¿Tiene que morir la Teología de la Liberación? (4a. parte)

¿Qué muere si muere la TL?

Decíamos en los primeros párrafos de estas reflexiones que una de las consecuencias de las intervenciones del Vaticano en referencia a la TL fue “el rápido olvido de las intuiciones, métodos y espiritualidad propios de las Comunidades de Base.”

Si uno mira la TL como un modo de abordar la cuestión social, que fue la óptica de los documentos del Vaticano en su tiempo, lo único salvable de la TL parece ser el amor por los pequeños y oprimidos, pero en términos de desarrollo teórico o académico nada se esperaría ahí más allá de una cierta profundización o énfasis en la Doctrina Social de la Iglesia.

Aunque hay mucho que criticar de los métodos de la TL y por ello en lo personal he sido muy crítico con esos métodos y sus resultados, no cabe duda para mí de que la TL es más que un subcapítulo de la Doctrina Social de la Iglesia. Lo nuevo en la TL no es la pobreza como tema sino la pobreza como “lugar teológico.” No es simplemente decir: “vamos, pues, a ocuparnos de los pobres” sino “cómo se lee el Evangelio desde los ojos de los pobres.” Por lo mismo, no es solamente: “A ver cómo hacemos para que Cristo llegue a ellos” sino “de qué manera está Cristo llegando a nosotros desde ellos.”

Una cosa es descubrir a Cristo como alguien afrentado por la injusticia, y esto es cierto, porque “lo que hicisteis a uno de mis humildes hermanos a mí me lo hicisteis” (Mt 25). Otra cosa es descubrir a Cristo para servirlo en los pobres, según los mismos textos. Y una tercera cosa es permitir a Cristo que se revele en los pobres y desde ellos nos salga al encuentro: no tanto decir que somos capaces de verlo sino que él nos ha encontrado.

La TL, como todo camino teológico genuino, desemboca en una mística, como lo ha hecho ver Gustavo Gutiérrez. En este caso es la mística de quien se ha sentido alcanzado por la humillación, por el abajamiento de Cristo. Es el descubrimiento asombroso de la sabiduría que no es de este mundo (1 Cor 1 y 2) y del poder de lo que sólo parece necedad y escándalo. Es, en fin, la conciencia agradecida del don de leer la Palabra en un contexto que podríamos llamar de “sacramentalidad social.”