiese aproximarme a él, le diría sólo una cosa:

“Gracias, Santo Padre. La fuerza joven de tu esperanza fue crucial en los años en que decidí mi vocación. Ahora tu debilidad (¡la debilidad de Pedro!) es la que me confirma en la fe”.

UN SACERDOTE.

Testimonio de vida por la oración

Quiero por este medio, dar un testimonio de vida por la oración.

Resulta que hace año y medio cumplí diez años en la empresa donde trabajaba y me sacaron. De allí salí con una hernia discal y varias vértebras atrofiadas, la cadera descuadrada e igualmente la pelvis.

Se pensaba que era tan sólo cosa de nervios. En fin, me vieron muy buenos médicos y llegaron a la conclusión de que el remedio era la operación, porque las terapias tan sólo me iban a enseñar a convivir con el problema.

Cuando el neurocirujano me explicó, le contesté, que yo tenía el mejor de los médicos. Él replicó -¿cuál?- Y yo le dije: -Dios, yo sé que Él puede curarme y que no tengo necesidad de operación-.

Empecé a levantarme a las cinco de la mañana a rezar el rosario y con la Biblia abierta en los salmos, colocaba la mano y con cada decena del rosario, leía un salmo, con la seguridad de obtener la sanación.

Una noche me acosté reclamándole a Dios por qué no me había concedido un esposo, ya que he rechazado todo hombre que sea casado. Le dije: -Creo Señor, que tú no quieres eso para mi ¿verdad?-

Pues bien, en sueños, Él puso el mundo a mis pies y me mostraba como lo destruía con llamas de fuego. ¡Era impresionante! Me decía: -Mira, por el adulterio… mira, por las hechicerías…- era tan impresionante, que yo le pregunté si era yo o mi familia y que debía hacer. Él seguía destruyendo y me dijo: -Ora y repara-. Como yo no entendía en ese momento, le dije: -Señor, haz tu voluntad-. Me arrodillé con la frente en el suelo y la mano de Dios con la que estaba quemando al mundo, esa misma mano pasó por mi columna y me oprimió en la cadera. Me desperté sudando. Lloraba del susto, pero no entendía. Le rogué que me dejara dormir y que al otro día yo buscaría la explicación.

Así que me levanté y fui a la eucaristía y hablé con el sacerdote, quien me explicó que el Señor quería que yo orara por todos los que comenten adulterio y acuden a la hechicería.

Después de esa noche tenía terapia y además cita con el neurocirujano. Ellos, después de revisarme, no podían entender dónde estaba la gran hernia que antes habían descubierto. Como no se convencían, me enviaron a medicina nuclear y después de otras tantas radiografías, el médico exclamó: -Definitivamente aquí hubo una mano milagrosa-. Sí -le contesté yo- la mano de Dios. El médico me dijo: -Le creo, porque no era posible que se desapareciera con tan sólo unas terapias-.

Esto, hermanos en la fe, muestra que la fe mueve montañas. En este momento, le pido a Dios me conceda una fe semejante, para esperar me dispense un buen trabajo y un buen esposo.

Mil gracias por sus oraciones y que Jesús y Maria los sigan bendiciendo.

-Elsa Maria-

Jesús es el médico del cuerpo y del alma… míralo en Lucas 5, 17-26

Un pequeño testimonio de sufrimiento

Nos ha sucedido que hemos suscrito a algunas personas que por una u otra razón no desean nuestros mensajes. Nuestra lista de correo, gracias a Dios, cuenta con casi 1600 abonados diarios, y por eso nos parece natural que crezca, ya que es ofrecido de manera completamente gratuita.

No todas las personas gustan de nuestros materiales. Eso es natural. Y ello ha sido ocasión de cierta dosis de sufrimiento. No es algo grande. Yo soy el primero en reconocer que es algo minúsculo, comparado con el dolor que conocemos a través de esta misma lista. ¡Tantos aquejados de dolores físicos y morales terribles! Personas desempleadas, madres que buscan con angustia a sus hijos, hombres o mujeres en profunda soledad y depresión… es un cuadro que hemos encontrado muchas veces en las peticiones que nos llegan y que de hecho hemos compartido aquí mismo.

