Doce Errores… (4 de 15)

Tercer Error: Añorar el pasado y refugiarnos en él

Cuando las cosas se vuelven confusas y los límites borrosos queda siempre la tentación de cerrar los ojos. Una vez que negamos el presente, el siguiente paso será refugiarnos en un futuro fantasioso o en un pasado idealizado. La experiencia muestra que es esto segundo lo que suele suceder. El precio, desde luego, es volvernos inútiles para el presente que hemos empezado por negar.

Vistas desde la distancia, las cosas se van coloreando con el cariño que tenemos por nosotros mismos. Somos fruto de nuestro pasado, que viene a ser como nuestro padre. Es fácil por ello trasladar al pasado la gratitud que tenemos por todo aquello que hizo posible que llegáramos a ser lo que somos. Esto es muy humano y muy bello; pero entraña el riesgo de un engaño, porque no usamos los mismos lentes de color rosado cuando miramos el presente, y en ese sentido caemos fácilmente en injusticia.

Este engrandecimiento del pasado es más seductor aún si te encuentras rodeado de tanta historia, rica y fecunda, como la que tiene Europa. Uno podría gastar la vida sólo estudiando, admirando y queriendo entender la miríada de detalles y lecciones que abundan en calles, libros, películas, e incluso canciones u obras de arte. Todo ello produce una sensación de que hay “una” Europa y que a ella puede apelarse como punto de referencia normativo para lo que “debe ser” Europa.

Un análisis más detenido muestra pronto que la unidad de Europa ha sido más un ideal constante que una realidad lograda. Intereses políticos, religiosos y filosóficos han estado en pugna hace muchos siglos, y de hecho la actual avanzada de indiferencia religiosa y fundamentalismo laicista no es sino un episodio más en esa larga serie de conflictos. En un océano de olas tan constantes, ¿hay realmente espacio para la nostalgia de un pasado glorioso?

Quienes miran con nostalgia hacia la Europa cristiana tienen obviamente mucho a qué mirar, ya se trate de la Edad Media, de la Contrarreforma Católica o de la Lucha Antimodernista. Es posible incluso añorar el tiempo de los monasterios y de las escuelas abaciales y catedralicias. El punto es que ninguna de esas fórmulas fue ni tan perfecta ni tan completa ni tan definitiva como suelen presentarlas sus partidarios. Cada uno de esos puntos pertenece a una línea, quebrada, accidentada y sinuosa que llega también hasta nuestro tiempo. No hay razón para pensar que el conflicto tenga que detenerse sólo porque nosotros hemos llegado al mundo.

Sostengo, pues, que añorar el pasado es situarse en el ángulo exacto para fallar el tiro. El pasado existe, con su carga de lecciones y de coraje para nuestras propias luchas, pero existe como parte de una Historia que nos incluye y que seguirá más allá de nosotros.