Pues bien, en algo aportamos a esa bodega inmensa del dolor cristiano con nuestro propio dolor.

Quizá es bueno que se sepa que este mensaje diario ha sido calificado de “basura”, “excremento”, “sarta de mentiras” y otras cosas impublicables. Ayer alguien me escribía: “soy protestante y no quiero que sature mi buzón con su basura”. Hace cinco semanas una muchacha nos decía: “¿Sabe? Sus correos se amontonan hace meses y ya me estorban. Sáqueme de su lista”. Otro escribía: “Los inventos de su mente atormentada no caben en una cabeza racional”. Alguien nos amenazó con demandarnos si no cancelábamos su suscripción de inmediato.

Es verdad, por otro lado, que hemos recibido muchas voces de apoyo y de alabanza; quizá elogios demasiado grandes; pienso que es bueno que se sepa que no todo es de ese color. Hay algunos que extienden su ira y desprecio incluso a las personas que saben que nos colaboran.

Por mi parte, yo le doy gracias a Dios por esta oportunidad de predicar el Evangelio. No creo que sea mucho heroísmo ni lo que hacemos ni lo que padecemos. Mas precisamente porque reconozco mi propia nada, por eso, de nuevo y con renovado ardor, pido el auxilio de la oración de todos, para que este servicio no sólo continúe sino que crezca en cantidad y calidad.

Y me atrevo a recordarles que necesitamos de algún apoyo económico también. Hay una suma de dólares que hay que pagar cada mes para tener las predicaciones, documentos, cantos y homilías en español disponibles en todo el mundo… hasta donde llega Internet. Y además, está el costo del software que nos permite editar y producir, y la inversión en equipos que a su vez requieren mantenimiento y renovación…

Pero no quiero cansar a nadie. Si alguien ve que puede en conciencia donar algo, por favor vaya a http://fraynelson.com/ayuda.html. No necesitamos millones, pero las pequeñas ofrendas de todos mantienen viva y activa nuestra página y este servicio diario.

Gracias por leer [escuchar] estas palabras. ¡Un abrazo en el amor de la Inmaculada!

Fray Nelson Medina, O.P.

Un viaje a La Mancha

El domingo de Resurrección de 1991 hice un viaje desde Pamplona a La Mancha para visitar a mis padres. Aprovechaba un par de días entre el fin de la Semana Santa, siempre ocupada para un sacerdote, y la vuelta a las clases de ética y moral que impartía a los alumnos de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra. Yo vivía entonces en uno de los alojamientos universitarios del Colegio Mayor Belagua, conocido como “Torre I”. Es uno de los dos edificios gemelos que se levantan junto al edificio Central de la Universidad.

Salí de casa después de comer y pasé a recoger a Pedro Rodríguez, decano de la Facultad de Teología, que viajaba a Madrid por otros motivos. Habíamos quedado en salir pronto: la carretera posiblemente estaría complicada por el regreso multitudinario a Madrid después de las vacaciones de Semana Santa. El coche en el que íbamos era un Clio granate recién estrenado que le había regalado su padre a Pipo, secretario de Torre I. Iba muy bien.

En Medinaceli paramos con intención de tomar algo: el bar estaba bastante concurrido y coincidimos con varios alumnos de la Facultad de Teología, que también estaban de viaje. Saludaron alegremente a don Pedro, su decano. En diez minutos o poco más merendamos y continuamos el trayecto.

A medida que nos aproximábamos a Madrid el tráfico fue haciéndose cada vez más lento por la excesiva circulación. Más que escuchar música o la radio charlábamos –yo con interés por aprender de un sacerdote docto y experto– de nuestras ocupaciones respectivas: él como decano y yo como capellán de la Escuela de Arquitectura y de un Colegio Mayor femenino. Recordamos viejos tiempos, cuando coincidimos en el mismo centro del Opus Dei y me introdujo en la afición que, desde entonces, compartimos: las setas. Me considero discípulo aventajado de Pedro Rodríguez, aunque sólo sea en esta materia.

Llegamos a Madrid ya de noche y dejé a Pedro junto a la casa de su madre. Seguí para Ciudad Real y fui directamente a la granja donde vivían mis padres, muy cerca de la capital. Pedro les llamaría desde Madrid para que no se preocuparan por la hora. Me gustaba la granja casi tanto como a mi padre. Allí nacimos los tres primeros hermanos, cuando casi sólo había unos gallineros y estaban sin plantar los miles de almendros que hay en la actualidad. Luego han ido construyendo alrededor y hoy ya no tendría sentido decir, como antes, que “vamos al campo”, cuando vamos a la granja.

Pasé casi todo el día siguiente con ellos. Traté de aprovechar intensamente aquellas pocas horas haciéndoles compañía. Ya estaban acostumbrados a estas visitas relámpago desde mi época de estudiante de medicina en Madrid. Siendo el mayor de los hijos, fui el primero en irme de casa. Con el paso de los años todos habíamos crecido –yo tenía entonces treinta y ocho años–, vivíamos en diversas ciudades y mis padres seguían en la casa de siempre, que era para una familia numerosa. Ahora íbamos pasando periódicamente por la granja los ocho hermanos; solos o acompañados de hijos y cónyuge, según los casos. Charlé con mis padres sobre todo de nosotros, de la familia: ya no se complicaba mi padre con proyectos agrícolas o ganaderos, que hubieran dado mucha materia de conversación en otro tiempo.

A última hora me despedí hasta la próxima ocasión y me marché al centro de la Obra de Ciudad Real para dormir. Sin embargo, acariciaba la idea de darles una sorpresa a la mañana siguiente antes de emprender la vuelta.

Pudo ser, porque quedé con mi hermano Jose –me interesaba verlo– para comer a la entrada de Madrid. Así que volví a la granja por la mañana, después de la Misa. Aquella fue la última Misa que celebré solo.

Tras la comida con mi hermano emprendí el viaje de regreso a Pamplona. Eludiendo Madrid, seguí hacia el norte. En Medinaceli recordé la breve parada de dos días antes. Y, salvo alguna vaguísima imagen de obras en la calzada, sin ninguna relación con el accidente, no recuerdo nada más del viaje. Mis recuerdos saltan de un punto indeterminado de la carretera a una cama en la Clínica Universitaria.

Según me contaron después, me salí de la carretera a unos cincuenta kilómetros de Pamplona, seguramente a causa del sueño. El automóvil atravesó la valla de la autopista y arrolló tres pequeños árboles.

Despertar en la Unidad

Las primeras semanas después del accidente me encontraba como inmerso en una especie de nebulosa mental a consecuencia del traumatismo. Aunque podía razonar, reconocer rostros y responder a las preguntas que me hacían, me faltaba agilidad para relacionar lo que iba sucediendo. Además, durante aquellos primeros días de hospitalización, todo era novedad.

Por el alto nivel de mi lesión tenía afectada la respiración. Esto complicaba mucho las cosas. En la operación tuvieron que hacerme una traqueotomía y casi no podía hablar. En los primeros momentos no tenía garantizada una respiración suficiente y necesitaba un respirador conectado al traqueostoma, el orificio de la traqueotomía que tenía en el cuello. La apertura del traqueostoma se matenía por una cánula metálica introducida en el cuello que cambiaban a diario. Por ese orificio aspiraban secreciones cuando era necesario. Lo más importante era asegurar la respiración. Todo lo demás resultaba secundario, podía esperar, pero de la respiración dependía continuamente mi vida. Disponían de todos los medios, pero les faltaba la experiencia propia de centros especializados, como el Hospital de Parapléjicos de Toledo, por ejemplo. Según me contaron después, se plantearon la posibilidad de llevarme a ese centro.

Me resultaba muy difícil aclararme de lo que sucedía a mi alrededor, de lo que entre unos y otros se traían entre manos conmigo. Desde la cama veía que de cuando en cuando se acercaban, comentaban algo, manipulaban los tubos sin dar mayores explicaciones. Y así iban pasando los días, afortunadamente, porque enseguida comprendí que no estaba garantizada mi supervivencia y, mientras pasaran los días, era señal de que se estabilizaba la situación. Por esto, prescindir de algo como el respirador, por ejemplo, era un acontecimiento casi festivo. Cuando, a ratos, me desconectaban el aparato tenía la impresión de lograr una victoria y protestaba, en cambio –al menos por dentro–, si me parecía que ya era hora de apagarlo y no lo hacían.

Pero mientras desaparecían unas cosas, aparecían otras. Enseguida empezaron a visitarme los médicos, que intentaban determinar el grado de afectación medular. Me decían:

–Trate de mover el brazo con todas sus fuerzas.

Yo no movía nada, pero me animaban:

–Muy bien.

Luego me pasaban cualquier objeto por la piel o me presionaban a diversos niveles.

–¿Dónde le toco ahora?… ¿Y ahora?

Vinieron varias veces. Se ve que no era fácil determinar con exactitud en los primeros momentos el nivel funcional de la lesión. Quizá mantenían la esperanza de que pudiera recuperar algo más de movilidad, aunque fuera poco.

Ignacio Alberola, internista, y la doctora Purificación de Castro eran quienes me seguían más de cerca. Ignacio, como director médico de la Clínica, había hablado con mis padres cuando llegaron, mostrándoles con franqueza lo delicado de mi situación.

–Las próximas horas de su hijo son críticas –les dijo.

Mis padres me acompañaron con todo su cariño durante un mes aproximadamente. Hubieran estado más tiempo, pero les insistí en que se volvieran a Ciudad Real. Ellos eran de la Obra antes que yo: rezaban mucho por mí y estaba seguro de su paz interior, aunque sufrieran muchísimo al conocer la realidad de mi estado.

Una de las primeras cosas que le pregunté a la doctora fue cuál era el nivel de mi lesión. Saber que tenía una lesión C-4 o C-5 no me servía de mucho, salvo para satisfacer mi curiosidad. Además de sacerdote, soy médico, pero mis conocimientos de neurología no son muy fuertes y no me hacía cargo de las consecuencias de esta lesión por el simple dato técnico. Ya sabía, además, que a duras penas movía la cabeza y poco más. A duras penas porque estaba bastante inmovilizado con un complejo sistema metálico que pretendía mantener en su sitio los fragmentos de las vértebras fracturadas.

Algunas veces las visitas me resultaban incómodas, porque debía esforzarme en hablar, recordar o atender y me cansaba pronto. Era casi peor cuando no pasaban junto a la cama y se quedaban fuera de la UCI –por no molestar– mirando por una ventana, tratando de hablarme desde un teléfono. No conseguía oír nada y me resultaba incomodísimo mirar hacia la ventana por el sistema que me bloqueaba el cuello.

Sabía que los médicos estaban al tanto de cada uno de mis avances y de cómo iba respondiendo en los sucesivos intentos por conseguir que mi atención clínica fuera más sencilla. Pero yo entonces los veía distantes, menos familiares. Al menos, más distantes de lo que estaba Conchita. Era, por ejemplo, mi aliada en el empeño por abandonar la UCI, frente a una supuesta resistencia prudente de los doctores. Y me hablaba de la tercera planta de la Clínica como del verdadero trampolín hacia la normalidad.

Rehabilitación

Fue seguramente en alguna de las primeras sesiones con Francisco o quizás con Milagros cuando noté que llevaba en la muñeca un escapulario: alguien lo había colocado ahí, quizá cuando me operaron, sustituyendo a la medalla–escapulario que siempre he llevado y que resultaba improcedente en esos momentos por la traqueotomía.

En estas estábamos: yo me quejaba a Conchita porque me sentía incomprendido. Hasta que un día me dijo que ella misma me iba a quitar la sonda. No me lo creía. Nunca se había ocupado personalmente de lo que correspondía a las enfermeras de planta. Pero fue tirando poco a poco del tubo, hasta que salió todo por mi nariz. No se trata de que glose ahora la impresión de libertad que sentí, pero no es difícil imaginarse que cuando no se puede hacer casi nada, la más pequeña atadura resulta esclavizante. Por un momento pensé que había tomado la iniciativa por su cuenta al margen del médico y me hizo gracia lo que eso podía tener de pilla rebeldía por complacerme. Pero enseguida comprendí que estaba en un ambiente profesionalmente serio y que no se hacían las cosas ni por capricho ni sólo por agradar.

Según se consolidaba favorablemente mi estado clínico, las visitas de Conchita se hicieron más esporádicas. Venía sólo a saludar, pues ya había aprendido yo a manejarme en aquel ambiente. Habían desaparecido las tensiones e inseguridades de los primeros momentos y, además, contaba con la presencia diaria de la doctora de Castro a su regreso de América. Aquellas últimas visitas no tenían nada que ver con las de la UCI. Fueron una manifestación de que el trato entre personas que se aprecian no es algo interesante sólo si es útil. Pasó el tiempo –pocos meses– y Conchita dejó Pamplona para trabajar en una clínica que se estaba poniendo en funcionamiento en Italia: allí trasplantará lo que hizo aquí conmigo.

El ser cada vez más consciente de mi situación se plasmaba también en que me veía sobreviviendo, pero con una vida tan frágil que se podía romper en cualquier momento, a pesar de las muchas y continuas precauciones. Sin planteármelo expresamente, en el fondo pensaba que podía morirme con cualquier complicación. Incluso que hablar de salir de la Clínica era un deseo bueno, sí; pero, como se dice a veces, sólo real en teoría. Los obstáculos entre la 340 y la calle eran tantos, que volver al mundo ni se me pasaba por la cabeza. Quiero decir, que no lo pensaba. Lo deseaba muchísimo, pero comprendía que no valía la pena contar los innumerables pasos que me separaban de la calle.

Mi verdadera esperanza apuntaba y apunta a la Eternidad, por supuesto; pero también a lo que se traían entre manos médicos y enfermeras. De modo que me iba limitando a salir del paso de los distintos contratiempos que surgían y a procurar alcanzar los objetivos que me planteaban. En la práctica, una vez asegurado lo importante –la orientación de mi vida hacia el destino eterno en Dios–, lo cotidiano le quitaba dramatismo a los profundos planteamientos existenciales. La tercera estaba, además, llena de sorpresas y objetivos por alcanzar.

En la UCI no me tenía que preocupar de beber. La hidratación estaba asegurada con la sonda nasogástrica, pero ya no la tenía y la bebida era más necesaria si cabe que la comida sólida. Me costaba muchísimo beber y era muy necesario para evitar las infecciones de orina.

Los cambios posturales para evitar erosiones en la piel fueron otro inconveniente, otra molestia que tuve que asumir en la tercera. Hasta entonces parece que me había dado igual cómo me pusieran, ahora en cambio me sentía bastante mejor boca arriba. Intentaba estar casi siempre así. En el fondo pensaba que lo de los cambios posturales, que tanto había oído, no era tan importante y que bastantes incomodidades tenía ya como para incorporar otra. El tiempo me demostró que estaba muy equivocado.

Además de con los ratos de oración y la comunión que, como en la UCI me traían todos los días, continuaba con las demás prácticas de piedad que acostumbro a hacer, como el rezo del Santo Rosario, la lectura meditada de un pasaje de la Escritura o de algún otro libro… Tenía claro que rezar es siempre lo más importante. Concretamente, para mí, esas normas de piedad que me garantizan cada día el trato personal con el Señor. Varias veces hubo Misa en la habitación.

Ya le había pedido a Mons. Alvaro del Portillo, Obispo Prelado del Opus Dei, poder concelebrar en mis peculiares condiciones. Y, a medida que me iba encontrando más seguro sentado, esperaba con impaciencia el momento de poder consagrar otra vez. Se me hacía raro un día sin Misa. Y no me acostumbré en los dos meses que me faltó. La espera fue breve, pero aquellas pocas Misas en la tercera fueron inapreciables cuando no convenía aún que me desplazara en la silla hasta el oratorio de la Clínica.

Aparte del sistema con el que me alimentaba a través de la nariz –el que me quitó Conchita–, me traje también de la UCI una férula en el cuello que seguía inmovilizándome tras la operación. Había que esperar a que se unieran de nuevo los fragmentos de las vértebras rotas. Entonces me quitarían aquel aparato.

Llevé el collarín poco tiempo, pues los huesos fueron consolidándose bien y pude prescindir muy pronto de la sujeción. Fue como si me hubieran soltado las cadenas después de dos meses. Yo mismo me admiraba de sentirme tan bien sólo por tener el cuello libre. Estuve disfrutando un buen rato, gozando con la experiencia de mover otra vez la cabeza; eso sí, poquito y despacio al principio. Era el primer logro visible de normalización y ya soñaba con otros que, seguramente, acabarían dándome la agilidad que necesitaba para ejercitar mi sacerdocio como antes.

Seguía muy en contacto con mis padres, que estaban al tanto de mi evolución favorable desde Ciudad Real. Tras la tranquilidad de verme animado y progresando, comprendieron que les aguardaba una temporada de viajes periódicos a Pamplona, aunque fueran breves. Era preferible esto a permanecer mucho tiempo conmigo: a su edad los veía incómodos fuera de casa. En estos viajes frecuentes casi siempre venían con alguno de mis hermanos. Además, se marchaban tranquilos, pues me veían muy bien acompañado en todo momento por otros de la Obra.

Al poco de dejar la UCI me sorprendió con una pregunta, no formulada explícitamente, en una de aquellas frecuentes conversaciones que mantenía con ella y que eran parte fundamentalísima del tratamiento. La doctora quería asegurarse de que yo estaba interesado de verdad en seguir adelante, y que a la vez era consciente de la gran dificultad que me iba a suponer el intento de recuperar al máximo mi actividad como persona y como sacerdote.

Mi reacción fue de sorpresa. Aunque no me había preguntado nunca a mí mismo si estaba dispuesto a lo que fuera por continuar en la misma trayectoria que mantenía antes del accidente, no tenía ninguna duda al respecto. No se me había ocurrido pensar en la posibilidad de cambiar de actitud, en cuanto al sentido de mi vida, por no poder moverme. Me parecía que teniendo la cabeza bien y deseándolo, podía seguir siendo en lo fundamental el mismo de antes, si ponía de mi parte lo que pudiera en cada momento. Estaba totalmente convencido de que las cosas no habían cambiado tanto como para no seguir intentando ser –como debía– el mejor hombre posible.

También antes, para ser buena persona –en mi caso, un buen sacerdote– debía poner de mi parte lo que buenamente pudiera en cada momento: intentarlo de verdad, y no en el sentido flojo de esta expresión. En bastantes ratos de silencio durante el día y, sobre todo, de noche, había tenido tiempo suficiente para pensar en mi vida: en la que ya había vivido y en la que podría vivir a partir de las nuevas circunstancias, de las que iba haciéndome cargo cada vez más en esos días.

Reconocía que, antes, me esforzaba con frecuencia en mis quehaceres, pero sólo hasta cierto punto. No me daba igual, desde luego: me acusaba la conciencia y me arrepentía –concretamente en la confesión– de no haber puesto todo de mi parte en esto o en lo otro. Pero, incluso si mis propósitos de mejora no eran eficaces y reincidía en lo mismo, mi vida continuaba sin llamativos sobresaltos. No notaba demasiado la falta de empeño, porque con un poco de habilidad lograba salir del paso de mis propias chapuzas y vivir alegremente a pesar de reconocerme chapucero.

Ahora, perdida la agilidad, todo sería más complejo en la práctica. Una vida soportable sin más, además de molesta, me iba a resultar mucho más costosa. No contemplaba la mayoría de las dificultades que me esperaban, ni tampoco en detalle los esfuerzos que debería poner en el futuro. Pero, aunque no supiera en qué iba a consistir la dificultad de seguir adelante, tampoco me sentía hundido porque me esperase una existencia penosa, pues contaba con Dios para lo que, según su providencia, me fuera deparando la vida.

Se trataba, en todo caso, de una aclaración imprescindible para saber a qué atenerse: saber qué pretendía conseguir, con qué medios contaba y hasta qué punto estaba empeñado en lograrlo. Yo sólo conocía entonces mi propia experiencia y cómo me imaginaba el futuro desde ella. No había caído todavía en la cuenta de que otros, en mi situación, no se tomaban las cosas tan pacíficamente, y que por eso, por ejemplo, en algunos hospitales especializados en pacientes como yo han tenido que colocar rejas en las ventanas para impedir suicidios. Con el tiempo me han ido llegando noticias concretas de personas que no están dispuestas a hacer lo que pueden por vivir del modo más digno posible, al comprender que tendrán que sufrir el resto de sus días en un estado que consideran deplorable.

La vuelta al trabajo

No era difícil organizarse, contando con la dificultad, fácilmente subsanable, de que alguien debía pasarme las páginas del libro según iba leyendo. Porque intenté, con relativo éxito, varios sistemas para pasar yo mismo las páginas sin emplear las manos, pero en definitiva no era tanto problema pedirle a quien me acompañaba –siempre estaba con alguien– que me pasara la página. Esto era más infalible y también más sencillo que los demás sistemas que probé. He de reconocer aquí mi falta de constancia y mi comodidad. Después, al utilizar el ordenador superé casi todos los problemas para leer y también para escribir.

Aquel trabajo, aparte del valor que tenía en sí mismo, me servía como tratamiento rehabilitador de mi actividad intelectual, bastante deteriorada en las semanas anteriores por el traumatismo y la falta de ejercicio mental. Llevaba ya dos meses apartado de las tareas propias de mi trabajo, pensando lo mínimo, lo imprescindible para mantener una conversación superficial. El ritmo natural de la Clínica me llevaría, si no lo evitaba, a dejar de lado mi mundo de antes, el que me estaba esperando ya fuera de aquellas cuatro paredes.

Por fortuna, mi médico era un médico de personas, de seres con espíritu. Y así como vigilaba los resultados de los análisis que llegaban del laboratorio, seguía también de cerca el ritmo de mi cabeza y la eficacia de mis horas de trabajo. Expresamente me advirtió que volver a una actividad como la de antes no me iba a resultar sencillo. No sabría decir si fue fácil o no, ni si ya trabajo como en otros tiempos, pero lo que es evidente es que su fortaleza y su intransigencia en los momentos de rebeldía que tuve, han contribuido de forma decisiva a mi saludable estado actual.

Veía con gran claridad que en el futuro debería cuidar al máximo mi formación intelectual que es, en cierta medida, el fundamento de mi labor de sacerdote. Además de mi vida de oración, necesito estudiar mucho –más que antes–, para que nadie incurra en el defecto de acercarse a mí porque despierto compasión o por mi original aspecto. Sé que ese interés sólo se mantendría mientras durara la novedad. Aparte de que siento una poderosa impresión de normalidad a pesar de las ruedas. Unicamente pretendo convencer con la fuerza de la gracia de Dios, con mi vida y con argumentos intelectuales que, de ordinario, se adquieren sólo con estudio constante y con trabajo.

Lea completo este hermoso testimonio:

http://www.fluvium.org/textos/documentacion/slm1.htm

Frases románticas de todos los tiempos… y su aplicación a la Divina Eucaristía

Las frases más románticas que yo haya conocido son estas:

1. Quisiera vivir a orillas de tus ojos. Original de una poetisa colombiana. Y sí, a orillas de los ojos de “El Más Hermoso de los Hombres” (Salmo 45) vive aquel que pasa largos ratos junto al Sagrario, sabiéndose conocido, bendecido y amado.

2. Yo no me cansaría de estar contigo; sólo podría cansarme de NO verte. Así le hablaba una chica enamorada al muchacho de sus afectos. ¡Qué hermosa el alma que siente hastío de todo si no tiene a su Cristo! ¡Qué bello el corazón que no halla reposo sino en el Rey de nuestras almas!

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